Eligio Damas: Bolívar, Chávez, hiperliderazgo y soberbia

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Maduro en juicios de Giordani y Herrera Luque*

La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos… Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. Simón Bolívar Discurso de Angostura. 15 de febrero de 1819.

Cualquier lector podrá percatarse que la cita anterior es justamente la misma utilizada por Jorge Giordani en su reciente artículo titulado “La maldición e inmolación de Chávez”. Lo he hecho con propósito deliberado, tanto como me sirve exactamente para lo que pienso plantear.

Debo advertir, que lo que allí se alude, la permanencia del gobernante más allá de lo prudente, no exime de responsabilidad al propio presidente fallecido hace pocos años. Él mismo que propuso en aquella reforma constitucional que se extendiese el período presidencial de cinco a seis años y este escribidor apoyó aquello no por él, sino porque años atrás había venido concibiendo la idea que un período de cuatro o cinco años era insuficiente para que un gobierno que quisiese hacer una obra trascendente lograse su propósito.

Aquel vaivén de cuando AD y Copei, cada período constitucional se intercambiaban el gobierno, para dejar lo sustancial tal como estaba, un proceder como calculado para producir sólo cambios de opereta o maquillaje y hasta dejar inconcluso mucho de lo que se iniciaba, nos hizo pensar en un gobierno bien intencionado, con ideas renovadoras, creativas y constructivas y con tiempo suficiente para cumplir aquella significativa tarea. Sin que eso significase negarle validez a lo dicho por el Libertador en el Congreso de Angostura, documento ese como tantos del mismo autor que desde jóvenes y luego en la carrera docente hemos manejado tanto casi hasta llegar a intimidar con ellos.

Uno pudiera decir, apelando al lenguaje coloquial, no obstante, que bueno es cilantro pero no tanto. Pero también es verdad que el presidente solía comentar o predecir que estaría en el gobierno más allá de veinte o treinta años, que aun suponiendo lo dijese, como decimos los venezolanos, a manera de mamadera de gallo o “cosa de chanza” como decimos los cumaneses, instalaba en el colectivo y en el yo, incluyendo al de quienes le rodeaban, esa maligna idea.

Pero además de lo dicho anteriormente, nos solidarizamos sin ninguna duda con aquellos audaces, entre los cuales estuvo y sigue estando, sin dobleces, Vladimir Acosta, que se atrevieron a hablar de hiperliderazgo y advirtieron al presidente Chávez rebajase en buena medida su protagonismo y permitiese que el colectivo asumiese el rol que le corresponde. Porque esto es hasta más maligno que el tiempo en el poder. Por haber dicho aquello fueron dejados a un lado y hasta vilipendiados. Y esto hicieron sectores auto definidos como de izquierda que veían como propio que mientras en la constitución se hablada de un pueblo participativo y protagónico, en la práctica todo el poder residía en un individuo rodeado de una cúpula dedicada a la adulancia y el aplauso. Seguir enlace: Los fantasmas de Vladimir Acosta y Juan Carlos Monedero

Casualmente, pocos días atrás, estuve leyendo una entrevista hecha a Francisco Herrera Luque, psiquiatra y novelista, en buena medida dedicado a la narrativa sobre hechos de la historia venezolana, circunstancias y méritos que le dan mucho valor a lo que dijo:

“Sí; al Libertador, indiscutiblemente, en los momentos de gloria como les pasa a muchos políticos, el yo personal se infla con el yo colectivo y entonces confunde una cosa con la otra y las antiguas alianzas ya no se resisten”. “El Libertador estalla, los separa – se refiere a las viejas alianzasy se queda con los de la Legión Británica”.

He tomado esta cita porque, pese la enorme verdad de lo que suele modelar el tiempo, aquello del “acostumbrarse a mandar y ser obedecido”, como aquello que leí una vez de Domingo Alberto Rangel, creo que en una obra suya titulada “Los andinos en el poder”, refiriéndose a Gómez, que habiéndose conocido la muerte del dictador, nadie sabía cómo concebir aquello y tuvo que salir la urna a la calle para que los caraqueños pudiesen convencerse – ¡Gómez era mortal!-, porque no sólo es el tiempo sino eso que dice Herrera Luque, como que en los momentos de gloria como les pasa a muchos políticos, el yo personal se infla con el yo colectivo y entonces se confunde una cosa con la otra”. Como nque unos se acostumbran a mandar y otros al obedecer.

Pese el discurso diga lo contrario y hasta las iniciativas legales y constitucionales, el individuo gobernante parece acostumbrarse a ver a los funcionarios a su alrededor como sus sirvientes y si estos se muestran adulantes para conservar sus posiciones, refuerzan la tendencia personalista que en aquél nace.

Chávez, por distintas razones que no vale la pena analizar aquí, pues son como demasiado conocidas, llegó al gobierno con demasiado respaldo y hasta el partido gobernante nace bajo la inspiración y demanda de su gobierno y sin fuerza alguna dispuesta a contrarrestarle o hacerle contrapeso, más cuando los primeros discrepantes, aquella corte de adulantes y oportunistas encabezados por Luis Miquilena, creyéndole caído, se fueron al ver frustradas sus primeras intenciones.

Quienes se quedaron apoyándole, sectores dispersos, individualidades y algunos grupos de izquierda provenientes de la Liga Socialista y en buena parte pequeños grupos que abandonaron a Douglas Bravo y lo que quedó de las divisiones de la Causa R y más tarde el PPT, se propusieron cambiar sus pocas cosas por asirse al poder a como diese lugar. Por supuesto, esto no incluye a las multitudes que le apoyaban al margen de esos grupos y constituían la verdadera fuerza del presidente y le hizo confundir “el yo con el colectivo”.

Ese nacimiento del partido a partir de un poder personal, por razones históricas conocidas en detalle, ya constituido y un “yo confundido con el colectivo”, hizo que el presidente terminase marginando a aquél, pese el discurso. Por eso hablaba de un partido que dirigiese el proceso, pero él mismo escogía los dirigentes del partido entre miembros del gobierno, mientras en el discurso aquello condenaba. Ahora mismo esa es la práctica; basta que alguien aparecido de la nada, como sacado de un sombrero de mago sea electo Alcalde, para que de hecho le conviertan en jefe del partido en el territorio ahora sujeto a su mandato. Apenas apareciendo en esos espacios y sin conocimiento de la gente, le vuelven jefe. Pues el partido es un ente que pertenece al Estado y no concebido para dirigir, en base a las disposiciones populares y hasta impulsar a aquél administre las medidas pertinentes para el cambio. Sólo es un aparato electoral para cumplir tareas ordenadas por los gobernantes.

Maduro, nunca ha estado en capacidad de entender esto. Tanto que todavía no se percata que su realidad es distinta a la que fue de Chávez, pero tiene un concepto de su relación con el poder y el partido como la tuvo aquél. Es decir, Maduro, al llegar al poder de aquella manera “sobrevenida” – nunca se pensó que esa palabra puesta en la constitución viviese un momento de tanta pertinencia o perfectibilidad de aplicación- se ha creído Chávez o quienes le rodearon le estimularon el ego para terminar aprovechándose de todo eso.

El liderazgo no se hereda, se construye y por eso el suyo tiene poco valor, tanto que el país se nos ha vuelto un desorden y las fuerzas de Chávez, por lo menos las que en un momento dado a éste apoyaron, sobre todo en los sectores de vanguardia, no sólo parecen dispersas sino hasta divididas. Basta revisar la página de Aporrea y constar lo que allí transcurre. Y por todo eso, como con un presidente sin autoridad ni respaldo para iniciar política alguna, en cualquier área, con un país donde cualquiera hace lo que le venga en gana y los más poderosos acoquinan a los débiles, mientras el gobierno pareciera querer que eso no sucediese, lo que de nada sirve. El presidente que “confunde el yo con el colectivo”, habla como si tuviese “el toro cogido por los cachos” y gozase de una autoridad a toda prueba. Algo así como si aconteciese aquello que dijo alguien, creo que el mismo Domingo Alberto Rangel en la misma obra, “el venezolano casi no se atrevía a respirar por temor a Gómez”.

En estas circunstancias, como dijese Herrera Luque, entonces “las viejas alianzas ya no se resisten”. La egolatría, el creerse por encima de todos y todo, sin los motivos, circunstancias históricas y virtudes que adornaron a Chávez y le ayudaron hasta cierto punto, falta de la formación inherente a la responsabilidad, conduce a una “gobernanza” como barco sin timón o capitán sin brújula ni ascendencia sobre la marinería.

Chávez estableció una relación casi directa con las multitudes. El partido no fue para él más que una estructura para movilizarlas y para que quienes le acompañaban participasen en los procesos electorales como electores y candidatos a los distintos organismos representativos que por razones obvias había que cubrir y cumplir debidas formalidades. Pese su discurso y el recoger y admitir en veces las críticas relativas al hiperliderazgo y sobre la necesidad que las masas ejerciesen los roles representativo y protagónico a través de los mecanismos idóneos como el partido, no puso empeño en evitar que el gobierno y el Estado se apoderasen de éste. Pese contradecirse en veces con su propio discurso, fue el primero, en ejercicio de ese hiperliderazgo en anunciar la designación de ministros jefes del partido en regiones compuestas por dos o más entidades federales y en la otorgación a gobernadores y alcaldes, por el sólo hecho de serlos, la jefatura del partido en sus jurisdicciones.

De esa manera, por su mandato, más que por hacerle concesiones a quienes le rodeaban, el partido terminó secuestrado por el gobierno y el Estado. Al mismo tiempo, la estructura del partido se fue configurando para fines puramente electorales, espasmódicos, mientras otras organizaciones paralelas, cuasi oficiales, sin independencia ni derecho a disentir ni discrepar, asumieron parte del rol que aquél debía cumplir. De esa manera la cúpula dirigente se desentendía o quitaba de encima los reclamos y las protestas de los inconformes que en buen número comenzaron a marginarse. Pero este proceso fue asumido y respaldado de manera muy consciente y premeditada, bajo la creencia que terminarían siendo usufructuarios afortunados, por mucha gente que ahora fue dejada fuera como resultado de las confrontaciones dadas a raíz de la muerte de Chávez.

Rafael Ramírez, por citar un ejemplo, siendo ministro de energía y Presidente de PDVSA asumió rol de vicepresidente del partido en distintas regiones del país, como oriente y los andes. Aquello fue el resultado natural de un proceso muy atípico y donde nadie se sentía con derecho alguno a reclamarle otra compostura a quien había sido el líder y promotor de aquel como renacimiento y despertar. Por algo algunos izquierdistas solían decir, “Chávez fue un regalo que nos mandó Dios”, entre tantas cosas, logró el milagro de reunir gente que por años habían discrepado y desconfiado mutuamente.

*Nota: Trabajo tomado de nuestro libro “Venezuela entrando en el siglo XXI o El venezolano todo lo asume mesiánicamente”. Le creo pertinente y actual.

 

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