No hay nada de original en este título. Todo es parte de una asociación que hice recientemente en el comedor de la sala cuando escuché a Ismael Rivera interpretando “Las caras lindas de mi gente negra”. Esa canción que encierra una gran verdad y que el inmortal “Maelo”, al ritmo de salsa, aflora en el sincretismo cultural latinoamericano. Es que la magia musical, con su infaltable letra, nos traslada por esos mundos imaginarios para reflexionar sobre las circunstancias que vivimos.
Como no estoy exento de la cruda realidad, me refugio en la escritura para plasmar pedagógicamente las vivencias de un pueblo condenado a morir ante tantas penurias y calamidades. Es como decía acertadamente José Ortega y Gasset “Soy yo y mis circunstancias”. Así lo creo. Debo vivir en carne propia las cosas para tener autoridad moral y develarla a los ojos de aquellos que intentan ocultarla. Debo existir para, luego pensar y actuar para cambiar las circunstancias. Un simple juego de palabras que nos permite ser parte de una sociedad agobiada de tantos desenfrenos y promesas incumplidas.
Uno sale con su mascarilla a cuesta y lo palpa todo. Los rostros, por más que intenten ser tapados, reflejan la miseria a granel. Cada quien deambula por las calles en busca de alimentos, después de haber caminado largo trecho, como si viviera en un pueblo fantasma. Las figuras macilentas se dejan ver en el sombrío horizonte, con sus acostumbrados lamentos por el hambre, la falta de servicios y el desengaño, mientras el futuro se les escapa de las manos. Cerca de allí, la muerte asoma sus narices a la espera del desenlace progresivo de esas almas desoladas para conducirlas al Hades.
Los pasos se hacen cada vez más lentos y la tristeza aflora en los inciertos transeúntes que van de un lugar a otro, como seres opacos hacia su propio epitafio. Ya han perdido las fuerzas, las esperanzas y las ganas de luchar por un mañana mejor. Han sido vulnerados en lo más puro, en su condición humana. Respiran porque no les queda de otra. Caminan las oscuras rutas de la incertidumbre porque son presa de un maleficio colectivo. Han sido condenados a depender del Papá Estado en lo más mínimo, hasta en la forma de pensar y actuar.
Cada uno de esos seres insólitos conforma lo que se ha denominado por el proceso como el “Nuevo Hombre”, producto de un laboratorio social que ha penetrado ideológicamente la psiquis colectiva. Es un sujeto transformado que se conforma con migajas, mientras luce amarrado a las cadenas de la pobreza, la ignorancia y el mesianismo. Se trata de una real metamorfosis que ha trastocado la entereza y heroísmo de un pueblo que en otros tiempos fue modelo de naciones vecinas y distantes. Es el mundo kafkiano que veo y, a pesar de querer zafarme de él y enfrentarlo con hidalguía, me condena, inexorablemente, al cadalso.
Es esa realidad la que me atormenta a toda hora. Ver los rostros tristes de mi gente pobre mostrando un largo vía crucis en su andar. Es un zumbido de llanto y silencio en todo tiempo. Sus gritos se ahogan en el miedo inducido por sátrapas que aspiran morirse gobernando; por especímenes expertos en manipulación y resentimiento social. Es el retrato de la miseria colectiva que asoma su pintura en cada rincón, donde disentir es señal de condena y purga. Los rostros de las víctimas de la autocracia son así. Huelen a pobreza, desidia y conformación. Mientras tanto, los burócratas aprovechan para discursear y venderse como “salvadores de la patria” para seguir amasando una gran fortuna mal habida.
Mientras escribo cada palabra, mi aliento se comprime y reflexiono. Sueño con ver un país distinto, con hombres y mujeres prósperos; niños y jóvenes montados en sus columpios académicos para sembrarse como futuros profesionales; caras alegres de abuelos disfrutando de sus días dorados. Toco con mis dedos el teclado para plasmar un futuro lleno de paz, riqueza y espiritualidad. Volteo en derredor y veo los rostros impacientes de mis vástagos. Pienso, entonces, que vale la pena seguir luchando. Releo una frase de Mandela que dice “Lo que cuenta en la vida no es el mero hecho de haber vivido, sino los cambios que hemos provocado en la vida de los demás”. Allí se resume la razón de mi vida.
@jesusalcastillo