Olivia Muñoz Rojas: Corona e inconsciente colectivo

Compartir

 

En momentos como el actual, de quiebra de nuestra realidad consensuada, de nuestras expectativas y convenciones sociales, por la pandemia, operan con mayor fuerza los mecanismos del inconsciente colectivo. Junto al inconsciente personal que estudió su maestro Freud, el psicólogo suizo Carl Jung (1875-1961) identificaba un inconsciente colectivo o psique objetiva, hecha de instintos y símbolos universales. Una suerte de herencia mental compartida que explicaría la continuidad en el tiempo y a través de culturas de ciertas imágenes y hábitos humanos primigenios. Así, varios autores se han preguntado por qué ha prendido el movimiento contra la violencia racial en medio de la pandemia de la covid-19. La teóloga Catherine Keller sugería que las últimas palabras de George Floyd antes de fallecer, “No puedo respirar”, son una poderosa metáfora de una época y una experiencia, la de la asfixia, que, súbitamente, todos podemos presentir. La agonía de Floyd evocaría no solamente la lacra de la violencia racial, sino el miedo a morir asfixiados si enfermamos de la covid y a una progresiva asfixia del planeta por el cambio climático. Nos recuerda Keller que para los antiguos griegos el pneuma, la respiración, fue el principio de todo. Podríamos pensar que nuestro inconsciente colectivo reaccionó enérgicamente a las palabras de Floyd, porque como especie nos sentimos amenazados en lo más esencial: nuestras posibilidades de seguir respirando.

En un sentido análogo, cabría quizá una lectura subterránea o inconsciente de la coincidencia de la crisis del coronavirus y la crítica situación que vive la Corona española. Una misma palabra, corona, evoca dos acontecimientos distintos, pero, desde una perspectiva junguiana, su simultaneidad podría obedecer a asociaciones de imágenes y sentido más profundas. Dicho de otro modo, es posible que no sea casual esta coincidencia en el tiempo. Si nos remitimos a su etimología, la palabra latina corona procede del indoeuropeo sker, alterar o doblar un objeto. Como ornamento que se coloca sobre la cabeza de un líder o representante de la autoridad, existe en prácticamente todas las culturas. Pervive una extensa tipología de coronas mitológicas, reales y religiosas y, frecuentemente, hallamos una relación metonímica entre el ornamento y su portador: la corona es el rey o la reina. Vegetales, en la cultura grecorromana; de plumas, en las prehispánicas; de oro, emulando el sol, en el antiguo Egipto… o como un halo de luz, en la representación de numerosas deidades en todo el mundo. Es precisamente por su parecido con la corona solar, visto a través de un microscopio, por lo que el coronavirus recibe este nombre.

”Con las palabras rescatas el inframundo”, escribió Jung en su Libro rojo, manuscrito entre 1914 y 1930 y publicado solamente en 2009. La omnipresencia de la palabra corona ligada a la pandemia ha podido despertar en nosotros una sensibilidad especial respecto de la trascendencia de este símbolo universal. Portador de una ambigüedad originaria, como todo símbolo, evoca algunos de los atributos considerados más nobles —honor, entrega, protección— y, a la vez, sus contrarios —ignominia, despotismo, arbitrariedad—. Todos afloran en nuestro inconsciente colectivo. Empujan en distintas direcciones, forzándonos a consensuar una nueva realidad.

 

Traducción »