Aunque el gobierno de Maduro tiene poder real, es un zombi que da tumbos entre destrucción de país y pérdida de futuro. Adueñado de la cáscara del Estado, reparte males públicos y repite un desempeño que lo deslegitima. Las sanciones lo debilitan y los manotazos “militares” de la oposición lo unifican. Ante el cerco que lo acosa parece prepararse para ganar o morir en el intento.
Si el G4 obedeciera su estrategia democrática, sin permitir amagos insurreccionales, debería trabajar una oferta creíble de empate virtuoso. El Departamento de Estado propuso una cohabitación que, con variaciones, pudiera contribuir a bajarle el costo de salida al régimen.
El extremismo gubernamental se niega a negociar y apela a represión y más control. No avanza más en su línea autoritaria porque lo contiene la presión internacional y no encuentra respaldo ni en sus aliados exteriores ni en todos los que lo apoyan adentro. Prefiere vender el país a salvarlo con la oposición. No le importa la falta de electricidad, agua, gas, gasolina, alimentos o medicina.
El extremismo opositor, duro de palabra y blandito para encargar a otros lo que no tiene valor de asumir, presiona duro a los radicales y llena de agravios al centro que, como la mayoría del país, quiere un cambio pacífico. Cataloga de pusilánime a Guaidó y de colaboracionistas a quienes rechazan la intervención militar extranjera. Su plan de violencia lleva a la oposición a convertirse en factor de destrucción y le disminuye apoyo entre la gente.
Ambos extremismos son una forma de anti-política que genera daños a la sociedad. Uno porque no puede gobernar. El otro, porque no tiene balas ni votos. Entre ambos conducen al país, acosado por el conavid-19 y el hambre, a una guerra civil que nos dejaría fuera de la nueva globalización post-pandemia.
Los dos extremismos atacan a Guaidó. Una coincidencia suficiente para no acompañarlos. Sin suspender su valoración crítica y su responsabilidad en el abandono de compromisos estratégicos. Pero no toquemos la tecla del afecto, cuando se trata de ser más amigo de la verdad que del presidente de la AN.
Si el líder es la personificación de la política, el verdadero debate es cómo poner fin al naufragio que va de Cúcuta a Macuto, tropezando siempre con la misma incongruencia de lances bélicos que niegan la política pacífica, democrática, constitucional y electoral. La unidad no puede construirse al margen de la política.
Primero Justicia abrió el debate. El MAS y Falcón han formulado propuestas. Otros partidos, tanques de experiencia y conocimiento, han guardado silencio y parecen apostar a proteger la unidad pese a las incoherencias. No se puede perder la oportunidad de responder con propuestas que acerquen una transición viable, más acá de cerrarle la puerta con la idea de Gobierno provisional sin Maduro. La prioridad es avanzar a una tregua humanitaria, paliar el hambre y lograr el nombramiento equilibrado del CNE.
Puntos claves: 1. Crear el consenso plural sobre la participación electoral en la oposición, 2. tejer alianzas, respetando su autonomía y protagonismo, con actores no partidistas, 3. dirigir un discurso a la FANB que no sea pateado por aventuras armadas, 4. generar confianza en las bases del oficialismo sobre un acuerdo a mediano plazo, 5. Volver a la gente, poniendo la mirada en los problemas que amenazan sus vidas.
Entre ambos extremismos hay un país que quiere reconciliación y cambios. Hay que bregar el encuentro con esa nueva mayoría que busca liderazgos y políticas asociados al éxito. Dos condiciones que ni se exigen ni se decretan.