Nadie dice voy a ser feliz por media hora o por un año. La felicidad es un milagro, no tiene fecha. Ni siquiera es un sentimiento. Cuando más, un pre-sentimiento. Es por eso que es muy distinto creer que somos felices a ser felices. La felicidad no se programa. La felicidad es un encuentro consigo a partir del otro en el mundo. La felicidad es, si se quiere, el amor, aunque el amor –lo sabemos todos- no siempre es felicidad.
¿Por qué escribo o reescribo esto? Quizás porque en medio de la pandemia ha podido descubrirse que ser feliz no significa ser infeliz. Cuando estamos ocupados no somos ni lo uno ni lo otro, y nos guste o no, la mayor parte del tiempo vivimos ocupados. A fin de regular ocupaciones, contamos los días y los años. Es como nadar. Dejas de nadar y te ahogas. Dejas de vivir en el tiempo y te hundes en el tiempo. Eso explica por qué cuando no estamos ocupados intentamos al menos llevar una vida entre-tenida.
Entre-tener: Verbo que hay que tomar muy en serio pues significa “tenerse entre” ¿entre qué? Entre dos tiempos: el tiempo del nacimiento y el tiempo de la muerte. Muchos han muerto creyendo que al haber llevado una vida entre-tenida han tenido una vida feliz. Pero no es así. Solo han logrado nadar en el tiempo sin ahogarse.
También, cuando no estamos ocupados (trabajo, deberes) hacemos “pasatiempos” creyendo que así “pasa” el tiempo y no nosotros en el tiempo. Sin pasatiempos nos sentimos aburridos. El aburrimiento es un vacío de tiempo, es vivir en un tiempo no ocupado, es no saber qué hacer con el tiempo y así cada minuto nos parece una eternidad.
Aburrimiento es una palabra que suena horrible en español. Parece decir que al no hacer nada nos convertimos en burros. Afortunadamente, en otro idioma muy distinto, el alemán aburrimiento se dice “Langeweile” que quiere decir “momento–largo”. Y efectivamente, si medimos el tiempo no solo en su longitud sino en su intensidad, hay momentos que nos parecen largos y otros cortos.
A Martín Heidegger debemos el descubrimiento del sentido existencial del aburrimiento (momento largo). Con ello Heidegger se situó en la tradición de pensadores que han despojado a conceptos socialmente peyorativos de su estigmación. Tradición iniciada por Erasmo y su “Elogio de la Locura” y continuada por Paul Lafargue –quien además de ser yerno de Karl Marx era un pensador original- en su muy conocido “Elogio de la Pereza”.
En el texto de Heidegger, “Conceptos básicos de la Metafísica” (Grundbegriffe der Metaphysik) hay pasajes que darían para compilar un ensayo titulado “Elogio del Aburrimiento”. Se trata de momentos en los cuales no estamos “tiemporalizados” (gezeitigt) o lo que es parecido, cuando somos enfrentados con un vacío de tiempo. Ese vacío es para muchos un abismo y como tal lleva a “la naúsea” según Sartre, o al miedo según Heidegger, miedo que convertido en terror (pienso en “El Grito” de Munch) puede conducir fácilmente a la locura. Pero también, y he ahí la importancia del “momento largo”, puede ser ese el instante en el cual comenzamos a indagar acerca del verdadero sentido de la existencia y de la vida (no son sinónimos, no todo lo que existe, vive)
¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el valor de la vida que llevamos? ¿Cuál es el significado verdadero de nuestros actos?” El “momento largo” podría ser también el momento de una “conversión” que lleva al verdadero pensamiento, al del espíritu.
La filosofía, según Heidegger, es hija del miedo y del abismo. Ese miedo que no sentimos cuando estamos ocupados. Ese abismo que no vemos cuando leemos el periódico. Cuando pensamos, en cambio, estamos vueltos hacia nosotros mismos, sin exteriores, sumergidos bajo el tiempo. Quizás esa fue la razón que llevó a decir a Hannah Arendt que “pensar es peligroso”. Ese es el peligro del aburrimiento, en sus honduras podemos ahogarnos, pero y esta es la paradoja, también podemos salvarnos.
¿Salvarnos de qué? Creo que hay una sola respuesta: de la nada.
Gracias al aburrimiento podemos acercarnos a la nada. Solo desde ahí podemos mirar al todo.