El 21 de marzo, de este año, publiqué un artículo titulado La fe nos trajo la lluvia, allí señalé que: en lo religioso, soy católico practicante, miembro directivo de una organización de la Iglesia Católica; en lo político y económico soy de tendencia liberal, sin contradicción entre ambas posiciones; también mencioné que la educación familiar me ha enseñado a respetar las distintas creencias de mis semejantes, ya sean estas, religiosas, económicas o políticas. Pensando en la diversidad de mis lectores, procuro, entonces, en mis escritos, no mezclar los santos con las limosnas, es decir, trato de mantener alejada la religión, de la política y de la economía. Sin embargo, en la destruida Venezuela de hoy, es muy difícil mantener totalmente asépticos estos temas, por eso, en esta oportunidad trataré un tema religioso, sin sacrificar la crítica política, por supuesto.
En el artículo de marzo, publicado en los albores de la segunda tragedia que nos constriñe en estos días, dije lo siguiente: “En un mundo cada vez más politeísta, procrastinador de la figura del Supremo Creador, no quiero causar polémica entre los adelantos técnicos utilizados para el tratamiento del coronavirus y el poder sanador residente en la oración, por el contrario, estoy convencido de que, la acción complementaria puede dar mejores resultados”. Hoy, cuando impotentes vemos sucumbir a nuestros seres queridos y amigos entre las fauces de una despiadada enfermedad, quiero rescatar el inmenso poder de la oración y la fe. Con el mayor respeto sugiero que, mientras esperamos con ansias los resultados de las investigaciones científicas, nos refugiemos bajo el techo del supremo creador. Pidámosle que ampare a nuestras familias, a nuestros amigos, a nuestros compatriotas, ya sea que vivan dentro o fuera del país y en última instancia, roguémosle que cubra con su manto a todos los que habitan en el planeta tierra.
A quienes hayan sufrido la tragedia de perder a un ser querido, quiero recordarles que, el Santo Sepulcro, es el símbolo y garantía de la resurrección de todos los justos, según la promesa divina. La tumba vacía es un signo de que la muerte es solo un sueño, un momento de silencio y de tinieblas. Significa que no debemos preocuparnos si morimos en Cristo, porque al igual que él, solo dormiremos por un espacio corto de tiempo, y luego nos reencontraremos con nuestros seres queridos y amigos, para vivir eternamente.
Al resucitar Jesús de Nazaret, no exigió venganza, ni castigo, no persiguió a nadie. En vez de eso, llamó a la reconciliación entre sus hermanos. Los que lo crucificaron no tuvieron que asilarse, ni exiliarse. Algunos de ellos, como el centurión romano, San Longinos, se convirtieron al cristianismo. Su sangre no fue derramada contra algunos, sino que se vertió para todos. “La resurrección ocurre mientras todavía estaba oscuro. No es maldición, sino redención y salvación”, escribe Benedicto XVI en su libro: Jesús de Nazaret. El Papa Emérito, también se refiere al Reino de Dios y asegura que “solo la verdad puede llevar a la liberación del ser humano y que las grandes dictaduras únicamente viven gracias a la mentira ideológica”.
Durante su pontificado, Benedicto XVI lamentó que a lo largo de la historia muchos profetas, ideólogos y dictadores se autoproclamaron mesías e instauraron sus imperios, sus dictaduras, sus totalitarismos, los cuales cambiaron el mundo de un modo destructivo: “Hoy sabemos que esas grandes promesas solo han dejado vacío y destrucción”, dijo. El Pontífice evocó, además, el pasaje del Evangelio en el que, desde la cárcel, San Juan Bautista, que había anunciado la llegada del Juez que cambiará al mundo, pero sentía que este permanecía inmutable, mandó a uno de sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que debe llegar o debemos esperar a otro?”.
En los últimos dos o tres siglos, según el Papa Emérito, esta pregunta se ha mantenido abierta, lo que ha provocado que muchos profetas, ideólogos y dictadores dijeran: “No es él quien ha cambiado el mundo, hemos sido nosotros”. Por ello, según el Pontífice, debemos preguntar a Cristo: ¿Eres tú? A lo que el Señor responderá: “Veis qué he hecho yo. No he hecho una revolución cruenta, no he cambiado el mundo con la fuerza, sino que he encendido tantas luces que forman un gran camino en el milenio”.
En nuestra época, tal como le sucedió a san Juan, parece que no vemos a Jesús resucitado, por eso, destaco las recomendaciones de mi tía Filotea: “pidamos la gracia para que la pena no nos haga volver a nuestros miedos y jamás permitamos que la piedra nos encierre en nosotros mismos”. La Resurrección de Jesús es luz que ilumina el horizonte de la humanidad. Estamos llamados, como creyentes en Cristo vivo, a construir una sociedad de paz y por la paz. A eso apuesto en mi trajinar político porque entiendo que la violencia y el terror jamás tendrán la última palabra.
En los días aciagos que vive nuestra patria, nunca mejor aplicado lo que se dice en Las guerras de los judíos, libro escrito por el historiador judeo-romano, Flavio Josefo: “Si por ventura alguno viere que hablo mal contra los tiranos o de ellos, o de los grandes latrocinios y robos que hacen, o que me alargo en lamentar las miserias de mi Patria, algo más de lo que la ley de la verdadera historia requiere, suplícole dé perdón al dolor que a ello me fuerza; porque de todas las ciudades que reconocen y obedecen al imperio de los romanos, no hubo alguno que llegase jamás a la cumbre de toda felicidad, sino la nuestra; ni hubo tampoco alguna que tanto miseria padeciese, y al fin fuese tan miserablemente destruida”.
Desde hace más de dos mil años, el sepulcro vacío no es un lugar oscuro. Es una fuente de luz. La sencilla losa que besa el peregrino de Jerusalén es como la piedra inconmovible donde se asienta la fe de nosotros los cristianos ¿Sabemos dónde está el cuerpo físico de Jesús? ¿Sabemos por qué está vacío ese sepulcro? Me recuerda el lugarteniente de la orden a la que pertenezco, quien, como fiel seguidor del Buen Pastor, recorre el mundo cristiano y dispara fuerte contra los tiranos: “Hay en el mundo otros importantes mausoleos para la Historia. Profetas del desastre de cada época, filósofos, reyes, pensadores, políticos, revolucionarios, yacen bajo las losas de sus respectivos sepulcros. Miles, millones de hombres veneran su recuerdo. Ellos saben que los restos mortales de estos hombres estelares están allí, certificando que murieron de verdad y que no volverán a sentir el aliento de la vida”.
Como cristianos, seguidores del Verbo hecho Carne, sabemos que el cuerpo de Jesús no está en el sepulcro de Jerusalén, porque “al tercer día resucitó de entre los muertos”. También sabemos que él, no era solo un hombre, sino el Hijo de Dios. Todos los años, las campanas y el aleluya de Pascua nos convocan en torno a este sepulcro vacío, del que brota una luz que no se extinguirá nunca. Pidámosle pues, al poseedor de esa luz perpetua que nos conceda, aunque sea, solo un rayito de ella, para que podamos, superar todas las tragedias que nos azotan; vencer las diferencias que nos destruyen como sociedad; convertirnos en mejores seres humanos; y por último, alcanzar la salvación de nuestro espíritu ¡Amen!
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
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