La crisis humanitaria exacerbada por el COVID-19 ha colocado a Venezuela en un punto donde las cosas pueden estar de vida o muerte. ¿Será posible despolitizar la ayuda humanitaria para enfrentar esta situación?
Es que la situación de Venezuela es desesperante. No creo que nadie pueda decir lo contrario. Ya ni Delcy Rodríguez, ahora vicepresidente de Venezuela, se atrevería a afirmar lo que dijo en la OEA en 2017, donde no sólo negó que hubiera crisis humanitaria, sino que tuvo el valor de decir que Venezuela podía alimentar a tres países como el nuestro. O como dijo en 2019, que la ayuda humanitaria de EE.UU. buscaba envenenar a la población, que era un arma biológica –ahora dicen que el arma biológica que usa Colombia son los venezolanos portadores de COVID-19 que regresan a Venezuela.
Ya no son sólo los venezolanos quienes claman por ayuda para palear una situación que cada día se hace más precaria. El mundo civilizado lo hace. Baste referir la reciente “Conferencia internacional de donantes en solidaridad con los refugiados y migrantes venezolanos”, promovida por la Unión Europea y España que colectó unos US$3.000 millones para ayuda humanitaria. Esta ayuda que fue catalogada por el régimen no de arma biológica sino como “espectáculo fraudulento”.
Si bien Venezuela entró en una recesión a partir de la llegada de Nicolás Maduro a la presidencia, el proceso de debilitamiento de la economía medida en la caída del PIB ya venía desde Chávez. Sólo que el aumento de los precios petroleros lo escondía. De más está decir que el origen de estos males fue y ha sido la destrucción del aparato productivo de Venezuela y en general de la economía, bajo un esquema estatista que fracasó estrepitosamente no sólo en Venezuela, sino en el mundo.
Frente a esa catástrofe con su pérdida de legitimidad y apoyo popular, el régimen venezolano ha pactado con otros entes armados como las guerrillas, las bandas criminales, narcotraficantes y sus paramilitares, y los llamados colectivos, para que en alianza con fuerzas antidemocráticas mundiales como Rusia, China e Irán, puedan mantenerse en el poder. Y por detrás, pero metidos hasta los tuétanos, están los cubanos castristas; quienes como las sanguijuelas siguen chupando, como lo acaban de demostrar con su barco cisterna que llevó petróleo a la isla, succionado del poco combustible que el régimen compró a Irán con oro.
La pobreza por ingreso, en Venezuela, ronda al 90 % de la población; los servicios públicos no funcionan, es decir no hay servicio continuo de agua, electricidad, teléfono, transporte, internet, entre otros. Ahora tampoco hay gasolina y por lo tanto el aparato económico está paralizado; se han perdido las cosechas por falta de transporte y de insumos agrícolas. Y encima de todo eso el COVID-19 está comenzando a azotar a los venezolanos con un servicio de salud en crisis, en medio de un país que se muere de mengua, con hambre y sin medicinas.
Los casi 5 millones de venezolanos que huyeron de esta tragedia la están pasando muy mal, pues con las cuarentenas producto del COVID-19 en sus países de acogida han perdido sus fuentes de ingresos. Una reciente encuesta de la Universidad Andrés Bello recogía que “66 % de los migrantes venezolanos en los países citados de América Latina dijo que depende en alguna medida de las donaciones para alimentarse; un 25 % no dispone de dinero para comer y 33 % reportó haber solicitado ayuda para alimentarse”. Miles han comenzado a retornar –a algunos de ellos los señalan como armas biológicas.
Ante esta tragedia, hay que asumir una posición estoica. Sabemos que Nicolás Maduro y su régimen actúan con la lógica de la madre falsa de la historia del rey Salomón. Esa que no le importaba que al niño que disputaba con otra lo cortaran en dos. A Maduro no le importa lo que les pase a los venezolanos, siempre que se mantenga en el poder. Y cuando se dice Maduro, se dice su entorno; pero también nos referimos al gobierno cubano, el ruso, el chino, el iraní y pare usted de contar.
Estando todas las opciones sobre la mesa, sería fantástico que hubiera un Rey Salomón que le arranque a la mala madre el niño y se lo dé a la verdadera, quien tomará buen cuidado del bebé. O que esa inmensa mayoría que aúpa a la madre buena termine por desbancar a la mala.
En ausencia de esas opciones, no hay que descartar lo de negociar con la madre mala la vida del niño. Por eso, no hay que descartar el gobierno interino de Guaidó y el del usurpador, puedan actuar por encima de sus intereses políticos en una especie de tregua política -o taima como se dice en Venezuela- para que se permita el ingreso masivo de la ayuda humanitaria tan vital para Venezuela. En cierta manera esto lo ha pedido Fedecámaras y la Conferencia Episcopal Venezolana.
Y en cierta forma es lo que ha solicitado el embajador germano al arribo de 12 toneladas de ayuda humanitaria desde Alemania, cuando pidió despolitizar la ayuda humanitaria. Este envío es parte del compromiso de la comunidad internacional, que a través de Naciones Unidas ya ha canalizado 100 toneladas de ayuda desde que comenzó el COVID-19. Exiguo aporte frente a la abrumadora crisis que enfrentamos y que, como se dijo, manejan las agencias de Naciones Unidas, algunas en función muy técnica, pero todas monitoreadas por el régimen -que no duda en sacar provecho político de ello- pero son insumos que mal que bien llegan a los sitios donde se necesitan. Alemania, EE.UU. y otras naciones que reconocen a Guaidó son importantes donantes de estos insumos, además de los fondos ya referidos para los migrantes venezolanos.
“Ayuda humanitaria despolitizada”, es aquí donde está el nudo gordiano en Venezuela. ¿Será posible un tercer lado de Ury o solamente la victoria y la derrota son los potenciales escenarios? ¿Será posible una pausa o “taima” política, al menos cuando la vida del “niño” está en peligro? ¿Cuánto estará dispuesta la madre buena a entregar por la vida del niño?
Una ayuda despolitizada supondría que fueran las ONGs y la Iglesia, a través de Cáritas, junto a las agencias internacionales las que manejaran la ayuda internacional. Y que incluso se pudiera establecer un comité entre la Asamblea Nacional legítima y el régimen usurpador para manejar esa ayuda. Me imagino que muchos verían en esto una maligna cohabitación y otros como un paso hacia la transición.
Por ahora, esto solamente son “vapores de la fantasía”, como diría Andrés Eloy Blanco, en su poema “La renuncia” – aunque renunciar no es una opción.
En todo caso algo hay que hacer y rápido, pues se nos va literalmente la vida en ello.
P.S: El reciente acuerdo firmado entre las partes para enfrentar el COVID-19 es un ejemplo de la dirección hacia dónde ir. Incluso si no vamos más allá, este acuerdo “por la vida” es algo loable.