Apreciadas amigas y apreciados amigos
Por fin encontré el tiempo necesario para escribirles; los extraño. Seguramente saben por experiencia propia lo estresados que andamos todos por los afanes del agua, el gas, las restricciones de la cuarentena, las fluctuaciones eléctricas que han dañado miles de electrodomésticos, falta de internet y de otros apremios cotidianos, lo que nos da poca oportunidad para compartir con las personas que queremos. Es probable que sea por eso que nos vemos imposibilitados de organizarnos para reclamar una vida digna y todos nuestros derechos ciudadanos.
Quise comunicarme con ustedes lo más rápidamente que pude debido al empeoramiento de la crisis de alimentación, servicios y salud que nos está matando, previniendo que un día de estos, sin nosotros quererlo todavía y sin estar preparados, nos veamos en la necesidad de emprender nuestro camino sin retorno. No me estoy despidiendo, solo tomando ciertas previsiones. La vida es muy corta en estos días, y más con esta enfermedad que, subrepticiamente como la corrupción, podría instalarse en nuestros maltratados pulmones debido a la deficiente alimentación por los míseros salarios. Y ni hablar de depositar nuestra confianza en el sistema de salud pública, que es más riesgoso aun que prestar un libro a un amigo que dice apreciarnos y nos asegura su devolución. Me siento contento de poder saludarlos, a todos de una sola vez, mediante esta carta que les he escrito con tanto cariño.
Y, Precisamente, hablando de libros, me parece oportuna la ocasión para recordar a unas pocas amistades muy queridas en quienes confío plenamente, la devolución de los libros prestados con el compromiso solemne de devolverlos lo más pronto posible. En algunos casos han pasado meses y, en otros, años inclusive, y el retorno de tan preciados bienes no se ve en el horizonte inmediato y, como tampoco se ve en el mediato y mas allá, aprovecho para solicitarlos por aquí por este medio tan popular a ver qué pasa. La esperanza es lo último que se pierde. Quiero que sepan que no desconfío de ustedes, no obstante voy notando que no he vuelto a verl@s desde el mismo día en que les confié mis preciados tesoros.
Prestar un libro, un paraguas o un bolígrafo con la intención de expropiárselo a su legítimo dueño, son manifestaciones de la “viveza criolla”, la misma corrupción que hundió a PDVSA y al país en el desastre que hoy padecemos. No hagamos como ese distinguido señor que “sí o sí” prestó 80 millones de dólares de las cuentas del país y que para devolverlos 6 meses después que cese la usurpación.
No quiero parecer agorero, pero ¿qué pasaría si la infausta suerte me alcanzara y tuviera que regresar al polvo cósmico de donde todos venimos? ¿Cómo se sentirían ustedes mis apreciados y leales amigos? Quedarle debiendo un libro a un muerto que lo necesitaba para vivir feliz con sus ficciones, es un delito tan grande como quitarle internet a todo un pueblo, o negarle salario digno a los trabajadores, o acorralar financieramente a un país desde el exterior creando mas miseria y hambre a su gente.
Los quiero y confío en que me devolverán los libros.
Protéjanse; usen el tapaboca y practiquen el distanciamiento social; y ¡no presten libros!
Abrazos para todos.