Alejandra Ocasio-Cortés será algún día Presidenta de los Estados Unidos de Norteamérica, en la no tan inalcanzable utopía donde esa nación ponga en orden la etimología de su verdadero nombre (pues, América será siempre un inmenso continente del que forma parte esa unión de estados diversos), la definición de raza (concentrándose en la palabra humana), el reconocimiento de la especie –generalmente racional—, el tesoro irrecuperable de todos los recursos naturales (incluyendo la vida humana), la inutilidad práctica de tanto armamento de destrucción instantánea servido como comida rápida, incluso en las escuelas… y un largo etcétera que florecerá sobre todo en cuanto sus cartas magnas, códigos, modos y maneras digieran al lado del oprobioso racismo fundacional, el sexismo que ahora parece tambalearse gracias a la elevada dignidad de miles de mujeres, adolescentes y niñas que hicieron eco de la voz de Alejandra Ocasio-Cortés en plena Cámara de Representantes del otrora inmaculado Capitolio de Washington, D.C.
Sucede que un bicho llamado Ted Yoho tuvo a bien interceptar a la Representante Ocasio-Cortés en la escalinata del emblemático edificio blanco-mármol y reiterarle el desprecio que profesa por sus opiniones políticas, sus afanes legislativos y su vocación democrática… y se alejó, ufano, rematando con una revolera entre dientes que fue escuchada nítidamente no sólo por Ocasio-Cortés, sino por un puñado de periodistas y demás testigos del lance. Le espetó Fucking Bitch, algo así como Pinche Puta en español.
Con un aplomo encomiable, con una serenidad ejemplar y con una elegancia verbal que denota la inmensa distancia que media entre los jóvenes preparados, los dueños del futuro y la gerontocracia lela (y al parecer, contagiosamente global), la representante Ocasio-Cortés propinó una lidia perfecta para un manso peligroso, buey de carreta, coludido al menos simbólicamente con toda una legión de analfabetas funcionales, culposos de clóset, supremacistas en ebullición y abiertamente antifeministas que surfean la pasarela gringa con la elación insuflada por un dizque líder que ganó las elecciones y desmadró al mundo, luego de que todos fuimos testigos del raro consejo de playboy frustrado que quedó grabado para siempre: cuando dijo que a todas las desarmas agarrándoles la vagina.
Ted Yoho había tomado el pódium para dizque disculparse ante Ocasio-Cortés con esa artimaña cruel de, supuestamente, pedir perdón por lo que se interpretó mal de sus palabras, lo que los medios tergiversaron o lo peor aún, Yoho intentó evadirse en el burladero emocional de que es un hombre felizmente casado y padre de dos hijas. Pues precisamente por allí partió plaza la elegante y luminosa felpa que le puso en su conciencia la representante Ocasio-Cortés, pues no solamente hay testigos de que el interfecto dijo lo que dijo, sino una larga sucesión de décadas que sustentan en U.S.A. y gran parte del mundo la cultura condescendiente agresiva, el flamígero dedo acusador, el desdén verbal de ese machismo tan extraordinariamente enraizado en los machos mayores que incluso no tiene paralelo ni semejanza con el abierto debate, la franca discusión de ideas y la libertad de palabra y opinión que llevan en los hombros los miles de jóvenes de la generación de Ocasio-Cortés –hombres y mujeres—que tienen que explicarle con asombrosa calma a los errados y confusos, a los trasnochados y empoderados, el nefando aroma de su propio azufre.
Por su edad, Alejandra Ocasio-Cortés es la mujer más joven en llegar democráticamente electa al Congreso Norteamericano, pero por lo mismo ha de esperar otra ronda generacional para que –por falta de mascarilla, oxidación natural o plena demencia—se vayan al carajo y en pantuflas los carcamanes o los empecinados en apuntalar un mundo que ya no existe. Por sus palabras, la Representante Ocasio-Cortés confirma el infinito potencial casi balístico de quien lee y por ende, piensa a contrapelo de líderes ágrafos y analfabetas o ilectores quienes en realidad no saben ni usar una computadora, se creen inmunes ante el estornudo ajeno y juran respeto a sus propias esposas o hijas con el lamentable elogio de que cocinan muy bien, zurcen al instante o se callan a su paso.
Alejandra Ocasio-Cortés –sin tener que leer un papel—resumió en un puñado de minutos el inviolable valor de la dignidad, el peso inmarcesible de la honra, la razón de la Razón ante la frágil idiosincrasia de la ignorancia. Ante un brote de ignominia, la Representante le aclaró que ella misma es hija de un hombre y que éste no se vuelve ejemplar por el hecho de estar casado o decente por el hecho de haber procreado dos hijas. Los hombres y las mujeres, los seres humanos en general alcanzan la preciosa dignidad y decencia del Ser con hacer lo que deben hacer, con el respeto a los demás, con el reconocimiento del Otro y todo lo demás, que se supone que ya sabíamos desde hace siglos y parece que depende de una nueva generación participativa y consciente para recordárnoslo como nueva normalidad.
En el ocaso de una ira generalizada que babea odio, eco fascista de la convencida ignorancia que se aferra a la mentira o a la grandeza idealizada y ficticia… en el ocaso de la momiza machista, privilegiemos la contundente respuesta de lo cortés.