En los últimos días, Nicolás Maduro ha emitido señales inequívocas de debilidad. Debió revocar la expulsión de Venezuela de Isabel Brilhante Pedrosa, la embajadora de la Unión Europea. Y no pudo cumplir con su amenaza de sancionar a Jesús Silva Fernández, el embajador de España. Con este destacado diplomático Maduro ya tuvo una experiencia mortificante: en 2018 le declaró persona non grata, obligándole a regresar a Madrid. Pero meses después admitió que era persona grata y se allanó a que reasumiera su embajada. Silva Fernández comete el peor pecado posible para un representante extranjero: es el anfitrión del opositor y asilado político Leopoldo López.
Tal vez, en un pliegue de su intimidad, el dictador venezolano disfrute no poder alcanzar sus objetivos. El conflicto con Europa es una obsesión de Diosdado Cabello, su segundo, su rival. Maduro tuvo que soportar otro disgusto. Gran Bretaña reconoció a Juan Guaidó como presidente de Venezuela de manera muy concreta: un fallo judicial admitió sus derechos para disponer del oro depositado por el Banco Central de Venezuela en el Banco de Inglaterra. En este contexto tan poco amigable, ocurrió lo peor: en una escala de un vuelo privado desde Caracas a Moscú, fue detenido Alex Saab, un multimillonario colombiano al que le atribuyen ser testaferro del sultán caribeño. En cualquier momento, Saab será extraditado a los Estados Unidos con sus valiosísimos secretos. A Diosdado se le dibuja, involuntaria, una sonrisa.
Los fracasos externos coinciden con un agravamiento de la pandemia en el país. Los casos se van incrementando de a 200 o 300 por día y ya llegan a más de 6.000. Comparadas con los de otros países, las cifras no son graves. Recortadas contra el sistema nacional de salud, son alarmantes. Los venezolanos sufren una crisis sanitaria desde hace años. Gran parte de sus hospitales carecen hasta de agua.
Sin embargo, el régimen puede sacar una ventaja provisoria de la multiplicación de los contagios. Ordenó una cuarentena estricta, que obliga a la población a pasar todo el día en casa. La dramática escasez de gasolina del país con mayores reservas de petróleo del continente quedará disimulada. Y los opositores no podrán tomar las calles. Cualquier movilización será virtual, como la que se produjo el domingo pasado, con 15.000 personas conectadas para protestar contra Maduro y escuchar en vivo a Leopoldo López.
La cuarentena sirve también de excusa para interrumpir las negociaciones con la oposición. Ya no se podrán compartir reglas de juego para las elecciones parlamentarias. Una pena. No queda más remedio que hacer, de nuevo, fraude. A este objetivo van dirigidas varias decisiones de la dictadura. Es sorprendente que un grupo humano con tantas dificultades para organizar la macroeconomía, la explotación de petróleo o los servicios públicos, sea tan minucioso para manipular los resortes exactos de la permanencia en el poder. La ley del deseo.
El chavismo también culpa al virus por no poder concertar con sus opositores la integración del Consejo Nacional Electoral. La representación política en ese cuerpo debe surgir de la Asamblea Nacional, donde la oposición es mayoría. Ahora esos consejeros, encargados de garantizar la pureza del sufragio, serán oficialistas designados por un Tribunal Supremo también oficialista.
Aún así, Maduro tiene miedo de perder. Por lo tanto, la Justicia aceptó los reclamos de varios amigos del régimen que reclaman el control de partidos opositores. El Tribunal Supremo destituido a la dirección de varias de esas fuerzas, para reemplazarlas por amigos del poder. Los candidatos chavistas enfrentarán, entonces, a rivales de juguete a los que el gobierno otorgó los símbolos y designaciones de la oposición.
El árbitro y los competidores son, entonces, subordinados a Maduro. Así y todo, él presiente una derrota. Por lo tanto, el Consejo Nacional Electoral resolvió cambiar el sistema de elección. A las listas partidarias se agregarán candidaturas uninominales. 48% de los diputados, se seleccionarán con el primer método; 52%, con el segundo. Para que esto sea posible se amplió el número de bancas de la Asamblea de 167 a 277 legisladores. El chavismo arma una reglamentación a medida para tomar el control del Poder Legislativo, que hoy está presidido por Guaidó.
Aunque parezca mentira, toda esta ingeniería es insuficiente para que los candidatos de Maduro ganen en las urnas. Podría pasar que no se alcance el mínimo de votantes establecido por la ley: 50% de los ciudadanos habilitados. Hay muchos indicios de que la dictadura se dio una ayuda a sí misma para evitar ese problema. A comienzos de marzo pasado, ocurrió un incendio misterioso. En el barrio de Petare, ubicado en el suburbio de Caracas, las llamas redujeron a polvo 49.000 urnas electrónicas. Nadie entiende cómo es que el dispositivo para realizar la elección en todo el territorio venezolano, que incluía 127.000 boletas electrónicas, estaba almacenado en un solo lugar. Para los subordinados de Maduro del Consejo Nacional Electoral debe haber sido una tragedia. Sobre todo porque ese material había sido auditado por técnicos de la oposición. Ahora ese arsenal deberá ser reemplazado por otro, que no podrá ser revisado por falta de tiempo. El régimen lo importará de China, un paraíso de la transparencia electoral.
El chavismo compite consigo mismo. Sin embargo, no está seguro de ganar. Por eso se ha vuelto cada vez más represivo. Personas muy bien informadas de Venezuela narran las atrocidades que padecen quienes militan en la oposición. Esos disidentes son detenidos y, además de la pérdida de la libertad, deben soportar que los saqueen. Pueden perder el auto, si se los atrapa en la calle, o todos los objetos de valor, si son víctimas de un allanamiento. Les roban dinero, objetos de valor y, sobre todo, teléfonos celulares. En muchos casos la palabra detención es un eufemismo. Se trata de secuestros, debido a que por días o semanas se impide la comunicación con un abogado defensor.
Maduro fijó la fecha de las elecciones para diciembre. Quiere que sean después de las estadounidenses. ¿Cambiará el apoyo de Washington a la oposición venezolana si llega a perder Donald Trump? Felipe González fue enfrentado a esa pregunta semanas atrás, durante una videoconferencia de un ciclo organizado por Guaidó, en el que también participaron Oscar Arias y Fernando Henrique Cardoso. González fue sagaz: aseguró que es muy probable que a los venezolanos les convenga más un triunfo de los demócratas. “Trump es imprevisible”. Clarividente. Trump todavía no había insinuado que era capaz de reunirse con Maduro.