Lluís Bassets: Estafas políticas

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La idea de que la política es una estafa ha quedado superada, por antigua y manoseada, imprecisa incluso. Habrá que ir con cuidado a la hora de usarla, porque apenas sirve como metáfora. Steve Bannon, que fue jefe de campaña electoral de Donald Trump y luego consejero político de la Casa Blanca, ha ido más lejos que nadie en el arte de la mentira y la manipulación, hasta organizar la política como una estafa literal para lucrarse personalmente, en la que los estafados, a quienes ha sacado el dinero, son quienes antes se han dejado convencer por sus mentiras.

La idea mentirosa que vendió Bannon fue la construcción del muro con México mediante aportaciones en efectivo de los partidarios de la xenofobia trumpista. Era una mentira que pretendía remediar otra mentira: se trataba de construir un muro con aportaciones privadas, ya que no era posible construirlo con dinero público, y menos todavía, tal como Trump había prometido, con el dinero público de los mexicanos.

En la cuestión del muro con México la estafa metafórica, vulgar, conocida, fue la de Trump. No iba a cumplir su promesa, pero serviría para movilizar a los votantes de extrema derecha hostiles a los extranjeros. Trumpismo en estado puro, con sus más de 20.000 mentiras presidenciales, a razón de 23 al día.

Bannon ha ido más lejos en el clásico y ya vulgar arte de la mentira, aunque al final la justicia le haya pillado descansando en su soberbio yate en la costa de Connecticut. Su estafa puede producir rendimientos políticos, pero lo sustancial es que produzca también rendimientos crematísticos. Sirve a su proyecto ideológico, pero alimenta la fortuna personal. Convierte a los crédulos en incautos. Exige incluso una cierta fe del carbonero, próxima a la que las sectas y religiones han fomentado para esquilmar a sus seguidores. Los aires de grandeza ideológica del personaje, con su proyecto de una universidad ultraderechista en Roma, sus pretensiones de instaurar el populismo en la Unión Europea y sus delirios de salvación de la civilización ocultaban a un mero estafador.

El descubrimiento de sus hábiles manejos con los cubiletes políticos no debiera conducir de ningún modo a minimizar la envergadura del personaje ni su papel en la victoria de Trump. Tampoco a singularizarlo como un caso aparte. Aquí entre nosotros también tenemos a gente como Bannon, que saben sacar provecho económico personal de las aportaciones que hacen sus candorosos y engañados seguidores, movilizados en pos de causas imposibles.

 

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