Cuando ustedes, los que están en la cima del Estado, tocan la flauta. ¿Cómo pueden esperar otra cosa sino que los de abajo bailen? Karl Marx.
Dice un adagio popular que conviene recibir lo dicho dependiendo de quién lo diga. No son pocos los políticos o los “especialistas” que aseguran ver la sombra corva y siniestra de Gramsci detrás de los propósitos del gansterato narcoterrorista que mantiene secuestrada a Venezuela. Y es que el pensamiento del filósofo italiano, especialmente su concepto de hegemonía, ha sido representado por estos “expertos” en las formas vaciadas de contenido -adiestrados en prescindir del ser y canjear la verdad por la “metodología”- como el fundamento mismo, el “nervio vital”, de sus objetivos políticos. El plan consistiría, siempre siguiendo le storte intenciones de Gramsci, en “aplicar” su jorobado concepto de hegemonía a la realidad, es decir, adueñarse de la entera sociedad civil, de su cuerpo y de su alma, para consolidar así su poder e instaurar un régimen totalitario, al estilo soviético, que era, claro está, el modelo de estatolatría que Gramsci siempre tuvo en mente. A partir de semejante disquisición, de tan rigurosa elucubración, de tan sorprendente profundidad, uno llega a comprender por qué pueden existir personas que tienen el rostro semejante al de un mocasín. Mentón agudo y cuadrado, cabeza ancha y hueca. Después de todo, algo de verdad tiene que haber en las ficciones de la Nuova Scuola lombrosiana.
Ver la fotografía de Gramsci como telón de fondo del programa de televisión de un maleante, que en algún momento tuvo la osadía de intuir que la política podía ser usada como mecanismo de sustentación criminal, a base de transmutar la comunicación en intrigas y ruindades, dice mucho. Mucho, no tan solo de sí mismo, cabe decir, del inusitado y retorcido cinismo propio del malandro, sino del nivel de los que, fascinados por quienes se han habituado a hacer de la intriga, el escándalo y la ruindad sus mayores delicias, lo siguen con mórbido afán. Da lo mismo echar mano de Simón Bolívar, de Simón Rodríguez, de Antonio José de Sucre o de Armando Reverón y colgarlos en el mismo pedestal del que cuelgan facinerosos de la “talla” de Maisanta, Fidel Castro, el Che Guevara o Hugo Chávez. Son las enseñanzas del viejo aparato de propaganda soviética. El Diamat ruso comenzaba con las fotografías de Marx, Lenin y Stalin. Hoy han sido sustituidas por las de Putin, Masha y el Oso.
Es dentro de semejante contexto de patrañas y manipulaciones que se justifica, en el escenario del estudio televisivo del canal de “todos los venezolanos”, la presencia de la fotografía de Gramsci, al fondo, observando con mirada perpleja, inevitablemente silente, aunque estupefacto, las procacidades de un adicto y demencial delincuente que hoy puede afirmar que la Universidad Simón Bolívar es una institución “privada” y mañana que el presidente Guaidó es el jefe de un cartel de narcotraficantes con alerta roja en China, Rusia e Irán. Whatever! Sólo recibirá elogios por sus infamias de la complaciente pobreza espiritual que nutre su audiencia. Y cabe decirlo, no sólo de los fieles o correligionarios del gansterato. En el diálogo Parménides Platón demostró con creces que toda negación abstracta es, en el fondo, una afirmación abstracta. Los mocasines suelen ser muy cómodos, por lo que exigen pocas mediaciones para ser calzados.
La audacia es tan propia del prejuicio como de la ignorancia, porque la una es un síntoma inequívoco del otro. La expresión “hegemonía” causa urticaria no sólo entre unos cuantos respetables socialdemócratas de formación sino, además, entre quienes han llegado a autodefinirse como “liberales”, sin tener la responsabilidad de conocer, más allá de las reseñas enciclopédicas, los orígenes histórico-culturales de los términos con los que dicen “sentirse” comprometidos. Uno de los más sólidos, coherentes y fundamentados representantes del liberalismo contemporáneo es Norberto Bobbio. Y uno de los autores de cabecera de Norberto Bobbio es Antonio Gramsci, a quien no sólo admira, sino de quien ha derivado la exigencia de recuperar el significado más hondo y auténtico de la democracia republicana. Sólo por “vaga experiencia” o “conocimiento de oídas”, como diría Spinoza, se puede considerar a Antonio Gramsci como un pensador panfletario, digno de presidir el estudio de televisión de un hampón de poca monta, o colocar sus Quaderni del carcere al lado de las “obras incompletas” -nunca escritas- de Ezequiel Zamora.
Piero Sraffa fue un destacado economista italiano, defensor del liberalismo económico y autor de la llamada “teoría de la producción de mercancías por medio de las mercancías”, considerado por los -¡esta vez sí!- auténticos expertos como el refundador de la escuela clásica de economía. Pues bien, a la vuelta de sus frecuentes visitas a la cárcel donde el fascismo mantenía detenido a Gramsci, Sraffa traía ocultos, entre sus prendas de vestir, los cuadernos en los que Gramsci iba pacientemente dando cuerpo a su filosofía de la praxis, de la cual forma parte su concepción de la hegemonía, es decir, del fundamento de la vida dentro de un Estado ético, estrictamente consensual. Una obra, por cierto, que fuera publicada por la prestigiosa editorial Einaudi, cuyos vínculos con el pensamiento liberal son bien conocidos, especialmente porque su editor, Giulio Einaudi, era hijo de uno de los fundadores del Partido Liberal de Italia y segundo presidente de la República italiana, después de la caída del fascismo, Luigi Einaudi.
Es probable, sin embargo, que en las mentes de los prejuiciosos e ignorantes no quepa la posibilidad de formularse la pregunta de por qué los más serios liberales italianos -incluyendo al propio Benedetto Croce- no sólo celebraran la obra de Gramsci, sino que la rescataran de las mazmorras fascistas y la publicaran, primero, en edición temática, a cargo de Palmiro Togliatti y, más tarde, en edición crítica, a cargo de Valentino Gerratana. Para ellos, en cambio, Gramsci es el demonio que tramó e inspiró el perverso plan de Maduro para destruir a Venezuela. Maduro -afirman- “aplica” la concepción de la hegemonía gramsciana. Pero el pensamiento de Gramsci no se “aplica” porque el consenso no se “aplica”, se construye. Si el régimen siguiera efectivamente la lección de Gramsci, la sociedad civil sería escuchada, el país tendría poderes independientes, medios de comunicación libres. Los gobernadores y alcaldes, distintos al régimen, no tuviesen sobre ellos tutelaje gansteril y la Asamblea Nacional no habría sido, primero, desconocida mediante la trastada de una Asamblea Constituyente y, luego, partida en dos mediante la compra y venta de unos cuantos diputados corruptos. Hay quienes gustan tirar piedras al vacío y bailar al ritmo de la flauta de Maduro. Cuando se les agoten los guijarros del sensacionalismo danzante quizá logren comprender que el único “concepto” que sustenta al gansterato es el narcotráfico. Y que por el hecho de ser italiano Gramsci no formaba parte de La cosa nostra.
@jrherreraucv