José Manuel Rodríguez: ¿Socialismo de Estado?

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El pasado 19 de agosto el Presidente, reaccionando a alguna crítica sobre su gestión económica, dijo por VTV: Yo no le tengo miedo al capital privado… Todo el capital privado tiene mi apoyo definitivo y decidido… Enlazar en un discurso esas dos oraciones, me pareció, más allá de su sentido político, un exceso innecesario.

El socialismo no tiene por qué temerle al capital privado. Ni su participación en el mercado. Tal preocupación, de existir, es insustancial. Por el otro lado, en teoría, el capital privado no necesitaría de apoyo definitivo y decidido para funcionar. Tan es así que, en las democracias liberales, el capitalismo aboga por un Estado cada vez más pequeño, sin intervenciones en el asunto económico. Tienen claro que el Estado es un aparato vertical, como una cámara montada y controlada por ellos, para asegurarse la continuidad de su hegemonía, y punto.

Volviendo a la extraña disertación presidencial, le escuchamos luego soltar la motivación real del asunto: Llamo al capital privado para que juntos produzcamos por el país. Para que, juntos, le llevemos la comida a todo el pueblo de Venezuela… Aquí, además de la expresión “llevarle la comida…” francamente deplorable, como si se tratara de un pueblo damnificado, aparece un propósito de asociación con el capital privado para la producción, como si parte de las tareas del Estado fuera ser accionista de empresas.

No debe haber la menor duda que la esencia del Estado, del venezolano y de cualquier otro, es necesariamente de control, esa es su función. Él existe porque ninguna de las sociedades, pasadas o actuales, han sido viables por sí mismas. No lo son, pues en todas ellas hay intereses de clases enfrentados. Los estados sociales reales, es decir, los que hemos conocidos, aunque pregonen utopías opuestas, son en realidad distopías,  aberraciones, una para conducirlas al consumo, la otra al paternalismo. Lo que esperábamos de este proceso era un Estado planificador y estratégico, que transforme la economía en un asunto colectivo y entregue la administración de las ciudades en manos de su gente organizada. Ese sí es un socialismo sin adjetivos.

 

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