¿Se cumplirá esta vez la llamada trampa de Tucídides? El ascenso de una nueva potencia, junto al miedo que provoca en la potencia titular de la hegemonía, conduce casi inexorablemente a la guerra. Tal es la teoría de Graham Allison, el profesor de Harvard que la ha formulado a partir de la Guerra del Peloponeso (siglo V antes de JC), en un estudio histórico que contabiliza 12 casos sobre 16 en los que se ha cumplido.
La regla tiene posibilidades de quedar validada si Trump se mantiene cuatro años más en la presidencia y se incendia alguna de las numerosas zonas de fricción que rodean a China: Taiwán, Corea del Norte, Tíbet y Xinjiang, Hong Kong o el Mar de la China Meridional. Pero de momento basta con observar cuánto ha contribuido el actual presidente a su cumplimiento.
Nada estaba predeterminado hasta el brote epidémico de Wuhan. Trump estaba concentrado, de una parte, en defenderse del impeachment, y de la otra, en la obtención de un acuerdo comercial ventajoso, con la pretensión de recortar su déficit comercial y recuperar puestos de trabajo para Estados Unidos. Lo firmó el 15 de enero, no sin antes prodigarse en sonrojantes halagos personales a Xi Jinping, luego prolongados incluso en forma de elogios a su gestión de la pandemia, al igual que anteriormente se había prodigado en guiños condescendientes con la política china hacia Hong Kong o el internamiento de musulmanes uigures en campos de concentración bajo la acusación de terrorismo.
No fue hasta mucho más tarde, a mitad de marzo, ante la catástrofe que se le echaba encima, cuando se decidió a denunciar el origen chino del virus y la complicidad de la Organización Mundial de la Salud en la mala gestión o en su ocultamiento. No era tan solo un burdo truco electoral, sino también una forma de desviar sus propias responsabilidades. Cuanto estalló la epidemia, la Administración de Trump había desmontado la red de alerta instalada en China, además de recortar la delegación del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) y cerrar tres agencias más vinculadas con la salud y la investigación en la capital china.
A pesar una vigilancia tan mermada, la información sobre el brote llegó al Despacho Oval a principios de enero, incluida en el resumen diario preparado por las agencias de inteligencia para el presidente (Presidential Daily Brief). La única dificultad es que el presidente no lee y ni siquiera escucha los resúmenes del resumen que le hacen sus colaboradores. Nadie prestó atención a Wuhan en Washington. El único departamento en contacto con el Gobierno chino era el de Comercio, concentrado en el acuerdo comercial y en evitar que cualquier otro conflicto interfiriera.
Con una guerra fría en marcha y la consigna de imponer la ley y el orden en las ciudades estadounidenses Trump tiene ahora todas las piezas de una campaña electoral. Como la de Richard Nixon en política interior, y al revés que Nixon, el presidente que abrió las puertas de China y firmó la paz con Vietnam, en el exterior.