Ante la presencia de la terrible pandemia del Coronavirus, el mundo está padeciendo la peor pesadilla desde la II Guerra Mundial, hallándose tan atiborrado de incertidumbres y aprensiones, que todas las creencias religiosas, y hasta los propios agnósticos, miran hacia el nirvana o cielo protector.
Los miedos son aterradores, espantosos, los muertos se apiñan, la incertidumbre hunde la economía y se habla de un castigo venido de las profundidades del más allá, lugar en que cada hombre o mujer asimila el lugar su propia esperanza.
El estudio de antropología ha revelado que la mayoría de los creyentes, sea cual sea su culto, tienen interiorizado un modelo extremadamente antropocéntrico de Dios. No solamente posee una figura humana, sino que utiliza los mismos procesos de percepción, razonamiento y motivación que las personas.
En el pensamiento Pentecostés del medioevo, el alma era, en claro concepto de la verdad, la tradición venida de la misma filosofía grecorromana. Ahora hay dudas, y se habla de que en nuestra mente, ese concepto de “alma”, es una simple internación de células nerviosas, proyectadas en la parte posterior del córtex cerebral, siendo así que el miedo que soportamos actualmente sin resistencia nos coloca ante la gran pregunta: ¿Para qué sirve entonces Dios?
Si fuera segura la presunción de que el “espíritu” es una estricta reacción química, y aceptáramos que la promesa de una vida eterna ha sido una artimaña de las religiones, su encaje efervescente nos llevará a un yermo espeluznante, y la raza humana no estaría sola, sino desamparada, desasistida de un soporte que la envolviera de una onda desconsoladora.
Y es que a partir de ahí, el “homo erectus”, convertido en el “homo sapiens”, comenzará a enfrentarse el instante perentorio de su inflexión moral o en las membranas que ayudan ante los miedos y fracaso. No existiría la ilusión levantada en la raya del horizonte de la vida. ¿Terrible? Más que eso: el vacío.
Moshéh ben Maimón, más conocido como Maimónides, judío nacido en la Córdoba andaluza musulmana, exponía: “Solo nos es dado discutir lo que Dios no es”. Temible dilema.
De cierto texto nos acordamos de haber leído estas palabras: “El mundo material ha tenido un Curvier, la atmósfera de Newton. Todos conocen, pues, la atracción del mundo material, pero ¿dónde están los Curvier y los Newton del alma?”.
Somos animales con miedo, soledad, ramalazos de querencia e infinidad de dudas, siendo así, que a estas alturas nuestra empinada existencia, apoyados en la misma fe del eremita solitario, nos agarramos a la ilusión de que el alma sea el reflejo del universo en expansión que tal vez no tuvo principio y que quizás no tenga fin.
Y, en esa envoltura, la temible desazón: ¿Es allí en donde está la esperanza?
Uno, al ser cristiano viejo, exclama: “Serenidad, sosiego, todo se realiza por la voluntad de Dios”.
Eso anhelamos en momentos de tanto pavor.