En su reciente libro “The Rise of the Civilizational State”, el profesor de la London School of Economics Cristopher Coker menciona que Putin, en un discurso pronunciado el 11 de octubre del 2001, afirmaba que el espacio geopolítico al oeste de Rusia se dividía en tres zonas culturales: el “Russkij Mir”, “el mundo ruso”, que no está definido por el principio de autodeterminación de los pueblos sino por la “sangre”, la sangre derramada a lo largo de los siglos por el pueblo ruso; el “Occidente histórico”, el mundo al oeste del río Neisse, que junto con el Oder forma la actual frontera entre Alemania y Polonia; y la que define como “zona gris” entre las dos anteriores. La “zona gris”, por cierto, coincide con las Blood Lands, las “tierras de sangre”, donde el historiador de la Universidad de Yale Timothy Snyder afirma que se concentró la mayor parte de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente esta zona gris también coincide, en buena parte, con la “Heartland”, el “Corazón del Mundo” de Halford Mackinder, uno de los padres de la geopolítica. Quien controle el Heartland, decía Mackinder, controlará la Isla Mundial, formada por Afro-Eurasia, y por tanto controlaría el mundo. Putin denunciaba en ese discurso que el Oeste ha intervenido e interviene no sólo en la “zona gris” sino en el propio “Russkij Mir”, tratando de imponer su agenda de valores occidentales. Obviamente para Putin, Georgia, Ucrania y sobretodo Bielorrusia forman parte del “mundo ruso”. Vimos cómo en el 2008 Rusia invadió militarmente Georgia y provocó las secesiones de Abjasia y Osetia del Sur. En el 2014 se anexó Crimea y fomentó la guerra de secesión en Ucrania oriental. Para la Rusia de Putin parece inaceptable que en el llamado “mundo ruso” surjan y se mantengan gobiernos favorables a Occidente. En la memoria histórica de Rusia están todas las invasiones provenientes de Occidente, Polonia en el Siglo XVII, Suecia en el XVIII, Francia en el XIX y Alemania en el XX. Siempre su grande defensa, además del “General Invierno”, fue la “profundidad geográfica” de su territorio. Por tanto, mantener la frontera occidental de su territorio lo más lejana posible de Moscú y San Petersburgo siempre ha sido un objetivo geopolítico fundamental. Por eso, durante la Guerra Fría, Finlandia se mantuvo neutral, no ingresó a la OTAN, aun cuando era una economía de mercado y su régimen político era democrático. Sólo entró en la Unión Europea en 1995, después de la caída de la Unión Soviética. Tomando en cuenta también el enorme “trauma geopolítico” que significó la desintegración del Imperio Soviético y por tanto la “hipersensibilidad” rusa en su llamado “cercano exterior”, que incluye tanto el Russkij Mir, como parte de la “zona gris”, quizás debería pensarse en alguna forma de “finlandización” para países como Georgia, Ucrania y Bielorrusia.
Por razones geopolíticas, veo muy difícil que Rusia acepte en Bielorrusia un régimen aliado de Occidente, pero quizás sea posible algún tipo de neutralidad “finlandesa”, con un régimen democrático interno, siempre y cuando la necesaria, pero insuficiente, fuerte presión de la comunidad democrática internacional sea acompañada por una persistente y contundente presión interna. Algo que por cierto sigue siendo necesario también en el caso de Venezuela.
@sadiocaracas