El desarrollo de las ciencias en la actualidad permite conocer, explicar y predecir el comportamiento de los virus en general, así como de las virosis generadas y el desarrollo consecuente de las epidemias y pandemias. Esto no quiere decir que se conozca absolutamente todo. No. Nunca se llega a conocer todo en ninguna disciplina, pues la realidad no es estática sino cambiante. Los virus, incluso, son un excelente ejemplo de ello. Sus mutaciones o cambios genéticos son permanentes y constituyen un problema para el tratamiento farmacológico de las enfermedades que causan y para el desarrollo de las vacunas correspondientes. Pero conocemos suficiente sobre ellos como para diseñar medidas que permitan su control, tanto en los individuos infectados como en las poblaciones amenazadas por la diseminación de las virosis.
En Venezuela, tenemos equipos científicos perfectamente capacitados en esta hoy tan sensible materia: médicos, epidemiólogos, virólogos, genetistas, inmunólogos, intensivistas y sanitaristas. A pesar de la emigración habida de profesionales, todavía se cuenta con un aparato de calificados científicos, una demostración clara del esfuerzo formativo realizado durante décadas y que hoy amenaza con zozobrar. De aquí nuestro empeño en recomendarle al gobierno en relación con la necesaria ampliación del equipo de salud, encargado de enfrentar profesionalmente la pandemia por el SARS-CoV-2. Por supuesto que mundialmente también existe el suficiente conocimiento, para enfrentar la actual crisis sanitaria creada por el coronavirus y, de hecho, la producción de vacunas está en sus etapas finales por lo menos en cinco países.
Es inentendible entonces, que se haya desatado en esta materia toda una campaña mundial cimentada en falsificaciones, charlatanería, pensamiento mágico, farsa y negación de todos los avances científicos y técnicos de la Humanidad a través de los siglos. Despropósito llevado adelante por parte de una serie de grupos existentes en muchas partes con un objetivo muy evidente y peligroso: la suplantación de las ciencias por la brujería y los disparates y, cuando mucho, por los saberes ancestrales, naturales y populares, que pretenden desplazar a los especialistas y catedráticos por analfabetos, cuyas opiniones estarían respaldadas por una suerte de democracia del saber de los ignorantes. Aquí tenemos a los antivacunas, los terraplanistas, las sectas demoníacas, los creyentes de los OVNI y quienes proponen volver a ser como el hombre primitivo, para evitar la destrucción de la naturaleza.
En el caso del coronavirus, llegan a afirmar que no existe tal pandemia, que el virus es igual al del resfriado común, que los contagiados asintomáticos no contagian, que la infección se cura con gárgaras de sal, que las mascarillas producen retención de CO2, que los cítricos son efectivos por ser alimentos alcalinos y que bastaría con beber agua caliente para curarse ya que el virus es termolábil. Otros afirman que el coronavirus es un invento de las grandes potencias para reducir la superpoblación mundial o para acabar con los ancianos por no ser productivos, aseveraciones que contradicen la supuesta inexistencia de la pandemia.
Este tipo de actitudes son favorecidas en Venezuela por el odio hacia las ciencias y el conocimiento que tienen en el alto gobierno. Desprecio por el estudio y la formación, claramente expresado en las declaraciones de Diosdado sobre las predicciones de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, que la práctica demostró ser ciertas. Es parte del legado de Chávez, aunque a algunos no les gusta que se lo mencione.