¿Qué es eso de la dignidad eminente de la persona humana? Me han preguntado, unos por genuina curiosidad y otros, bien por ignorancia o con intención de confundir.
La dignidad de la persona es un concepto defendido tenazmente por la doctrina social cristiana. Su defensa y promoción es deber de hombres y mujeres “en cada coyuntura de la historia”. Cada uno “está llamado a ocupar su propio lugar en esta campaña pacífica que hay que realizar con medios pacíficos” (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis).
La persona, para realizarse plenamente, requiere de libertad, la cual está unida a la noción de responsabilidad. Es responsable de sus actos aquel o aquella que es libre. En esa libertad y responsabilidad reside la dignidad que para los cristianos deriva de nuestra trascendencia y que para todas las personas se identifica con los derechos humanos, afectados por todo cuanto atenta contra la vida, cuanto viola la integridad de la persona, cuanto ofende la dignidad, actos que son de suyo “infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas…” Derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos. “No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no (los) respetara y promoviera. (Pablo VI, Gaudium et Spes).
“Los derechos, sean de quien fueren, habrán de respetarse inviolablemente”. En cuanto a los individuales “se habrá de mirar principalmente por los débiles y los pobres”. Está dicho desde 1891. (León XIII, Rerum Novarum).
La debilidad y la pobreza no son sólo nociones socio-económicas que sin duda alguna lo son. La pobreza nos interpela a todos en cualquier tiempo y lugar, porque la desigualdad, en las oportunidades de realización personal, no admite indiferencia. Es débil el niño, el enfermo, el anciano, la mujer discriminada. Pero es débil también el perseguido, el discriminado, el preso, el indefenso, aquel a quien le es impuesto el silencio mediante la intimidación por actos o amenazas. El mismo clima de miedo generado desde el poder arbitrario genera debilidad y reclama protección para el débil. No reduzcamos el problema al débil jurídico, hablamos del débil social y de cualquier persona o sector cuya ciudadanía es debilitada.
Sólo en democracia, aunque ésta tropiece con innumerables inconvenientes, algunos nacidos de su propio funcionamiento, es posible resolver esa desigualdad. Por eso se defiende la dignidad humana luchando por la democracia.