En Brasil, el país del mundo con mayor número de católicos, 152 obispos han firmado una dura carta, aún no hecha pública, contra el Gobierno y su presidente Jair Bolsonaro en la que afirman que el país “pasa uno de los periodos más difíciles de su historia” y al que definen como “tempestad perfecta”, ya que une, según los obispos, “la crisis sanitaria al avasallador colapso de la economía”.
La carta de los obispos a los católicos brasileños es una condena dura y contundente de la actual política bolsonarista. Es especialmente importante por la dureza de las acusaciones, por el uso de un lenguaje sin la clásica diplomacia de la Iglesia y por estar firmada también por el cardenal, Claudio Hummes, uno de los mayores amigos del papa Francisco y que por ello nunca habría firmado dicho documento sin su aprobación previa.
Fue el papa argentino quien reveló que había escogido como papa el nombre de Francisco, para recordar a san Francisco de Asís, porque el cardenal brasileño en el momento en que había conquistado la mayoría de los votos en el Cónclave, le abrazó y le pidió: “Nunca se olvide de los pobres”. El cardenal Hummes estuvo al frente del Dicasterio de la Curia Romana sobre el Clero hasta 2010, lo que le hizo responsable del cuidado de todos los sacerdotes del mundo.
Existen hoy en la Iglesia católica pocos documentos tan duros contra un Gobierno, y menos como el de Bolsonaro cuyo presidente se declara católico practicante y conservador. Hemos estado acostumbrados si acaso a condenas por parte de la Iglesia católica de Gobiernos de cuño comunista o simplemente de izquierdas, difícilmente de conservadores y de derechas, a los cuales, al revés, la Iglesia siempre colmó de elogios y privilegios, como hizo en España con el dictador el general Franco o en Chile con Augusto Pinochet. Recuerdo aún durante la visita del papa Juan Pablo II a Chile, su familiaridad y simpatía en el trato con el dictador dentro del palacio presidencial. En Brasil ni en tiempos de la dictadura militar fueron publicados documentos tan fuertes de la Iglesia como el actual de los 152 obispos contra Bolsonaro.
Siempre se dijo que en la Iglesia católica dos instituciones eran las mejores del mundo: sus servicios secretos y su diplomacia. Y esa diplomacia ha sido siempre proverbial en documentos dirigidos a Gobiernos y gobernantes. Esta vez, sin embargo, los obispos brasileños han usado un lenguaje tajante, duro, de abierta condena contra el Gobierno y el presidente. Basta este párrafo de la carta para juzgar la fuerza de condena que los obispos quisieron dar a su documento:
“El desprecio por la educación, la cultura, la sanidad y por la diplomacia internacional nos aterrorizan. Ese desprecio es visible en las manifestaciones de rabia por la educación pública; por las ideas oscurantistas, en la visión de la educación como enemiga, en los sucesivos y groseros errores en la selección de los ministros de Educación, del secretario de Cultura, en el desconocimiento y desvalorización de los procesos pedagógicos y de importantes pensadores de Brasil. En la repugnancia por la conciencia crítica y la libertad de pensamiento y de información”. Y continúa: “en la indiferencia por el hecho de que Brasil ocupa uno de los primeros lugares en el número de muertes e infestados por la pandemia, sin siquiera un ministro titular en el Ministerio de Sanidad”.
Según los obispos hasta la religión es utilizada en este momento en Brasil “para manipular sentimientos y creencias, para provocar divisiones, difundir odio, crear tensiones entre iglesias y sus líderes”. Y acaban recordando las enigmáticas palabras del apóstol Pablo cuando alerta en su carta a los romanos que “la noche está avanzando y el día se aproxima: rechacemos las obras de las tinieblas y revistámonos con la armadura de la luz”.
En el documento los obispos condenan abiertamente al actual Gobierno y a la política totalitaria del presidente Bolsonaro. Lo dicen sin ambages: “Analizando el escenario político, sin pasiones, observamos la incapacidad y la inhabilidad del Gobierno federal en enfrentar la crisis”. Y lanzan una condena tajante cuando afirman los obispos que el actual Gobierno “no coloca en el centro a la persona humana y al bien de todos”, sino al revés, “abraza la defensa intransigente de los intereses de una economía que mata, centrada en el mercado y en el lucro a cualquier precio”. Vocablos como “desprecio”, “rabia”, “grosero” o “repugnancia” nunca se habían visto en un documento importante como este firmado por 152 obispos católicos. Recuerdo que cuando era corresponsal en el Vaticano de este periódico, un obispo de la Curia Romana me mostró un pequeño diccionario de palabras “fuertes” que nunca deberían ser usadas en documentos firmados por la jerarquía de la Iglesia, ni siquiera por el Papa.
Citando al papa Francisco con relación a la crisis del medio ambiente, con la guerra contra la Amazonia y la masacre de los indígenas, los obispos han recordado sus palabras cuando con ocasión del Día del Medio Ambiente escribió: “No podemos pretender ser sanos en un mundo que está enfermo, las heridas causadas a nuestra madre tierra nos desangran también a nosotros.”
Ahora Bolsonaro y su Gobierno saben que además de un clamor mayoritario de Brasil contra los crímenes cometidos por él y por su Administración contra todas las minorías, sumado al desastre en el tema de la pandemia y de la educación, deberá enfrentarse con esa condena de la Iglesia católica, la mayor confesión religiosa de la tierra y de este país. Bolsonaro sabe que no se trata de un enemigo fácil pues cuenta con 1.313 millones de seguidores en el mundo, de los cuales 110 millones solo dentro de Brasil. No es un ejército pequeño. Y es fuerte por estar desarmado o mejor armado solo con la fuerza de la fe.