Rafael del Naranco: Exterminando la vida

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La Tierra tiene carcoma y se va extinguiendo ineludiblemente. Tiene carcoma, cansancio o un poco de todos los males que hemos ido arrojando sobre ella en el caminar del tiempo.

Las insondables preguntas de nuestra existencia: ¿dé dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?, se van diluyendo Añadir nuevacomo un terrón de azúcar en un vaso de agua sin encontrar una causa especifica de tanto desasosiego

Hace no mucho  tiempo  – hablando  con la voz de un poeta  – se podía encontrar la respuesta “en el titilar de una estrella, el ir y venir del océano, la mirada de una mujer o la sonrisa de un recién nacido”.

Las complejas moléculas que desde el primer estallido del caldo de la vida, hace quince mil millones de años, han unido a la humanidad con la gran epopeya de la Creación, evolucionando hasta ser responsable de los resortes de su propia conciencia, están a punto de terminar, pero no por una decisión superior, sino por culpa de nosotros, los humanos.

Demolemos nuestra morada en el espacio, con clara conciencia de que lo hacemos, y cada día con más ahínco. Nos olvidamos de una época, ahí, a la vuelta de la esquina, en que todavía no éramos hombres, más bien primates, pero de pie, sobre las patas posteriores, contemplábamos el mundo desde arriba, comíamos caracoles y nos decíamos por señas sentimientos de amor.

Eso ocurrió solamente hace ocho millones de años de los 4.500 de existencia de la Tierra, es decir, un segundo nada más; pero en ese mismo tiempo, o posiblemente un poco más tarde, cuando nos dimos cuenta de nuestra primogenitura sobre el resto de la naturaleza creada, comenzamos a fermentar mala levadura y a tener un sentido claro de nuestra superioridad reflejada en la destrucción.

Y un instante florido, en medio de una extraña y sublime acción, nacieron los salmos y los sueños, el poema épico y la novela; la música, el ajedrez, las matemáticas, la física, el léxico, el núcleo eólico, la ensoñación y el cariño. Es decir, lo hermoso y sublime de la supervivencia.

También por reflexión directa de Dios: Buda, Abraham, Moisés, Jesús, Mahoma, Agamenón, Troya, Ulises, Penélope, Alejandro, Aquiles, Electra, Jasón y todo el saber humano sorprendente y excelso.

Y ese en medio de espacio esplendoroso encontramos la hoja que corta y destruye. Y  comenzó la caída. Sacrificamos la naturaleza y sus animales  para terminar teniendo ante nuestros ojos un cuadro infernal. En los últimos 500 años se han extinguido cientos de especies.

Desde 1950 hemos multiplicado por cinco el consumo de combustibles fósiles. El dióxido de carbono se incrementa en la atmósfera a un ritmo elevado.

Los polos incrementan el deshielo… Los glaciares se derriten, acabamos con la vegetación, los mares y el cielo protector, mientras el presente  Coronavirus  es una aterradora  pandemia que sigue abriendo surcos sobre el planeta  y aún no hemos encontrado la cura para demolerla.

Queda poco tiempo,  y aún así, no todo se ha perdido. El ser humano sigue poseyendo la capacidad de curar el planeta, sería suficiente menos egoísmo devastador y cuidar la naturaleza y sus habitantes como algo santificado.

 

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