Gustavo Villamizar Durán: ¿Por qué no?

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En artículos anteriores hemos abordado el tema de la tecnologización de la educación y los proyectos que aspiran, a partir de ella, a la desaparición de la escuela y la labor del maestro.  En torno a la cuestión, algunos amables lectores han solicitado  razones de mayor profundidad para negar esta opción tajante, razón por la cual me detendré en tales aspectos.

Partamos  aceptando que los humanos somos al nacer los seres más frágiles y desamparados de la especie animal. No nacemos “hechos”, listos para saber y hacer, porque ello no depende solo de lo biológico, sino de múltiples factores que confluyen y propician el gradual alcance de la condición propiamente humana, proceso este denominado por la antropología Neotenia, el cual depende fundamentalmente de los demás, de la comparecencia social.  En torno a ello, los estudios indican que los niños menores de seis años aprenden a través de las relaciones interpersonales y las experiencias sensoriales, es decir, con los otros, adultos o niños, a través de la visión, la audición, el tacto, el olfato  y el gusto, desarrollando su inteligencia en realidades específicas. Por ello no tiene sentido ofrecerles contenidos online en esa edad. Aún más, estudiosos como Nicholas Carr  han establecido una relación entre el uso de pantallas en edades tempranas  con la inatención, la impulsividad, la disminución del vocabulario, el déficit de aprendizaje, las adicciones, problemas de la vista, trastornos del sueño y otros. Esto está relacionado con los ritmos frenéticos, luces intensas, colores brillantes que imponen los dispositivos a los niños que los usan, a quienes hacen  inquietos, ansiosos y aburridos ante los ritmos más lentos ofrecidos normalmente por la realidad.

El juego es muy importante para el niño. Con el juego libre o semi estructurado, el niño asume retos que se ajustan a sus capacidades, intentan de a poco abordar las situaciones,  suben a los toboganes por la pendiente, suben y bajan escaleras hasta lograrlo con facilidad. En ese juego libre es el niño el que planifica y protagoniza su propia experiencia de aprendizaje, hace trabajar la memoria, tiene que inhibir los estímulos externos, medir sus límites y desarrolla controles. Por el contrario, las aplicaciones dirigidas por algoritmos imponen toda la actividad, es prefabricada,  el niño va a remolque de lo que se le indica, no puede programar su acción,  se vuelve pasivo, pierde la iniciativa y se acostumbra a estímulos cada vez más rápidos, desechando la realidad por demasiado lenta.

Los niños necesitan que respetemos su asombro, su deseo de conocer, pero las tecnologías ejercen el efecto contrario: lo hacen todo por él, lo imponen, acostumbran a los pequeños a los estímulos inmediatos y acortan el tiempo de atención. En las escuelas es fácil observar como los estudiantes tienen menos capacidad de atender y concentrarse. Si algo ha quedado claro en esta pandemia es que necesitamos interacción personal, los alumnos de todas las etapas requieren de los demás entre otras cosas  para convivir, compartir, intercambiar interrogantes y dudas, aprender mediante prácticas colaborativas y lo pusieron de manifiesto en estudios realizados recién en el mundo entero, señalando extrañar sobre todo a sus amigos de la escuela y sus maestros. De manera que conociendo tales realidades positivas para niños y jóvenes ¿por qué se pretende prescindir de ellas, sustituyéndolas por máquinas?

Lo mejor en este momento de incertidumbre debiera ser una observación exhaustiva del devenir de la pandemia, de manera de ir modificando o ajustando según vaya presentándose. Ello indicará si la apertura de las clases y el transcurso del año escolar debe hacerse mediante la modalidad a distancia o presencial, como también la posibilidad de combinarlas, de manera que la asistencia a clases  no sea diaria sino algunos días, en grupos reducidos y otros días, trabajando desde las casas. En las actividades que se programen para la escuela deben   priorizarse  las interrogantes de los discentes,  las orientaciones y explicaciones del docente, así como ejercicios de amplia participación colectiva, de manera que las jornadas transcurran muy activas, cordiales, reconfortantes afectivamente. En lo correspondiente a la opción a distancia deben habilitarse todas las posibilidades de comunicación entre el educador y los alumnos, surgidas de las experiencias del fin del año lectivo anterior. Los docentes deben empeñarse en hacer muy claras las instrucciones y orientaciones para cumplir el trabajo en casa, nutriendo en lo posible las jornadas con internet, TV, radio, la ayuda de los adultos de la casa o la comunidad, así como la maravillosa experiencia de las visitas de los docentes a las residencias por la fuerza de su imagen y la motivación de su presencia.  Si se programan jornadas on line, deben combinarse con algo analógico como lecturas y escrituras en papel y asignar tareas que requieran una atención sostenida. Deben dejarse al margen las aplicaciones dirigidas por algoritmos descontextualizados  que obliguen al niño a buscar ayuda, la cual, en ocasiones, no puede ser atendida por la familia u otros adultos.

Hay que avanzar con responsabilidad y seguridad, sin temor. Existen múltiples opciones válidas sin necesidad de someter a infantes y jóvenes al frío suplicio de las pantallas, despreciando  la hermosa posibilidad de cultivar la amistad, la solidaridad, el conocimiento, los valores y la alegría del saber que mantiene la escuela.

 

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