Enrique Meléndez: Imposición mongólica

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Todavía no hemos salido del asombro, a propósito del hecho de la detención del joven Luis Pérez Luna del estado Lara, una persona que sufre del síndrome de Down; acusado de alteración del orden público, en el sentido de que el día anterior a su detención se había dedicado a “cacerolear”, como se dice ahora en Venezuela a la acción de sonar las ollas, a manera de protesta, y esto porque estamos ante una comunidad hastiada, ante la circunstancia de que ahora el gobierno ha redoblado o triplicado los cortes de electricidad, tanto en la ciudad de Barquisimeto, como en las del resto de la región, y lo cual es para salir huyendo; cuando no, hacer lo que este muchacho llevaba a cabo; imitando, en ese sentido, a sus hermanos, y que fue lo que motivó el hecho de que al día siguiente de su protesta se presentara una comisión de funcionarios del FAES a su casa, y se los llevara a la fuerza, por supuesto, para la indignación, no sólo de la comunidad larense, sino también de toda Venezuela; puesto que el hecho enseguida le dio la vuelta al mundo; un mundo convertido en una aldea global, como dicen los comunicólogos, ávido de noticias insólitas y fuera de lo común; de modo que si las autoridades de ese estado querían silenciar un clamor más que justificado, lo que hicieron fue darle una repercusión universal, y con ello revelar el grado de su ineptitud en lo que atañe a brindarle a esa comunidad a su cargo una calidad de servicios, acorde con lo que debe ser un bienestar social en el marco de la modernidad de nuestros días, y en donde entran, además de la electricidad, el servicio del agua, aseo urbano, cloacas y telefonía; para hablar de lo más básico, y cuya garantía no es la mejor que digamos bajo el presente régimen de gobierno, signado por la improvisación y la desidia, y que es lo que explica el hecho de que millones de venezolanos hayan tenido que hacer, lo que antes dijimos, esto es, salir huyendo del país, como una de las alternativas.

Porque, en efecto, este joven lo que hacía no era sino imitar, en todo caso, a sus hermanos en la acción del caceroleo; tomando en cuenta que allí no hay una conciencia en plenos cabales e, incluso, se habla de una caracterización muy específica, en lo que se refiere a la conducta de las personas, que arrastran esta condición; cercana más bien a la dulzura, a la inocencia; puesto que por su limitación cognitiva no alcanzan la madurez, y que es lo que revela la ferocidad de un régimen, que demuestra en su desesperación ese dicho, de que no tiene paz con la miseria. ¿De desesperación hemos hablado? Sí, porque sólo una autoridad que se excede en el uso de la fuerza de tal manera, no lo hace sino porque no está en disposición de admitir su incapacidad, para ejercer la función de la gerencia pública, que decidió asumir; pues de otro modo tomaría las cosas con calma, y se esmeraría para superar sus fallas, y así que se va al primitivismo, sobre todo, para amedrentar a una comunidad, que le objeta su proceder; pues en este caso está consciente, de quién es la persona contra la que está actuando con conocimiento de causa; dado, por lo demás, de que la detención del joven Pérez Luna, reitero, se produce al día siguiente de la protesta, y es sacado de su casa esposado; lo más probable, forzándole sus brazos de niño, dicho en términos fisonómicos; partiendo de que una persona que nace con síndrome de Down se distingue a leguas; pero lo que es más grave aún, que la jueza, que procesa su caso, exige el informe médico, al respecto, para poderlo liberar; cuando, incluso, hay el calificativo de mongólico en nuestro léxico cotidiano, con el que también se le conoce a esta condición, si es que se trata de ofender a alguien.

Es decir, no se actúa por equivocación con relación a la persona escogida, sino que se actúa, en ese sentido, para que la comunidad, a la que pertenece, quede bien aleccionada, y es aquí donde se mide la vocación de servicio público de la autoridad, que ejerce el poder en un momento determinado, si es que la mueve el interés del bien común o del interés particular; que, al parecer, en la del estado Lara más priva lo segundo, y de donde resulta una gran verdad aquello que se le atribuye a Whiston Churchill, de que el buen gobernante no es aquél que está pensando en la próxima elección, sino en las generaciones futuras.

Incluso, con independencia del estado anímico del joven Pérez Luna, él está en su derecho; como es el derecho a la protesta, consagrado en nuestra Constitución desde 1961, y al que apelaba, para no ir tan lejos, Hugo Chávez, más para justificar su intento de golpe de estado funesto, al que siempre se refirió como una rebelión, cuando no tenía lugar; pues lo dirigió contra uno de los gobiernos más asertivos, que tuvo nuestra República civil; partiendo del hecho de que ese 4 de febrero de 1992, tenía como antecedente un 1991, que había cerrado con un crecimiento del PIB de 9.7%; algo que, por lo demás, aquel ignaro y felón teniente coronel desconocía por completo.

Que fue lo que conoció Hannah Arendt, la famosa tratadista de los totalitarismos, como la banalidad del mal: acciones de alta envergadura represiva, llevadas a cabo por individuos muy mediocres; no a nombre de un particular, sino a nombre de un sistema de gobierno, por lo que es dable preguntarse en esta oportunidad: ¿es tan mongólico el uno como el otro?, ¿no es acaso tan mongólico éste, como aquél que lo detiene? Porque, puesto ante un tribunal de justicia el funcionario que procedió a detener, no sólo al joven Pérez Luna, sino también a sus hermanos, éste responderá, evidentemente, que cumplía órdenes, y así salva su responsabilidad, y esto gracias a su estatus de don nadie; quedando, no obstante, el mal latente, con independencia de la pena que se le imponga, y que fue lo que llevó a Arendt a decir que sólo bajo un totalitarismo es como se conoce la naturaleza de la maldad.

melendezo.enrique@gmail.com

 

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