En un escrito titulado “Salarios en la Empresa Privada”, la economista Pasqualina Curcio asegura: “…Al mismo tiempo y en la medida en que el salario real se hace cada vez menor la ganancia de la burguesía, o sea el grado de explotación, aumenta en la misma proporción.
Es un asunto de la cada vez más desigual distribución de la riqueza consecuencia de la hiperinflación inducida. La secuencia es la siguiente: el imperialismo ataca la moneda, inducen la depreciación del bolívar, el precio de todas las mercancías, excepto el de la fuerza de trabajo, aumenta y por lo tanto también los ingresos de la burguesía, al permanecer estancados los salarios, ese dinero adicional que le ingresa al dueño del negocio debido al aumento de los precios va a parar a sus bolsillos bajo la figura de ganancia.”
Las relaciones económicas, comerciales y contractuales entre consumidor y oferente, enttrabajador y la empresa, entre la empresa proveedora y la empresa adquirente del insumo, entre la empresa productora y el comercializador final, al igual que las relaciones humanas no constituyen por su naturaleza y su definición un juego suma cero, donde alguien gana única y exclusivamente producto de que la contraparte haya perdido, haya sido explotada o expoliada.
El hecho cierto, es que la teoría económica y la evidencia explican que en realidad las relaciones económicas resultan mucho más complejas, lo que no significa asomar que resultan relaciones depredadoras por naturaleza como lo asoma la economista oficialista.
La naturaleza de las potenciales relaciones entre un trabajador y un empleador, así como entre un oferente y un demandante de bienes y servicios (a priori, la única diferencia es que en el primer caso el oferente es el trabajador que ofrece su mano de obra y el demandante sería el empresario que eventualmente contrataría a dicho trabajador), es una del tipo suma positiva (ambos ganarían de perfeccionar un acuerdo, contrato o intercambio). Esto significa que antes de llegar a un acuerdo entre las partes, ambas estarían interesadas en cerrar un intercambio, una transacción o un contrato toda vez que ambas partes ganarían o se encontrarían mejor cerrando un acuerdo que en ausencia del mismo. Lo anterior no significa que no pueda existir un pulso entre las partes que negocian para establecer en dicho contrato o intercambio una regla de reparto del valor derivado del contrato. Asimismo, no se desconoce que podría existir poderes de negociación disimiles entre las partes, en cada una de las negociaciones que se lleven a cabo. Sin embargo, la proliferación de estas negociaciones y contratos voluntariamente cuando menos asoma presunción de ganancia para ambas partes, de lo contrario no se perfeccionarían.
La primera aseveración realizada por la economista Curcio, referida a que la caída del salario real va acompañado y explicado por un aumento en los beneficios de las empresas (aun cuando no transcribimos todo su artículo), la hace sin presentar pruebas, evidencia, datos o constatación alguna. Una aseveración de este tenor exige evidencia empírica porque de lo contrario parece asomar una postura ideológica Ad Hoc o un prejuicio (un sesgo).
En ese mismo sentido, los gremios empresariales han denunciado que la crisis económica e institucional durante los últimos 20 años ha provocado el cierre de alrededor del 40-50% de las industrias en el país. Obviamente estos números contradicen la tesis oficialista de Curcio, no tendría sentido que cierren empresas que se estarían viendo beneficiadas producto de la “inflación inducida”, la crisis económica y la pérdida de poder real de compra de los salarios. Más allá, incluso las empresas más grandes, diversificadas y consolidadas por su marca y preferencias del público han manifestado paralización de plantas, caída en la producción y más que deterioro en su rentabilidad asoman operaciones a pérdida (ver declaraciones de Lorenzo Mendoza el lunes 13 de julio de 2020).
Para hacer ver que la relación trabajador y empleador no constituye un juego suma cero, a muchos podría venirnos a la mente ejemplos de conocidos que justamente producto de la descapitalización humana de las empresas y el país, han podido ascender dentro de sus organizaciones, ganándole, puntualmente al momento de ser promovidos, a la inflación en términos reales.
Lo anterior no significa que dentro de la estructura de costos de las empresas -dependiendo del sector al que pertenezcan y el tipo de producto al que nos estemos refiriendo- la remuneración del personal haya podido perder peso relativo, pero esto tampoco se traduce indefectiblemente en que la empresa esté generando mayores beneficios. Por el contrario, dependiendo de la elasticidad de la oferta de trabajo y de la demanda de trabajo -así como la elasticidad de la demanda del producto o servicios que genera la empresa, como para que pueda producirse un passthrough, total, parcial o nulo hacia el precio final-, dependiendo del nivel de especialización del trabajador y su poder de negociación; el pinzamiento de margenes podría ser mayor sobre el capital o dicho de otra manera, la incidencia de la inflación como un “impuesto” podría recaer mayoritariamente sobre los propietarios de la empresa (de hecho, esto podría constituir una de las explicaciones para que numerosas empresas hayan tenido que cerrar sus puertas y santamarías).
En otro orden de ideas, resulta útil, para entender el tema que nos ocupa en el presente artículo, la teoría económica de los Costos Transaccionales de Williamson que explica por qué las empresas existen, prestando atención a la reducción de costos transaccionales que implica en ocasiones incorporar actividades y empleados dentro de las empresas en comparación con la situación de tener que ir periódicamente al mercado a buscar destrezas, especializadades, actividades, factores productivos e insumos. Esta teoría asoma de entrada la posibilidad de que la eficiencia producto de las relaciones laborales justamente hagan de la negociación entre las partes un juego suma positivo (toda vez que los ahorros de costos transaccionales pueden ser divididos entre las partes creando valor y riqueza a ambas partes). Pero adicionalmente, la teoría de la organización industrial asomaría que dichas relaciones y acuerdos entre trabajador y empresario podrían ser una fuente de eficiencia, en específico producto de la eliminación de problemas de doble-marginalizacion, un ahorro y una generación de riqueza y bienestar adicional a la reducción de costos transaccionales, que no sólo da mayor margen para una regla ganar-ganar entre trabajador y empleador, sino que permitiría menores costos, menores precios finales de bienes y servicios en favor de una mayor demanda atendida y en consecuencia mayor beneficio conjunto entre empresario y trabajador, y mayor bienestar social por un mayor excedente de los consumidores en los mercados de bienes y servicios.
Otro hecho que la economista no parece valorar es que las empresas son poseídas por personas que desempeñan un rol de consumidor en los mercados. Por lo que divisiones ideológicas entre trabajador y empleador, cuando menos en empresas de cotización pública con estructura de accionistas atomizados, no parece tener sentido. Asimismo, el pago de bonificaciones a cierto tipo de empleados vía acciones o participación accionaria en la empresa por parte de ciertas corporaciones rompe con dicho prejuicio igualmente.
En todo caso, los paises suelen desarrollar políticas fiscales que tienen por objetivo, ex post, tutelar objetivos de equidad, tema por cierto que no está en discusión (por cierto, la existencia de esta política pública tampoco convalida asomar que la relación entre el empleador y el trabajador, en su esencia y naturaleza, constituya una tipo suma cero o suma constante).
Otra cosa distinta lo constituye que en países con enorme rentas, como la petrolera, el esfuerzo, el conocimiento e incluso el capital humano pueda tender a ser desplazado como factor a ser contratado dado el costo de oportunidad que representa la captura “fácil”, oportunista o inmediata de rentas.
Sin embargo y finalmente, ahora que parece que los mejores posicionados para intentar capturar las rentas petroleras reconocen que Venezuela está dejando de ser -súbitamente- un país petrolero, y que se requieren nuevas fuentes de generación de riqueza, esta precisa tesis de agotamiento de rentas así como las mencionadas a lo largo del presente artículo se expondrán al contraste. En específico, bajo un nuevo escenario de necesidad de crear riqueza, en la medida de su insustituibilidad, rigideces producto de su incorporación en proporciones sino fijas nunca prescindible del todo, dependiendo de su nivel de especialización y productividad, en la medida que queramos reducir el gap y la brecha con la sociedad del conocimiento y la nueva economía a nivel regional y mundial, etc.; la mano de obra podría tener interesantes oportunidades de negociación ante el factor capital. La alternativa de descapitalización humana y pérdida de productividad, que a la fecha estamos transitando, justamente forma parte del problema así como producto de la crisis económica que estamos viviendo. El conocimiento y la especialización constituyen fuentes de productividad, eficiencias y riqueza (tanto en el sector privado como hemos descrito, como en el sector público materializado en buenas prácticas de gobierno y en un mano institucional eficiente). El capital financiero como barrera de entrada al desarrollo de actividades económicas suele constituir un factor importante que incide sobre el nivel de crecimiento y desarrollo de los paises, pero la ausencia de capital humano, constituye en el caso de muchos países inmensamente dotados en recursos naturales, una lapidaria trampa de la pobreza y una de las mayores barreras a las actividades económicas y a la generación de riqueza.
Parece que Venezuela se acerca a una especie de “experimento natural” -ceteris paribus y suponiendo se subsane el enorme problema del marco institucional/regulatorio- para revalidar que las relaciones económicas y comerciales voluntarias y libres constituyen la fuente principal de bienestar y riqueza en las sociedades. Lo anterior sin menoscabo de reconocer que igualmente que dichas relaciones suelen tener características de cooperación en la medida que las contrapartes terminan mejor al llevar adelante el contrato o el intercambio, y a su vez pueden presentar elementos de conflicto de intereses a la hora de definir la regla de reparto del valor o los beneficios derivados del contrato o el intercambio.
Economista UCV