Ana Noguera: El siglo XXI y la democracia

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Como parece que el coronavirus no está dispuesto a desaparecer así como así, de alguna forma estamos aprendiendo a convivir con él, con todos los riesgos que supone, sobre todo, la confianza extrema que nos hace bajar la guardia. Así, parece que volvemos a una cierta normalidad y en los medios de comunicaciones se abren paso otras noticias más allá de la pandemia, al mismo tiempo que, más o menos, volvemos a reanudar actividades sociales, lúdicas, culturales, … Aunque, sin ninguna duda, condicionadas por esta extraña “nueva normalidad”.

El tratamiento de la pandemia ha devuelto un protagonismo a Europa que estaba en sus horas más bajas, sobre todo, al situarse en el medio de los dos gigantes, EEUU y China, que, bajo enfoques diferentes, adolecen de imagen democrática. China porque no lo pretende ni se lo plantea bajo un régimen que está siendo eficaz, y con eso le es más que suficiente; y EEUU porque tiene un presidente del que nos faltan suficientes adjetivos para calificarlo tanto en su gestión como en su propia persona.

Mientras, en Europa, surgen los debates entre estados nacionales, el fondo de cohesión, la necesidad nuevamente de “igualar” el Norte y el Sur, las protestas de los trabajadores, la polarización de la extrema derecha, … y, sobre todo, y una vez más, cómo debe ser la Unión Europea del siglo XXI, que arrastra el debate entre consolidar un Estado de Bienestar europeo o mirarse el ombligo de fronteras nacionales para dentro.

Eso es, en definitiva, lo que ha ocurrido con la no elección de Nadia Calviño que, como ha escrito muy bien Rafael Simancas, el problema se centra en “el predominio persistente de las opciones contrarias a la construcción de una Europa más solidaria, más democrática y, por tanto, más fuerte”. Efectivamente, la posición de Holanda que, hasta ahora, podía permanecer agazapada detrás de Reino Unido, lidera ahora la posición más conservadora, pero, especialmente más insolidaria y antieuropea, con la defensa de un “club de selectos”.

Sin embargo, lo que está en riesgo es cómo gobernar en el siglo XXI. Y aparecen modelos encima del tablero que tienen serios agujeros.

Ya sabemos que la democracia es un procedimiento del que vamos aprendiendo a medida que lo practicamos. Lo que ocurre es que últimamente hay muchos actores que están más empeñados en “aparentar” formalidad que realmente en “practicar” una democracia, aunque sea con defectos. Y nos conformamos con pensar que la democracia se está extendiendo por todo el mundo como método infalible, aunque al frente tengan a líderes como Trump o aunque algunas de ellas las apodemos con términos como “iliberales”.

¿Qué está ocurriendo? Nada fácil para desentrañar en un artículo breve. Aunque sí para recomendar el libro de Daniel Innerarity, “Una teoría de la democracia compleja”. Muchas, completas y complejas son las reflexiones que nos aporta su estudio. Yo voy a destacar tan solo tres:

*Hay que proteger la democracia de sí misma. Paradójica, sorprendente y certera reflexión. Como bien dice el autor, “la paradoja de todo sistema inteligente es que no nos permite hacer lo que queremos”.

*Sobreponerse a los malos gobernantes: “una sociedad está bien gobernada cuando resiste el paso de malos gobernantes”.

*“La principal amenaza de la democracia no es la violencia ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad”.

Efectivamente, vivimos un exceso de populismo, ignorancia y simpleza, cuando nuestro mundo del siglo XXI es cada vez más complejo, paradójico, inestable, y lleno de incertidumbres. Ya no disponemos de pensamientos que analicen la globalidad como un todo, ni nos sirven las posiciones extremas ni simples, en cambio, son las que están sobresaliendo para nuestro pesar.

Con o sin pandemia, tendremos que analizar si nuestras democracias en el mundo han sido suficientemente sólidas como para soportar los populismos, los líderes ignorantes y arrogantes, y la simpleza como arma política. Y la Unión Europea puede convertirse en una solución capaz de gobernar la complejidad o hundirse en los egoísmos nacionales y los mensajes simples y perversos de la extrema derecha.

 

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