La situación de Venezuela es insostenible, con la circunstancia de que los países nunca tocan fondo para poder rebotar hacia arriba. Siempre pueden estar un poco o mucho peor. El único camino posible es ir a la raíz de los problemas generadores de la tragedia y cortarlos con el hierro de los cirujanos cuando se enfrentan a males mayores. Lo cierto es que si este pueblo quiere conservar lo mucho o poco que le queda, la vida, el derecho a trabajar en paz, cuidar a la familia y las cosas fundamentales de la existencia, tiene que rebelarse dejando de lado la enorme tristeza que se ha generalizado.
La responsabilidad mayor está en manos de los dirigentes políticos y sociales de la nación. No podemos aspirar que la gente, por su propia cuenta y riesgo, mantenga con su único esfuerzo la esperanza de un mañana mejor. Sé que está dispuesta, pero necesita de un liderazgo que le señale el camino para alcanzar los objetivos asumiendo responsablemente la conducción del proceso liberador. Hoy están en peligro no sólo la libertad, también la existencia misma.
Si los auténticos demócratas estamos convencidos de que vivimos bajo una dictadura comunistoide a la cubana, increíblemente incompetente para ejercer la función pública, corrompida de pies a cabeza, instrumento de intereses extranacionales con poder adquirido en nuestro territorio, dispuesta a cualquier cosa para permanecer en el poder, no podemos seguir perdiendo el tiempo en discusiones electoralistas fuera de tiempo y lugar que lejos de unificar contribuyen a la división y le hacen el juego a la estrategia de la dictadura. A algunos se les olvida que lo que se plantea no son elecciones presidenciales sino parlamentarias, tramposamente concebidas para utilizar al máximo los inconstitucionales poderes que conservan y liquidar definitivamente cualquier estructura de poder que escape de su control directo.
Hemos sido solidarios con las directrices emanadas de la Asamblea Nacional, con Juan Guaidó como Presidente (e) de la República, con el mal llamado G4 y con el J16, grupo parlamentario respetable y acertado, pero pretender que en nombre de la unidad opositora se toleren conductas reprochables y errores graves en asuntos concretos, es hacernos cómplices de “un viaje hacia ninguna parte”. Como diría Luis Betancourt, unidad no es complicidad. No puede serlo, por nuestras convicciones y por nuestra propia trayectoria que tenemos la obligación de honrar.
En vez de dirigir todo el impulso opositor contra el primer objetivo prefijado (Maduro y la usurpación), pareciera confundirse con la estrategia electorera de la dictadura. En el mejor de los casos, el esquema es precario. Puede servir o no servir, pero que sea lo primero o lo segundo depende fundamentalmente del adversario. Llegó la hora de que este pueblo nuestro ejerza su derecho a la legítima defensa. Nadie podrá censurarlo.
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