La animadversión que genera López Obrador en amplios sectores de las clases medias y altas es un sentimiento comprensible, pero inútil para efectos políticos. La indignación que provocan los dichos y actos del presidente entre estos círculos ofrece motivo para animadas conversaciones, memes divertidos, razones para afianzar identidades de grupo y material para airadas columnas de periodistas antagónicos. Pero la posibilidad de que todo eso se convierta en una abolladura significativa para el Gobierno de la 4T es nula, al menos por el momento.
¿Por qué? Porque para que esa malquerencia tenga un impacto real en términos políticos tendría que provocar un efecto en alguno de los siguientes dos terrenos: caída drástica en los niveles de popularidad del mandatario, por un lado, y resistencia y oposición de los factores de poder y de las élites en general, por el otro. Ninguna de las dos cosas están sucediendo.
Empecemos por esto último. ¿Qué es lo que tiene a los otros actores de peso cruzados de brazos o de plano colaborando con la 4T a pesar del obvio resentimiento que le guardan? Su vulnerabilidad.
Simplemente preguntémonos: ¿cuántos grandes empresarios, líderes sindicales, caciques regionales, ex gobernadores y líderes de agrupaciones políticas resisten una revisión puntual de sus cuentas bancarias o sus declaraciones fiscales? No hay un líder de las organizaciones obreras y campesinas leales al antiguo PRI que pueda justificar el patrimonio que ha amasado a partir de los sueldos registrados en su RFC. ¿Con cuántas ganas puede algún panista destacado lanzarse a una ofensiva política realmente agresiva en contra del Gobierno, cuando no pasa semana sin que alguno de sus colegas sea motivo de un escándalo de abuso o corrupción?
El problema de las élites económicas y políticas adversas a López Obrador reside en la extrema fragilidad en que los mantiene su pasado. Fue tal el abuso y la avidez con la que se comportaron, que hoy se ven obligados a pensar en su supervivencia individual e inmediata antes que en sus simpatías o antipatías políticas. A su paso por el poder, cada vez está más claro a la luz de los recientes videos y detenciones, que buena parte de los panistas y los priistas fueron incapaces de abstenerse de meter mano al botín o de utilizar los recursos públicos en provecho político. Décadas de impunidad los hicieron descuidados, ciegos a cualquier precaución. Allí están los excesos poco menos que inconcebibles de ex gobernadores y líderes parlamentarios de ambos partidos, algunos sujetos ya a proceso pero la gran mayoría tratando de pasar inadvertidos y rezando para que termine el sexenio sin que sus nombres sean motivo de ocho columnas en los diarios.
Los empresarios no se quedan atrás. Licitaciones amañadas, autorizaciones y regulaciones esquivadas a golpe de sobornos, estrategias de evasión fiscal apenas disfrazadas, monopolios simulados.
López Obrador cuenta con la inmejorable ventaja de saberse sentado encima de un yacimiento inagotable de recursos de los que puede echar mano. Le basta levantar cualquier esquina del tapete para destapar una infamia más de aquellos que le precedieron o de alguna de las grandes empresas del país. Un escándalo que invariablemente termina por paralizar a enemigos potenciales. No es casual que los más radicales en contra del tabasqueño sean empresarios menores o líderes de organismos empresariales, que en última instancia son empleados y personeros, pero no los dueños del dinero. Estos, casi sin excepción, han buscado bien avenirse con el inquilino de Palacio Nacional, sea por precaución personal y familiar o por necesidad de nuevos negocios. La posibilidad de que los líderes de la economía actúen en bloque en contra del Gobierno, incluso si lo abominan en privado, es prácticamente nula. No veremos un boicot de parte de la oligarquía como lo padeció Salvador Allende, ni nada que se le parezca.
Pero no solo no lo habrá de parte del empresariado. ¿Qué líder obrero se atrevería a iniciar un paro con el propósito de defender las prestaciones leoninas pactadas en el pasado a favor de su sindicato, cuando él en lo personal tiene una legión de cadáveres en el closet y la autoridad se los hace notar? ¿Cuántos gobernadores de oposición están dispuestos a emprender una batalla frontal contra el Gobierno federal cuando este posee tal cantidad de recursos para hacerles la vida llevadera o, por el contrario, insoportable? Y no solo se trata de recursos económicos o fiscales, sino también y sobre todo morales. La pasarela de los escándalos se ha convertido en una guillotina que tiene aterrados a todos ellos. El presidente y sus mañaneras, las distintas auditorías de la Federación, las revisiones del SAT o las indagaciones bancarias de la Unidad de Inteligencia Financiera están en condiciones de colocar a casi cualquier político en fase terminal. Mandatarios estatales que miman la posibilidad de una candidatura presidencial saben que de la noche a la mañana pueden estar enfrentando un escándalo que termine con sus carreras o, peor aún, con su libertad. López Obrador ha dicho que no se fabricarán pruebas ni culpables; no lo necesita, están a la vista.
Hace unas semanas, en este mismo espacio, describí las fortalezas no siempre aparentes de AMLO con respecto a otros factores de poder: su alianza con el Ejército, su relación con la Casa Blanca y sus complicidades con el gran empresario, particularmente propietarios con medios de comunicación. A ese inventario habría que sumarle este invaluable blindaje frente a los actores políticos que estarían en condiciones de infligirle un daño real a su Gobierno o convertirse en alternativa frente a la población. La mayor parte de ellos no buscan queso sino salir de la ratonera.
Y en cuanto al primer factor, la supuesta caída de popularidad, resulta obvio que cada escándalo adicional deja en claro, para los que quieren y para los que odian a López Obrador, que los Gobiernos anteriores y los partidos políticos que los sustentaban son indefendibles. En tales condiciones difícilmente se puede estar en desacuerdo con quien pretende limpiar la casa aun cuando a más de uno no le guste la escoba.
@jorgezepedap