El periodismo covid no nació con el coronavirus. Lo inventaron los medios gringos y europeos contra Venezuela. Sus productos son las covid news, un género desinformativo que se diferencia de las fake news por su rapidez de propagación y fijación en un solo objetivo, en este caso, la República Bolivariana de Venezuela. En cambio, las fake news son más promiscuas y realengas. Carla es covid. Nelson, fake. Y así.
Estados Unidos es el epicentro de las covid news del planeta. Le sigue la silente Europa, como Bernardo al Zorro. Elliott Abrams, encargado por Trump para meter a Venezuela en cintura (ni Boves pudo), viene a ser la proteína que alimenta al virus de las noticias falsas. Guaidó es una subespecie viral al que en cualquier momento lo meten en cloro. Abrams anunció que prepara una suerte de Hiroshima comunicacional contra Venezuela. Semejante bombardeo quemará muchos, muchos dólares. El palangrismo entró en éxtasis.
Abrams no quiere rescatar al autoproclamado, sino salvarse él mismo. Teme que su desesperado presidente termine por darse cuenta de que no sirve para un carajo y lo condene a seguir el camino de Bolton: llorar sobre el lomo de un libro. Empero, escogió el virus equivocado para infectar a la patria de Bolívar y Chávez. Dos décadas largas de perversa, pervertida y perniciosa guerra comunicacional contra Venezuela la acorazaron de inmunidad. Si Chávez viviera –y vive- le dijera –y le dice: dale.
Desde los días del Comandante Invicto hasta el concierto en Cúcuta que quebró a su organizador, Richard Branson, todo el poder comunicacional del planeta –prensa, radio, televisión, cine, satélites y redes- arremetió contra la revolución bolivariana. Derrotados en su terreno, la más patética evidencia de su fracaso es que EEUU y Europa, para darse una consoladora sensación de “victoria”, inventaron un extraviado “presidente imaginario”. El mismo que, según Trump, “no tiene lo que hace falta”, ay. Mi abuelita decía en estos casos: “Dios te salve el lugar, hijo”.