Leandro Area Pereira: Pandemia y crisis política 

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La pandemia provocada por el coronavirus no vino sino a acelerar violentamente la crisis mundial acumulada durante mucho tiempo para finalmente convertirla en tragedia. La humanidad debería presentarse ante el juicio inaplazable de la conciencia. ¿Lo habrá hecho alguna vez?

Nadie inmune a la peste, las reacciones han sido múltiples ante eventos “irresponsablemente inesperados” que han puesto al desnudo un torbellino de causalidades que no hemos tenido tiempo aún de aclarar y sobre todo de resolver.

Todo el constructo histórico, aquel aparente armazón genético sobre el cual se suponía estructurada y segura la humanidad, se ha visto devorado ante la aparición de un nuevo e infinitesimal virus frente al cual hemos respondido con sorpresa inaudita, máxima ingenuidad desprovista de cualquier semáforo de previsión, lo que evidencia entre otras cosas que la agenda de prioridades humanas ha estado desenfocada de los que debieran ser sus objetivos superiores y nítidos.

Y si bien es cierto que la pandemia es mundial y no deja rendija salva, no podemos evadir el análisis pormenorizado de sus causas y efectos que son múltiples, complejos y relevantes en el manejo irresponsable del poder. Allí se encuentra la raíz profunda del asunto.

Ahora bien, el análisis de esta materia que será el tema que impregnará por décadas las más diversas áreas de la preocupación mundial y que debería transformar buena parte de nuestras formas de entender y vivir la vida, no debe ni puede pasar por alto el problema de las particularidades nacionales a la hora de establecer matices y preocupaciones valorativas sobre la ética y la responsabilidad de los gobiernos y demás actores relevantes a la hora de ser juzgados por sus comportamientos ante la crisis. Porque hay quienes también amparados en la pandemia general pretenden diluir la suya propia que vienen propiciando y arrastrando por décadas en éste y otros continentes.

Me detengo ahora en el caso venezolano por lo que a mí toca y corresponde. No existe resquicio de vida en nuestro país que no se encuentre contaminado y corrompido profundamente por la calamidad impuesta por el socialismo del siglo XXI desde hace 20 años y más. Y agrego que no hay listado posible del que se pueda excluir elemento alguno de nuestras vidas.

La crisis nacional no es coyuntural ni estructural sino antes bien existencial, porque el cuerpo social nombrado como Venezuela ya dejó de existir como tal para convertirse en pandemia perfecta. Repito, no haré listas, es innecesario, porque no existe renglón o detalle de la vida social, familiar o individual que no viva y muera en una permanente tragedia a la cual se suma la actual y de la que el gobierno se aprovecha para pasar por debajo de la mesa y tratar de esconder, misión imposible, toda su incapacidad, tropelías y desmanes.

Este gobierno siniestro y hambreador encuentra refugio y disfraz al calor del caos que provoca la realidad mundial actual y de alguna manera cobra en tiempo, aliento y subterfugio, en la tarima humanitaria de su supuesta preocupación por el país.

Y aparte de todo debe quedar claro que la razón fundamental de nuestro abismo mundial y nacional, cada uno dentro de sus contextos, se encuentra en la ambición desproporcionada y drogadicta por el poder en cualquiera de sus modalidades y expresiones humanas. Nada se esconda, todo se muestre, desatinos y responsabilidades deben quedar al descubierto para aprender un nuevo rumbo, aunque nunca se comience desde cero.

 

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