Si bien es cierto que la pandemia presente agobia al mundo con su saldo de dolor y muerte, también lo es que su condición de sobrevenida, insólita, ha planteado circunstancias desconocidas y aún extrañas, llegando a requerir respuestas sobre la marcha generadoras de cambios en la rutina cotidiana y por más, a abrirnos a impensables modificaciones de nuestras visiones y prácticas, desde las más sencillas hasta las dimensiones más complejas. Son tiempos de luchar por la vida aprendiendo a vivirla de otra manera. En una realidad secuestrada por el individualismo, el consumo desbordado, el lucro como objetivo cardinal, la presunción y la opulencia, nos topamos con una escena inédita de sufrimiento. Son tiempos de advertir que la pandemia no vino sola. Hay otros elementos que se suman a ella para exhibir el drama del planeta desgarrado y expoliado sin conmiseración, muerte en las aguas contaminadas, aullidos de la fauna extinguida, imponentes océanos plastificados por la indolencia, crujidos de árboles milenarios muriendo con las selvas, llanto de ríos en defunción, y siempre, el sordo compás de más y más riquezas exprimiendo los polos, el ecuador, los mares, las gentes, la tierra y la vida.
Pero igualmente, estos días aciagos en su ronda macabra van alumbrándonos o percatándonos de llamados a la solidaridad, al apoyo mutuo, a “entreayudarnos”, la comunidad, la valoración de lo cercano despreciado, tornar a la serenidad arrollada por la velocidad y el vértigo, el rescate del afecto reducido por el interés, la reconquista del amor confiscado por el espectáculo, la recuperación del ser desdeñado por los oropeles del parecer, el disfrute de los encantos de la naturaleza y la vida olvidados en un mundo de luces, pantallas y ficciones. Desde esta nudosa confusión surgen esos aprendizajes que nos deja el dolor, los cuales estamos llamados a asumir, so pena de retornar a la normalidad que se pregona como aliento de la posteridad. La humanidad no puede aceptar aquella normalidad, ni tolerar la manera de vivir del antes que nos trajo a la desgracia. De ser así, de consolidarse el injusto dominio de los poderosos reviviendo su insaciable fiesta de destrucción, riesgo presente, más temprano de lo que pensamos, el planeta y sus seres vivos tendrán sus últimos días.
La humanidad requiere resurgir ante la deshumanización campante, los afectos deben copar la vida y la convivencia, la cercanía de los seres debe ser la base de la vida social, de manera de lograr una existencia de entendimiento, marcada por una práctica general llamada por el filósofo Hans-Georg Gadamer, “fusión de horizontes” y tal vez fusión de ilusiones. Es posible vivir de otra manera para vivir de verdad.