Jorge Zepeda Patterson: Los errores y vídeos de la 4T no bastan

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En el debate sobre la estrategia de regreso a clases a distancia se ha soslayado un dato que tendría que indignarnos más allá de cualquier vídeo: el enorme contraste que existe en México entre los niños con acceso a Internet y computadora, el más lamentable entre los países de la OCDE, uno de los peores de América Latina y el más infame entre los países de la escala del nuestro. Según un reporte de la ONU, difundido por el diario Reforma este miércoles, el rezago que exhibe México es el de un país subdesarrollado. No se trata solo de un tema de pobreza, sino también de desigualdad. El 25% de los jóvenes del segmento superior tienen mayor acceso a una computadora que sus equivalentes en naciones similares del continente, pero el 25% de los jóvenes del nivel inferior están en peores condiciones que sus equivalentes panameños o dominicanos, por no hablar de chilenos o brasileños. Algo que ya sabíamos de otros indicadores: nuestros ricos son más ricos, nuestros pobres son más pobres.

A esto hay que añadir que México tiene la infame distinción de ostentar el primer lugar en obesidad infantil, pese a que seguimos siendo flagelados por altos niveles de desnutrición. Paradojas de la desigualdad y la distorsión. Más allá de la interminable discusión sobre los 60.000 muertos y los aciertos y desaciertos de López-Gatell (responsable de la campaña contra la pandemia), el segmento más vulnerable no han sido los ancianos sino los hipertensos, los diabéticos y los obesos. En Europa la letalidad es un tema de envejecimiento, en México de pobreza.

Hay algo inmoral en una sociedad que se conmueve hasta el delirio por la desaparición de un pequeño como Dylan, arrebatado de las manos de su madre en un mercado, pero mantiene una indiferencia cómplice ante el crimen de salud pública y la tragedia humana que supone desnutrir y enfermar a millones de niños y jóvenes para no entorpecer el lucrativo negocio de la industria chatarra. Bien por la solidaridad para la inconmensurable tragedia experimentada por una madre, pero deleznable la hipocresía y el desinterés ante el sacrificio de generaciones completas de mexicanos empobrecidos.

Mientras nos llenábamos de malls que no tenían nada que envidiar a los de San Antonio Texas y pretendíamos hacer un aeropuerto con la calidad mundial que “merecía” México, condenábamos a la miseria a la otra mitad del país. La de arriba intentaba emular a California, la de abajo terminaba emparentada con los más miserables del planeta. Construimos un entramado de instituciones sobre derechos humanos, regulación de competencias, anticorrupción y contrapesos mientras las élites aumentaban en varios dígitos el nivel de saqueo de los bienes públicos. Pusimos de moda la noción de sociedad civil y festejamos el protagonismo de las nuevas clases medias, sin que a nadie le quitara el sueño que los pobres perdieran poder adquisitivo y más de la mitad de la población ingresase en la economía informal porque no cabía en el “exitoso” modelo de modernización que nos tenía tan contentos. Se nos llenó la boca con la palabra democracia porque el voto era libre para elegir a nuestros gobernadores aunque después de los comicios fuésemos rehenes de dirigentes sátrapas corruptos y criminales.

Hay mucho que reprochar al amateurismo del Gobierno de la 4T y no siempre se entienden los arranques folclóricos del presidente Andrés Manuel López Obrador. Hay un voluntarismo echado para adelante que a ratos raya en la jactancia y una tolerancia hacia las zonas grises de su equipo que resulta preocupante. Pero antes de descalificar un proyecto político y social que busca favorecer a los más necesitados, los muchos que lo detestan tendrían que hacer una valoración autocrítica. López Obrador no llegó al poder por accidente, ni por simple mala suerte de sus malquerientes. Llegó como resultado del abandono a las mayorías. Las instituciones supuestamente democráticas que fundamos y el modelo económico que construimos no incluyó a la mitad o más de los mexicanos. En otras palabras, el sistema creó los anticuerpos que terminaron poniéndolo de rodillas; la negligencia y la soberbia provocaron el resentimiento entre amplios sectores de la población que al final cobraron la factura. Encontraron un proyecto político que viera por ellos. Y eso es justo lo que está sucediendo.

Para que una alternativa a López Obrador sea viable tendría que presentarse con algo más sólido que una crítica a los errores de la 4T. Mostrar los vídeos comprometedores de un hermano del mandatario, mofarse de la rifa del avión del presidente, lamentarse de la situación de Pemex o exhibir la rebatiña al interior de Morena sin duda abolla la imagen del partido en el poder. Pero los alcances de esta crítica es limitada. Por un lado, porque quienes esgrimen tales objeciones son las fuerzas políticas que provocaron el actual estado de cosas en detrimento de esos grupos mayoritarios. Y, por otro, porque aun cuando lo haga con muchas imperfecciones, el Gobierno es el único actor político en este momento posee una estrategia de combate a la corrupción creíble y un esquema de redistribución en favor de los pobres.

En suma, la oposición puede organizar actos de protesta de aquí que termine el sexenio, magnificar los errores de Morena y exhibir las limitaciones del presidente, pero mientras no tenga un proyecto viable y convincente sobre la desigualdad, la corrupción y la inseguridad lo único que puede ofrecer es un regreso al pasado del que venimos huyendo. Criticar al soberano es útil para que este corrija sus errores, pero criticarlo para destruirlo sin tener una alternativa es una tarea irresponsable.

La verdadera oposición comienza por una revisión honesta y crítica de los problemas que prohijó y no supo resolver y de un esfuerzo de imaginación para responder a ellos. Si no es así, lo único que conseguirán es estorbar al que está tratando de hacer algo.

 

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