Muy pocos (porque de que los hay los hay) pueden negar que la gira de Juan Guaidó, como presidente (e) de Venezuela, fue un éxito. Eso de retratarse con los presidentes o Jefes de Estado de Colombia, Francia, Reino Unido, Alemania y Canadá, de hablar en la famosa conferencia de Davos, de ser recibido por varios Cancilleres -incluyendo el de la Unión Europea- no es poca cosa. El periplo fue tan bueno que algunos de sus críticos no sólo callaron, sino que pescuecearon para salir en la foto (por si acaso). Fotos que Maduro ni ninguno de su gobierno podría tomarse.
Guaidó regresa ahora con un Occidente en su retaguardia, es decir con una Europa y una Norteamérica más comprometidas con la democracia venezolana y con su papel como presidente interino de Venezuela, más afincado que nunca. (Lamentablemente hay que hacer un paréntesis necrótico y fue la posición del presidente español Pedro Sánchez. Pero lo de él ya se sabía desde el momento en que “vendió su herencia por un plato de lentejas”, es decir que por el poder pactó con el chavismo español, es decir Podemos.)
Sí, es cierto, y así lo reconoció el dinámico joven guaireño, hubo errores de cálculo y pidió perdón. Él mismo lo confesó al periódico francés “Le Monde”: “Se subestimó la capacidad de Maduro de hacer daño”. Por ejemplo, se tiene muy claro que quebrar el empecimiento del aparato militar sobre el cual se sostiene el régimen, es un objetivo fundamental. Por eso el intento de alzamiento del 30 de abril pasado. Pero no cuajó, como tampoco el intento de pasar la ayuda humanitaria en febrero pasado. Habrá que pensar y repensar esto.
Pero Guaidó no se ha quedado quejándose ni se achicopaló, sino que ha seguido retando al régimen y recorriendo cada rincón del país. Y ahora del mundo.
De modo que mientras avanzamos, cada vez más en el ámbito internacional; en lo doméstico hay que reconocer que hay desesperanza. Muchos sienten que no hay salida y están optando por acomodarse, a regañadientes, pero a acomodarse. O esperando para montarse en el vagón cuando pase, pero inactivos.
De este periplo, Guaidó no vuelve a Caracas con las manos vacías. Viene con todo ese apoyo internacional y con el respeto de nuestra gente que ha visto en él su coraje y valentía.
Ya está claro que no se deben sembrar esperanzas de una salida fácil. Como Churchill, Guaidó debe decirnos: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Y eso es lo que tenemos que entender los venezolanos: sin esfuerzo no saldremos de esto. Eso de esperar ver el cadáver del enemigo pasar, rezar para que Trump nos invada o que el Grupo de Lima nos resuelva, así como insistir en que lo que hay que hacer es invocar normativas y convenciones para que otros actúen, no va a pasar. Todo lo que ocurra de ahora en adelante debe ser producto de nuestro esfuerzo, que entre otras cosas implicará “sangre, sudor y lágrimas”, además de tragarse algunos sapos. Y como en las películas de detectives, cuando resolvamos el caso llegará la policía a terminar la faena.
Guaidó, a diferencia de Churchil, no tiene un ejército bajo su comando para enfrentar al enemigo. Pero si logra consolidar una unidad en la oposición, esa sería una fuerza que organizada puede y debe dar la pelea por la reconquista de la democracia. Por eso, quienes zapen esta unidad le están dando aire al chavismo. La ventaja es que, en contraste con el inglés, ya se tiene el apoyo de “las fuerzas aliadas”.
Tenemos 20 años luchando. No nos hemos rendido. Hemos aguantado ese sube y baja de victorias y derrotas. Esa es nuestra fortaleza. Pero falta más y Guaidó y los líderes deberán decir a los cuatro vientos que lamentablemente se requiere más sacrificio, que la salida no es inmediata, que debemos asumir seriamente nuestras responsabilidades y luchar a brazo partido todos en la misma dirección. Entonces lo que se ha sumado en el exterior será decisivo.
Se requiere el esfuerzo de todos, incluyendo a los que se han hecho los locos con la gira de Guaidó, esperando una caída, a los que la han celebrado pero poniéndole condiciones, y a los que están sumidos en la desesperanza.
Cada uno de los venezolanos debería saber que quien ofrezca algo diferente de lo que Churchill ofrecía a los suyos, lo está engañado.
Permítanme corregir, en realidad este no es un segundo aire de Guaidó, sino otra oportunidad para avanzar hacia el triunfo de todos los venezolanos demócratas. Con ese fin, tenemos que sacudirnos el virus de la cubanización, ese que más que económico y político, ha sido en realidad una toxina que ha pervertido al hombre produciendo un “daño antropológico” profundo. Daño que se define como el “deterioro de la subjetividad personal” y que se concreta en la incapacidad de cada persona para ser ella misma. Daño que la convierte en una copia de otras. Es el hombre sometido, el hombre masa, ideologizado, el “hombre nuevo” o como se quiera llamar. Y esto empieza por la terrible desconfianza en la capacidad de salir de este embrollo en el que nos hemos metido. Si por desgracia esta nefasta actitud se impone, la lucha se habrá perdido. Por esto: rendirse no es una opción.