Marina Ayala: Hogueras de resentimientos

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El inconsciente humano puede ser tan desbastador y aterrorizante como cualquier amenaza exterior que constantemente está monopolizando nuestros miedos y conductas de huida. Pero no prestamos atención a las pulsiones que llevamos con nosotros y terminan si no matándonos si enfermándonos y limitándonos. Esos fantasmas que trabajan agazapados, silenciosamente se apropian de nuestras mentes llenándola de juicios crueles que vaciamos injustamente sobre otros. Esta Infección natural y propia del ser humano se ha hecho pandemia con la vía expedita de las Redes Sociales. Escriba de pasada cualquier banalidad  hilarante y siéntese a observar los diferentes fantasmas que están constantemente acechando. Se encontrará en un experimento sociológico muy interesante. Se tropieza uno con diferentes parapetos inesperados desde torpedos hasta velitas sagradas de rescate. Las interpretaciones no son libres obedecen a juicios emanados desde lo más miserable de nuestro ser. No lo conocemos pero actúa.

Quizás es arriesgado concluir que en general el talante humano del hombre contemporáneo es hostil o lo que es peor, se podría estar cometiendo una injusticia con muchos seres que se niegan a abandonar su gentileza a pesar de todo. Hay mucha hostilidad, es innegable, y no vamos a cometer la ligereza de justificarlo por factores externos. No, somos nosotros mismos los que por debilidad de carácter hemos perdido cualquier contemplación hacia el otro. Con este ser humano es que tenemos que contar para volver a encauzar nuestra vida en comunidad. No la tenemos fácil, porque tendríamos que pactar, llegar acuerdos, ceder y entendernos entre nosotros y no se observa ninguna inclinación para emprender con entusiasmo ese camino entre seres rabiosos que vociferan muerte si no física en cierto modo moral. Prestos a calificar al otro y a denigrar. Vanidad de seres que no se sienten vulnerables, que no forman parte de la pesadilla en la que se encuentra sumergida la humanidad, a los que la realidad no les está hablando de la misma forma que nos habla a muchos.

En lugar de reconocerse vulnerables y reflexionar sobre lo indispensable que es la cohesión y entendimiento entre los seres humanos como bien nos describe Juan Arnau Navarro “El virus trae además una enseñanza moral que ayuda a rebajar la vanidad de la especie. El ser más diminuto puede detener la lógica acelerada de los sistemas de producción”, más bien la rabia aumenta al dar explicaciones desde la ignorancia. La pandemia es una coartada de seres maléficos para mantenernos sometidos, sentencian y se proporcionan mejores combustibles para las hogueras del resentimiento. Permanecer ciegos pueda ser una pasión. La pasión por la ignorancia de las que nos habló Lacan. Sin desconocer que este virus real y mortal activó otros virus ideológicos como el del autoritarismo, la discriminación, teorías de conspiración, racismo y xenofobias que contribuyen a debilitar aún más nuestras democracias debilitadas.

La ceguera humana es como muy bien lo ilustró Saramago en su “Ensayo sobre la ceguera” una responsabilidad para el que todavía puede ver. Después de cuatro meses internados en cuarentena y perdidos durante 20 años en el país tenemos que enfrentarnos con lo más primitivo de la naturaleza humana, la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. Esos coletazos dolorosos, de un “quítate tú para ponerme yo” se sienten con fuerza en cualquier ámbito de desempeño y se observan en palabras arrojadas con desprecio. No hay límites en el desconocimiento que exhiben ni en el vocabulario soez que utilizan. Si por lo menos oyeran a Wittgenstein sabrían que “de lo que no se puede hablar es mejor callar”. Aparece una nueva amenaza, invisible pero asesina y a los científicos toma tiempo conocer su comportamiento y forma de presentarle combate, mientras legiones de neófitos pontifican.

No se hace honor a la pluralidad de experiencias significativas sino se abraza la irracionalidad. En palabras de Víctor Krebs y su acertada preocupación por el ser humano en el mundo actual, leemos “Pero en nuestra época la capacidad de reconocer lo sagrado y la sensibilidad por lo insondable, han sido desplazadas en nuestra cultura laica, por un escepticismo autocomplaciente, por una irreverente y airada arrogancia”.

 

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