El discurso de Donald Trump, y la puesta en escena del acto del último día de la Convención Republicana que lo convirtió formalmente en candidato presidencial el jueves 27 de agosto, fue una síntesis perfecta de una campaña extremadamente polarizada, dominada por la ira y una retórica bélica, que hizo evidente que el próximo 3 de noviembre está en juego algo mucho más profundo que la mera competencia entre una corriente de derecha (conservadora) y otra de izquierda (liberal): las urnas definirán la consolidación de un relato maniqueo, que desdeña de la negociación política en la democracia y de la arquitectura multilateral para encauzar la paz, o la vuelta al camino institucional y diplomático que cree en la gestión de las diferencias o conflictos que surgen de las propias dinámicas de sociedades plurales o países diferentes.
Se trata de una contienda entre dos formas diametralmente opuestas de entender el ejercicio del poder —y por tanto del liderazgo—, cuyo resultado influirá en el curso de los asuntos mundiales.
El discurso de Trump de aceptación de la candidatura republicana, con la Casa Blanca como el dominante escenario proselitista, fue tan controvertido como la negación del calentamiento global, la prédica en contra de los inmigrantes y el proteccionismo como arma de guerra, tres políticas de su combativa Administración.
No hay antecedentes de una convención partidaria con un candidato en un escenario montado en el jardín sur de la Casa Blanca, una decisión controversial desde el punto de vista ético, que bordeó la ilegalidad y que hasta puso en cuestión el uso de fondos públicos federales.
No menos llamativo fue su discurso de 70 minutos, ante 1.500 invitados ajenos al protocolo del distanciamiento social y el uso del tapabocas, en que hizo muy pocas referencias a la Covid-19 en comparación con el candidato demócrata, Joe Biden, a quien nombró unas cuarenta veces para denostarlo.
El candidato republicano, y de alguna manera las cuatro sesiones de la convención, apretaron el botón sensible de la inseguridad para intentar seducir incluso a los estadounidenses que rechazan su retórica, pero ven con buenos ojos ciertas políticas de su gobierno o sienten temor o incertidumbre por el futuro.
Trump, con un lenguaje patriótico y de fervor antisocialista, advirtió el fin del mundo si el «débil» Biden llega a la Casa Blanca, una «marioneta» de la «izquierda radical» que podría destruir la «grandeza estadounidense».
Al aceptar la nominación, Biden, en las antípodas de su rival, exhibió un estilo más bien paternalista, en un discurso de apenas 25 minutos, el jueves 20 de agosto, al cierre de una convención que siempre estuvo apegada a la nueva normalidad.
Su tono conciliador se reflejó en la promesa de dejar atrás la «división» del país y dar vuelta la página del tormentoso periodo de Trump a quien, sin nombrarlo nunca directamente, dijo que «ha cubierto Estados Unidos de oscuridad durante demasiado tiempo. Demasiado miedo. Demasiada división».
Como un padre que le habla a sus hijos, Biden prometió que, si es elegido, va a ser un «aliado de luz» para sacar «lo mejor de cada uno».
El talante amigable de Biden y su larga trayectoria en el establishment de Washington lo han convertido más que nada en el candidato anti-Trump: desde quienes aborrecen su manera populista y autoritaria, hasta quienes cuestionan su gestión, particularmente la de la Covid-19 (reacción tardía y menosprecio de la ciencia) o su postura ante la violencia racial agravada desde mayo pasado.
El respaldo de muchos adversarios republicanos es elocuente de lo que representa Biden, particularmente hombres de confianza de George W. Bush, John McCain y Mitt Romney, muchos de ellos muy conservadores y de impensable apoyo a un candidato demócrata.
El papel de las minorías
Es probable, aunque no indubitable, que las minorías raciales, como las de los afroamericanos y los hispanos, particularmente los primeros, se vuelquen mayoritariamente por Biden, lo que es un comportamiento electoral clave para ganar la elección. Una tendencia que refuerza su compañera de fórmula, la senadora Kamala Harris, la primera mujer negra en ser nominada por uno de los dos partidos históricos como candidata a la vicepresidencia.
La mayor incertidumbre del voto latino es que no es monolítico; se manifiesta de manera diferente según el origen y depende muchas veces de las realidades de los estados donde residen los votantes.
La inédita propuesta demócrata de iniciar una ruta para la ciudadanía a los once millones de indocumentados es una iniciativa que puede favorecer al candidato opositor. Muchos hispanos son sensibles a esta problemática, pues tienen algún familiar en Estados Unidos que vive bajo la espada de Damocles de la deportación.
Aunque Trump carga con la mochila antiinmigrante, todavía puede dar la pelea por el voto de los hispanos ante el vicepresidente del gobierno de Barak Obama que deportó a millones de extranjeros y no cumplió con una prometida reforma.
El promedio de las encuestas del 12 al 31 de agosto, difundido por Real Clear Politics, favorece a Biden por una diferencia de más de seis puntos porcentuales (49,6 % y 43,4 %, respectivamente), aunque Trump logró achicar la brecha del mes anterior.
Con el antecedente de la elección presidencial de 2016, y los tres debates pendientes, no es descabellado proyectar una remontada del líder republicano en las urnas.
Es exagerado afirmar que el próximo 3 de noviembre será la elección más importante de la historia de Estados Unidos, como dijo Trump, pero nadie puede poner en duda su carácter excepcional.