La Impresión de impotencia que experimentan los Estados de Nuestra América se manifiesta de varias maneras. Por la pérdida de cierta fuerza de innovación. Por el sentimiento de no encontrarse ya en vanguardia, de no hallarse ya en primera fila en la lucha por el desarrollo sociológico y científico que condiciona nuestra civilización. Por la convicción, en fin, de hallarnos distanciados y de carecer de los medios de participación activa en aquello que cuenta para el progreso del pueblo.
No se trata de “materia gris” en el sentido tradicional de la palabra, sino de medios de organización, de educación y de formación. Tenemos hombres y mujeres capaces de realizar una labor de investigación, pero carecemos de organismos aptos para desarrollar esta investigación a escala suficiente para triunfar en el mundo de hoy. Nuestras universidades se hallan en un estado de esclerosis y de dramática inferioridad, y nos es sumamente difícil transformarlas.
Así, pues, el problema que se nos plantea es un problema de transformación del conjunto del sistema: del trabajo intelectual, de la educación, de la investigación.
Los esfuerzos en este sentido están mal dirigidos. Nos esforzamos en crear centros de producción; pero, con demasiada frecuencia, estos centros son falsas concentraciones, son conglomerados de producción, centralizados en el plano financiero, pero que siguen siendo, en lo que atañe a la gestión, tan endebles como el conjunto de las empresas que reúnen. Y así no se logra una verdadera creación de “organizaciones más agresivas”, capaces de desarrollo.
En lo que concierne a la instrucción y a la enseñanza superior en particular, asistimos a reformas en varios sectores, pero que chocan con tantas tradiciones que no pueden alcanzar un éxito duradero. Transformamos algunos sectores, creamos nuevas estructuras, pero, a fin de cuentas, la tradición sigue predominando y el conjunto no se renueva. Finalmente, el divorcio profundo que sigue existiendo entre la vida social y la sociedad política (es decir, el Estado y los grupos dirigentes).
¿Por qué semejante divorcio entre la vida social y la sociedad política? Responderemos con una hipótesis: lo chocante no es la evolución aparentemente irreversible hacia la sociedad de consumo, sin visión humanista, sino la falta de autoridad y de influencia por parte de los grupos dirigentes.
Parece que esta falta de poder de orientación proviene de cierta esclerosis, de una especie de voluntad, por parte de los grupos dirigentes actuales, de permanecer al margen del cambio.
Si son tan débiles los lazos entre los grupos dirigentes y la vida social, es que aquellos grupos conservan su óptica anticuada y su ética tradicional, y persisten en sus viejos medios de presión. “Estos medios, de carácter burocrático y aristocrático, son los mismos con que se esfuerzan actualmente en seguir actuando”. Pues bien, son totalmente inadecuados a la nueva sociedad que estás naciendo. De aquí nuestra impotencia y nuestra sensación de abandono.
—Los Libertadores: Son símbolos inalcanzables por los momentos, como lo demuestra la historia, que a pesar de su voluntad y la reciedumbre de su ejemplo, por más que dejasen huella en la memoria del buen quehacer fueron estrellas fugaces a las que se tragó el tremedal.
¡La Lucha sigue!