Simón García: ¿Boche o arrime?

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A veces, fajados en demostrar lo que creemos, dejamos de atender lo que dice el otro. En ambientes polarizados abundan los impulsos narcisistas para ganar una discusión. Pero sabemos que la deliberación es más útil. Establecer verdades consensuales es más conveniente y eficaz para obtener logros políticos.  Es uno de los fundamentos de la unidad, cuando no responde a la debilidad de los mochos, obligados a juntarse para sobrevivir.

La situación de la oposición luce débil, frágil, fragmentada y con barreras para poner cese a sus errores. ¿Resulta posible unir a opositores, de distintas proveniencias, para diseñar un horizonte de ideas, valores y objetivos comunes? ¿Podrían operar como aceleradores de acuerdos?

El empeño lo están asumiendo diversas organizaciones de ciudadanos para detener la proliferación de trincheras y concentrarse en construir puentes. En tres niveles: en la oposición, entre ésta con el gobierno y entre todos los venezolanos.

No hay duda sobre la responsabilidad del régimen en todas las crisis; su resistencia a negociar; su intención de aprovechar la pandemia para reforzar su autoritarismo y su perpetuación. Precisamente por eso es por lo que debemos tener alternativas al choque frontal y a falsos envites que precipiten el retorno a una normalidad con más control, más represión, más hambre  y menos país. El camino a la democracia no pasa por el exterminio de uno de los polos en pugna, sino por obligarlos a negociar su reconciliación.

El primer deber de un demócrata es crear democracia. Mantener sus valores y vivencias en el mayor número de escenarios y espacios posibles. El gobierno no lo hace por la naturaleza de su proyecto. Pero es injustificable que la oposición no esté generando cultura democrática y rechace valores esenciales de ella, como el voto, la rendición de cuentas, la solidaridad con los más débiles, el pluralismo o el diálogo.

Ese proceder, de espaldas al debate mundial sobre que civilización queremos después del Covid-19, presenta dos riesgos. Uno, sumirse en el proceso de sustitución de la cultura democrática por la autoritaria. Y estamos cediendo ante valores, conductas y prácticas que sostienen al régimen, como ocurre cuando desconocemos al otro por intolerancia y hegemonismo.

Un ejemplo es la campaña primitiva contra los partidos de la MDN, al margen de los desacuerdos que puedan tenerse con algunas o todas sus actuaciones. Ha sido un caso de sectarismo de una oposición dispuesta a liquidar críticas y disidencias porque es mayoría. Otra barbaridad es la cayapa del extremismo de derecha contra Guaidó, por no llamar a una invasión extranjera.

El segundo riesgo es secundarizar los intereses y necesidades de la gente, en un momento de pandemia y de hambruna inminente para el 20% de la población sitiada por la falta de ingresos y la cuarentena. Ante el chingo y el sin nariz, ¿vamos a proponer que primero hay que salir de Maduro para atender a la gente después que mueran?

La propuesta de EEUU puede servir para recomponer condiciones viables para formar un gobierno de cohabitación, con predominio de miembros del PSUV, cuya misión sea atender el hambre, el virus, el acceso al financiamiento internacional y la realización de elecciones, presidenciales y parlamentarias.

No podemos colgar de dos azares, el levantamiento popular y la fractura militar. Si falla el boche, pondremos a ganar al régimen. No desechemos el arrime democrático, menos espectacular, pero más seguro.

 

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