Trabajar en la frontera en época de pandemia

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El trabajo sigue; pero a media máquina.

Parte de los vendedores informales son migrantes internos que resisten al escenario que se vive a causa de la covid-19

La frontera continúa en toque de queda (de 4:00 p.m. a 10:00 a.m. del día siguiente) y en aislamiento total

David, Freddy y Elías laboran en diversas áreas de la frontera colombo-venezolana. Los tres se han ajustado a los virajes ocasionados por la covid-19. Abren sus puertas cerca de las 10:00 a.m., hora en la que concluye el toque de queda, y cierran antes de las 4:00 p.m., para evitar transitar por las vías en horario no permitido.

Como ellos, son muchos los que hacen lo mismo en la ciudad de San Antonio del Táchira para adaptarse a un escenario que, por los momentos, está lejos de cambiar. Para los tres, en comparación con los días en los que el virus aún no se registraba en la zona, las ventas o arribo de clientes han caído enormemente.

Las pocas horas de trabajo y el hecho de que la mayoría esté enfocada en obtener los alimentos, han provocado disminución en las ganancias de quienes aún persisten en sus negocios. Algunos continúan desde la informalidad; otros lo hacen desde la formalidad de sus locales.

Los tres estiman cifras similares en torno a la baja de sus ventas: 80 %. Este panorama ha ocasionado que su poder adquisitivo siga en declive. Como gran parte de la ciudadanía, cobran sus servicios en moneda colombiana para evitar que lo percibido por algún trabajo efectuado se devalúe con el pasar de las horas o días.

Frente al lóbrego panorama laboral como consecuencia del virus, los ciudadanos están convencidos de no bajar la guardia y resistir mientras la “normalidad” va regresando al país y en especial a la zona de frontera, la cual venía registrando, antes de la pandemia, un crecimiento de la informalidad debido al arribo de migrantes internos, quienes en la actualidad están retornando a sus estados, tras cumplir con los protocolos de aislamiento preventivo.

Se radicaliza el aislamiento

Con la radicalización de las medidas para frenar la covid-19 y evitar la propagación de casos comunitarios, la desolación en las calles se ha acentuado.  De 4:00 p.m. a 10:00 a.m. del día siguiente, se han intensificado los operativos por parte de los organismos de seguridad, que velan por el cumplimiento de las nomas.

Un pool que operaba clandestinamente en el barrio Simón Bolívar, en San Antonio del Táchira, fue desmantelado el pasado viernes por parte de las autoridades. Las personas que se hallaban en el lugar fueron detenidas y trasladadas al comando 212° de la GNB.

Ante la situación que se vive con la pandemia, este tipo de establecimientos no pueden abrir sus puertas, pues el solo hecho de las aglomeraciones viola las normas actuales de bioseguridad y sanitarias.

“Lo más difícil es conseguir la fuerza para mantenerse”

Cuando Freddy Marciani, de 32 años, y su hermano Luis Fernando Marciani, decidieron montar su barbershop, el 2019 estaba a punto de culminar. Era diciembre, ya habían logrado el dinero para llevar a cabo su sueño. Así lo hicieron y, tras seis meses de trabajo, persisten en el mismo local, convencidos de que vendrán tiempos mejores.

“Se trata de un negocio de barbería, es mixto. También tenemos juegos de pool. Cuando empezamos, teníamos audiovisuales para los muchachos. Había juegos de PlayStation. Arrancamos en diciembre y nos llevó todo el año pasado para conseguir el capital y el mobiliario”, destacó el joven.

Según Marciani, hasta mediados de febrero, el negocio iba bien encaminado. Lamentó que la situación con la pandemia cambiara todo, viéndose reflejada en la reducción del personal, el cual, en momentos del inicio de la cuarentena, estaba conformado por seis personas; actualmente solo quedan tres.

Al preguntársele sobre qué ha sido lo más difícil en esta pandemia, respondió en base a la fuerza que debe sacar a flote para mantener la constancia, pues a veces no hay ingresos. “Hemos incurrido en deudas, ya que hay que seguir pagando el alquiler. Al final, llegamos a un acuerdo y nos bajaron el monto para seguir trabajando, aunque hay días que no obtenemos ningún ingreso”, acotó.

Para Freddy, esa constancia, cuando el escenario cambie, va a tener una recompensa. “Sin embargo, mantenerla en estos momentos es lo más difícil. A veces lo más fácil sería no hacer nada o dedicarse a otra cosa, pero hay que seguir adelante”, resaltó quien hizo énfasis en su gran meta: convertir la barbería en la más grande de San Antonio.

“Íbamos a tener venta de alimentos, entretenimiento, audiovisuales. No solo iba a ser el lugar para cortarse el cabello, sino para disfrutar, compartir y esparcirse”, indicó quien no descarta ver su barbershop cristalizado, una vez la normalidad toque la puerta de nuevo.

“Trabajo de tres a cuatro horas”

El tarantín de Elías Molina, de 39 años, llama la atención a simple vista. Tiene unas ruedas que le permiten moverlo con facilidad en caso de que deba abandonar el lugar donde se instala para ofrecer sus productos: películas, tapabocas y cargadores de celulares.

Algunos de los precios los tiene exhibidos en hojas que acomodó en su puesto de trabajo, el cual va rodando por las calles o vías de la frontera donde hay más gente. “Por eso, siempre recorro los alrededores de los mercados”, recalcó.

Molina, proveniente de Barinas, arribó hace más de 36 meses a la frontera, junto con su esposa y dos hijas. “No he pensado en regresarme a mi estado, ya que las cosas allá están peores. Acá, aunque sea hago algo”, dijo.

Antes de la pandemia, sus ganancias eran entre 50.000 a 70.000 pesos y trabajaba más de 12 horas. En la actualidad solo labora entre tres y cuatro horas diarias, y sus ingresos disminuyeron entre 5.000 a 10.000 pesos.  “Cuando comencé, vendía agua y helados”, enfatizó.

“Sale uno a las 10:00 a.m., llega uno al lugar de trabajo a las 11:00 a.m., y a las 2:00 p.m.-3:00 p.m., ya uno está recogiendo”, prosiguió el caballero, quien vive en la parroquia El Palotal, en el municipio Bolívar.

“Sigo acá, pues mi tierrita está dura”

David Carrero, de 27 años, arribó hace ya un año a San Antonio del Táchira. En la actualidad es el encargado de una cauchera en la ciudad fronteriza. “Acá trabajamos en la reparación de llantas. Los que más vienen son los mototaxistas, a quienes les damos precios especiales”, aseveró,

Carrero, como muchos, vive del día a día, de “lo que caiga, amén”. Lamenta el no poder trabajar las mismas horas de antaño, limitación a causa de la pandemia, y que ha provocado que las entradas de dinero desciendan en un 70 %, de acuerdo con sus percepciones.

“Comenzamos a las 7:00 a.m. y a las 2:00 p.m. ya estamos cerrando”, puntualizó quien suele arrancar en horas donde el toque de queda sigue activo.“Gracias a Dios, pese a que estamos abriendo horas antes de que culmine el toque de queda, nos han dejado laborar. Todos nos tendemos la mano. Sigo acá, pues la tierrita esta dura”, acotó.

Pese a la cuarentena, dijo estar muy agradecido con la frontera. “Primero, gracias a Dios, y segundo, al pueblo de San Antonio”, remató.

La Nación del Táchira

 

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