Simón García: ¿Dónde queda el futuro?

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Nos domina el pasado. Peleamos en escenarios remotos y por hechos que ya sucedieron. Seguimos la lejana sentencia de Marx: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Por eso, más que nunca, necesitamos llenar la política de porvenir.

La política insurreccional, limitada a amarrar los caballos en Miraflores después de una campaña de extermino del chavismo, fracasó y continuará fracasando. Entre otras razones, por tres: no tenemos ni chopos; es el terreno más ventajoso para el adversario y clava un hueso intragable para las reservas de institucionalidad en la FANB.

El inmediatismo, el todo ya, la idea de una vanguardia pura, el desprecio por objetivos intermedios  y la desvalorización de medios democráticos (el voto, la deliberación, la búsqueda de consenso, el acuerdo posible…) favorecen la ocurrencia de episodios extremistas en la oposición, ante inexplicable privadas de líderes como Henry Ramos, Henrique Capriles  o Rosales.

Es urgente, teniendo como soporte a todos los partidos que difieren en los medios y coinciden en reconquistar la democracia, tramar una alianza entre sectores moderados y radicales, que incluya a nuevos actores y se abra a demandas que agreguen amplitud y aportes a la oferta de cambio. Es lo que quiere la oposición social y lo que la oposición partidista no oye, extraviada en acentuar su fragmentación, su debilitamiento y su separación de las necesidades de la gente.

Es por la naturaleza autoritaria y la gestión destructiva del régimen que la oposición debe volver a su estrategia constitucional, pacífica y electoral aun ante la resistencia del poder a someterse al veredicto popular. Frente a ese poder, que no está exento de contradicciones, es erróneo ignorar que el cese de la destrucción del país será el producto y no el requisito previo de un proceso. Tenemos años poniendo la usurpación detrás de la carreta.

¿En cual mente cabe que el exterminio entre venezolanos pueda ser, en medio de tantas crisis, una solución? El uso de la violencia solo conduciría a convertir el actual empate catastrófico en un desempate anárquico y desintegrador del país.

Por el camino del cero acuerdo Maduro logró seguir en Miraflores el 2019 y el 2020, contra las cuerdas, pero consolidando su lecho de rocas. Mientras, disminuyó la expectativa en un cambio a corto plazo, se erosionó la credibilidad en la oposición y creció la opción de adaptarse a una más larga travesía por el desierto autoritario.

El empate catastrófico, en la que ningún actor puede imponer su voluntad, congela el cambio en una fase crónica y exige volver a todas las opciones en la mesa. El pueblo, más que una vanguardia iluminada, tiene derecho a votar para decidir cual futuro quiere y a cual proyecto prefiere entre el autoritario y el  democrático.

Hay que asumir las elecciones sabiendo que no estamos en Suiza y que este régimen bloqueará por todos los medios su prolongación en el poder. Hay que arrancarle, con ayuda de la presión internacional, condiciones de transparencia y la mediana institucionalidad de un nuevo CNE capaz de hacer efectiva la derrota cantada del régimen. Una victoria del país que podría detonar la vía para reconquistar la democracia.

La política opositora no puede descansar en una emocionalidad que se basa en falsas esperanzas. El país necesita una política transicional centro progresista, de amplio espectro social y partidista.

El futuro queda en las necesidades de la gente, en la reconstrucción, entre todos, del país; en acumular éxitos que no se despilfarren y en ayudar a que esta necesidad alumbre sus dirigentes.

 

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