Victoria en Carabobo
Bolívar ataca en el campo de Carabobo. A pesar de la inferioridad numérica de sus fuerzas, entabla batalla con los realistas y en seis horas de encarnizado combate los desbarata, les inflige más de tres centenares de muertes, toma mil cien prisioneros, 500 fusiles, siete cañones, y persigue los restos del adversario hasta Tinaquillo. Así, el 28 de marzo de 1814 cierra con la victoria patriota la Primera Batalla de Carabobo.
Contrarrevolución en Europa
De poco vale el brillante triunfo. Pronto llegan noticias de la deposición de Napoleón Bonaparte el 3 de abril de 1814, de la devolución del trono español a Fernando VII mediante el tratado de Valencey, de la entrada de éste en Madrid el 13 de mayo de 1814. En septiembre de ese año las monarquías de Europa se agavillan en una Santa Alianza para restablecer el absolutismo y exterminar movimientos liberales e independentistas. En octubre ya está reunido un Congreso en Viena con idénticos fines. Por si tanta diplomacia no fuere suficiente, el 15 de febrero de 1815 España despacha a América una nueva Armada Invencible al mando del “Pacificador” Pablo Morillo, con 64 navíos y 15.000 hombres. La Independencia parece una causa perdida.
Coaliciones y contrarrevoluciones
Desde el Descubrimiento de América, dos leyes rigen la política europea, que pretende a su vez regir al mundo. La primera, dispone que Inglaterra reunirá una coalición para destruir a cualquier potencia que amenace con dominar la Europa continental y por tanto debilitar la hegemonía británica. La segunda, que toda revolución debe ser atacada por dos fuerzas: una contrarrevolución interna de oligarquías derrocadas y otra externa de potencias amenazadas. Contra la Revolución Francesa y la Latinoamericana operan las dos fatalidades.
Congreso en Viena
En septiembre de 1814 concurren a Viena los representantes de los absolutismos vencedores, Austria, Bretaña, Rusia y Prusia, quienes se reservan las decisiones fundamentales sin consultar a plenarias, y a ellos se añaden posteriormente Talleyrand, en representación de Francia, y don Pedro Labrador, por España. Portugal y Suecia son admitidos apenas en el Congreso General, y no en el conjunto de reuniones particulares donde se adoptan los acuerdos fundamentales. Se trata de una impresionante agregación de poderes. Tras el meteórico retorno de Napoleón durante los Cien Días y su definitiva derrota, muchos más se agregan y envían sus representantes para hacer leña del árbol caído. Unos dos centenares de emisarios de monarquías, casas nobiliarias, ciudades, confesiones religiosas, corporaciones y grupos de interés se agolpan en la ciudad esperando promover y hacer reconocer sus ambiciones. Algunos restauran sus derechos con actos que delatan la atmósfera reinante: el Papa Pío VII reinstala la Inquisición; Fernando VII impone un poder absoluto desconociendo la Constitución que le impusieron los liberales.
Santa alianza en Europa
Si bien el Congreso de Viena dura poco en sus deliberaciones, uno de sus resultados indirectos, la Santa Alianza, se prolonga en el tiempo y termina por constituir un compacto bloque de los absolutismos europeos, del cual Inglaterra se excluye con la excusa de que sus principios le impiden intervenir en la política de otros países. Dicha liga se constituye el 26 de septiembre de 1814, en gran parte bajo la instigación del zar Alejandro I de Rusia, y significativamente empieza a perder eficacia y disolverse en 1825, tras la muerte del soberano. El príncipe Metternich y Talleyrand son los agentes diplomáticos de este pacto, que integran inicialmente el Imperio Austríaco, el Imperio Ruso, el Reino de Prusia y a partir de 1818 Francia, cuando cesa la ocupación extranjera. Su política es contrarrevolucionaria: se propone mantener “el orden de Viena”, y se reserva explícitamente “el derecho de intervención si la situación interior de un Estado amenaza la paz de sus vecinos”. Se entiende que cualquier país actúa así al esgrimir reivindicaciones nacionales, ideologías republicanas o reformas sociales. Esta liga de despotismos celebra ocho grandes reuniones entre 1814 y 1830, imponiendo al Viejo Continente “el sistema de los Congresos”, y de hecho, en casi todas estas reuniones se aprueba algún tipo de intervención, que se materializa en otras tantas invasiones contra España, Polonia e Italia, y en amenazas contra el Nuevo Mundo. Tal confabulación de poderes preocupa a los movimientos independentistas de América Latina. El “orden de Viena” interpretado y aplicado por la Santa Alianza pesa desde entonces como amenaza potencial sobre la región.
Independencia en América
Pero ¿qué ocurre mientras apolillados diplomáticos y vetustos emperadores creen decidir el destino del mundo? Las fuerzas del Pacificador Morillo son repetidamente derrotadas, hasta que Bolívar lo convence de suscribir en 1819 un Tratado de Regularización de la Guerra, y acaba definitivamente con la dominación española en Venezuela el 24 de julio de 1821 en la Segunda Batalla de Carabobo. Los conciliábulos de la Santa Alianza tampoco impiden la definitiva independencia de América del Sur en 1824 con la batalla de Ayacucho; pero en alguna forma alientan el proyecto de unidad latinoamericana y caribeña que Bolívar intenta en el Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826. Conciliábulos y Alianzas se pierden en el olvido: América Latina y el Caribe viven.
Unión ocupada por la OTAN
¿Con qué título, con fundamento en cuales derechos, a cuenta de qué se atreve esa nueva Santa Alianza de países ocupados por la OTAN que llaman la Unión Europea a sancionar funcionarios venezolanos o reconocer usurpadores votados por nadie? Evidentemente, su inveterada costumbre de ser perpetuamente ocupados por tropas extracontinentales les hace olvidar lo que significan soberanía e independencia, y que ya los absolutismos del Viejo Continente no nombran ni deponen Capitanes Generales o Virreyes en América. Propongo enviarles copia de nuestra Declaración de Independencia, a ver si se animan a declarar la suya.