La situación crítica por la que atraviesa el mercado de la gasolina en estos momentos; cuya existencia acusa los niveles de cero, prácticamente, y lo que ha originado enormes colas de vehículos, estacionados en los entornos de las estaciones de servicio; a la espera de la célebre gandola, que no llega, trae a colación lo hueco, que eran aquellas palabras de Hugo Chávez, cuando decía que Venezuela iba a ser una potencia.
Incluso, se podía considerar que lo era en aquellos momentos: una potencia petrolera, con una producción de más de tres millones de barriles de petróleo diarios, sin contar con sus derivados, es decir, aceites, bitúmenes, gasoil; productos petroquímicos; con una presencia internacional, incluso, hasta en Alemania; donde se había instalado una refinería; además de las del Caribe y EEUU; redes de estaciones de servicio de PDV y Citgo. He allí lo que significó la mentalidad de una clase política; muy influida, sobre todo, por el pensamiento de un hombre como Juan Pablo Pérez Alfonso; a quien los periodistas lo calificamos como el “padre” de la OPEP, asistido por su caballito de batalla, como lo fue Manuel Pérez Guerrero, y quienes precisamente convencieron a los países árabes productores de petróleo de la posibilidad de crear esa organización; a la que, por cierto, la ideología neoliberal se opone, por considerar que se trata de un cártel, que no ha dejado de adulterar el mundo del mercado de los hidrocarburos, sobre todo, porque ha promovido políticas de chantajes, como el boicot petrolero durante la famosa presidencia de Richard Nixon en EEUU; que convirtió al petróleo en una especie de arma política, a propósito de la situación bélica, que se vivía, y se vive aún en el Medio Oriente entre los pueblos judíos y árabes, y que llevó al gigante del Norte a revisar sus relaciones diplomáticas, tanto con un pueblo; como con el otro; aparte de que la cartelización del comercio se prestaba para la especulación en materia de precios; razón por la cual el resto de la comunidad internacional nos mirara con un cierto recelo, y que fue lo que pretendió Chávez en las primeras de cambio, y es por eso que hablo de una adulteración del mercado petrolero, aunque ya esa es otra discusión.
El hecho cierto es que esa clase política sí supo convertir a nuestra industria petrolera en una locomotora de nuestro progreso, como se dijo en su momento; con independencia del carácter rentístico, con el cual se ha manejado dicha industria, y de allí que el pensamiento liberal, asimismo, hable hoy en día de quitarle esa renta a los políticos; que una vez que arriban al poder, lo primero que hacen es apropiársela, al punto de que llegó un instante en que se dijo que Pdvsa tenía que ser roja, rojita; es decir, la célebre expresión de Rafael Ramírez, manifestada a raíz de los sucesos del 13 de abril de 2002, y con ocasión del retorno de Hugo Chávez al poder, luego de su breve salida, propiciada, precisamente, por las posiciones que adoptó la comunidad de los trabajadores de la estatal, a la cabeza de la entonces llamada nómina mayor, y quienes se resistían para aquel tiempo, justo, a que se profundizara esa tendencia hacia su partidización; comenzando por el nombramiento en su presidencia de un hombre con una mentalidad de político resentido de izquierda, el doctor Gastón Parra Luzardo, como lo demostró, cuando entonces acudió a la recién instalada Asamblea Nacional, en la que se había transformado el antiguo Congreso Nacional, con motivo de un discurso encendido de patriotismo bolivariano; que pronunció en su tribuna con ocasión de su nombramiento para tal cargo; un discurso desencajado de lo que era la realidad del mundo de los hidrocarburos para aquella hora.
Que era lo que se temía; de modo que a partir de allí, para hacer el cuento corto, vemos entrar en la decadencia a esa estatal petrolera; comenzando por el despido de 20 mil técnicos, altamente, capacitados, y quienes se vieron obligados a viajar al extranjero; cuando no, a ocuparse en otros menesteres de nuestras actividades económicas, mientras se sucedían sus presidentes; llegando a ese señor que un buen día dijo que se era de aquel color partidista hasta el absoluto; pues de lo contrario, ahí estaba la puerta abierta, y del despido de aquel número importante de técnicos se pasó al desmantelamiento de aquella presencia internacional, que comenzó con la venta de la refinería de la Veba Oil en Alemania; partiendo de esa tesis comunista de que la misma no era sino una chatarra; luego, otras refinerías de Citgo en EEUU y el Caribe; a medida, sobre todo, que un gobierno derrochador requería de ingentes cantidades de dinero, para el mantenimiento de un proyecto de país inviable, y el que implicaba el reparto de petróleo a aquellas naciones, que comulgaban con el proyecto de Hugo Chávez, que no era sino la reproducción del castrocomunismo; de modo que este proyecto empezaba por Cuba, un país al que se le llegó a enviar más de cien mil barriles de petróleo diario, y que se pudo sostener hasta que los precios estuvieron en alza; así que al colapsar los mismos, con motivo de la condición volátil del comercio petrolero, se pasó al proceso de desmantelamiento; una y otra refinería fueron vendidas; aparte de que de tener una visión y misión de carácter lucrativo, se cambió por una de carácter populista, bajo el lema de que ahora Pdvsa era del pueblo; lo que significaba, como dice la canción, vengan, que caben cien: más de cien mil trabajadores, esto es, una nómina insostenible, y en donde privaba más la lealtad al partido, que la meritocracia; en medio de una gerencia caracterizada por la corrupción. ¡Qué va a haber plata para mantenimiento! Es así como vemos colapsar a un complejo refinador, como el de Paraguaná, que llegó a procesar más de un millón de barriles diarios de gasolina, y que hoy está en cero; por falta de mantenimiento; gracias, malditas gracias, a esa mentalidad roja, rojita.
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