Paul Krugman: La respuesta de Trump fue más que incompetente

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La mayoría de los casos en los que un coche mata a un peatón seguramente se deben a una negligencia: conductores que estaban demasiado ocupados hablando por el móvil o pensando en su partida de golf para fijarse en el anciano o anciana que cruzaba la calle enfrente de ellos. Un puñado de ellos son actos homicidas, como el del hombre que mató a una mujer al embestir con su coche a un grupo de manifestantes contra un mitin neonazi en Charlottesville, en Virginia.

Pero, a veces, los conductores terminan matando a otras personas porque su comportamiento es claramente peligroso, como conducir muy por encima del límite de velocidad o saltarse múltiples semáforos en rojo. Las muertes que se producen como consecuencia de ello no se consideran asesinatos. Pero podrían considerarse homicidio, que es cuando uno no tiene la intención concreta de matar a alguien, pero sus actos irresponsables lo matan de todas formas.

Hasta esta semana, pensaba que la desastrosa manera en que Donald Trump ha gestionado la covid-19 se debía básicamente a la negligencia, incluso si esa negligencia era intencionada, es decir, que no entendía la gravedad de la amenaza porque no quería enterarse y se negó a tomar medidas que podrían haber salvado miles de vidas estadounidenses porque la política eficaz no es realmente lo suyo.

Pero me equivocaba. Según el nuevo libro de Bob Woodward, Rage, Trump no era ajeno a lo que pasaba; a principios de febrero ya sabía que la covid-19 era mortal y se transmitía por el aire. Y este no es un caso de recuerdos contradictorios: Woodward ha grabado a Trump. No obstante, Trump siguió celebrando mítines multitudinarios en espacios cerrados, menospreciando las medidas cautelares y presionando a los Estados para que reanudaran la actividad económica a pesar del riesgo de contagio. Y sigue haciendo lo mismo, incluso ahora. En otras palabras, un gran porcentaje de los más de 200.000 estadounidenses que seguramente morirán de covid-19 antes del día de las elecciones habrán sido víctimas de algo mucho peor que la mera negligencia.

Seamos claros: un particular que hubiera hecho lo que ahora sabemos que hizo Trump estaría indudablemente en un buen aprieto legal. Pensemos en las demandas que probablemente se interpondrían contra un consejero delegado que sabe que el centro de trabajo de su empresa es peligroso, pero miente al respecto, se niega a tomar precauciones y amenaza a los trabajadores con despedirles si no van a trabajar.

Ahora bien, Trump no tendrá que rendir cuentas de una manera comparable debido, en parte, al cargo que ocupa y, en parte, a que el partido que dirige es totalmente pasivo y no va a pedirle que rinda cuentas. Pero dejémonos de sutilezas por un momento, ¿de acuerdo? La enormidad del comportamiento impropio de Trump debe ser el elemento principal y no las conjeturas sobre si se enfrentará o no a alguna consecuencia.

¿Hay excusa para las acciones de Trump? Un argumento que se escucha es que, si se ajustan las cifras a la población, algunos países europeos han perdido más o menos el mismo número de personas por covid-19 que el EE UU de Trump, aunque la tasa reciente de nuevos fallecimientos en EE UU es mucho más elevada, por lo que pronto nos separaremos del resto del pelotón. Pero cuando los actos de un ciudadano de a pie provocan la muerte de otra persona, tanto las circunstancias como la motivación cuentan.

De los demás países con una cifra elevada de muertos, Italia fue el primer país occidental que padeció un brote extenso y muchos pacientes fallecieron antes de que los expertos entendieran del todo lo que había que hacer.

Suecia y Gran Bretaña se vieron muy afectadas porque en un principio aplicaron la doctrina de la “inmunidad de rebaño” para solucionar la pandemia. Era una política terrible, que Reino Unido acabó por abandonar. Suecia no ha llegado a cambiarla oficialmente, aunque en la práctica ha acabado por establecer a menudo el distanciamiento social. Pero hay una gran diferencia entre los errores, por mortíferos que sean, y el engaño deliberado. Solo en EE UU el jefe del Estado estaba tranquilizando a la gente respecto a la enfermedad a sabiendas de que era mortal y se contagiaba fácilmente.

Trump justificó esta ocultación de los peligros que comportaba la covid-19 como un deseo de evitar el “pánico”. Tiene gracia, viniendo del tipo que inició su presidencia con advertencias sobre la “carnicería estadounidense” y que actualmente trata de aterrorizar a los habitantes de las zonas residenciales con visiones de hordas antifascistas desenfrenadas. Pero, ¿cuáles eran exactamente los peligros del pánico que tanto le preocupaban?

Al fin y al cabo, decir la verdad sobre el coronavirus no habría sido como gritar “fuego” en un teatro lleno de gente. Lo único que la verdad habría llevado a la gente a hacer por miedo habría sido quedarse en casa siempre que fuera posible, evitar las multitudes, lavarse las manos, etcétera. Y son cosas que la gente debería haber estado haciendo; de hecho, en cuanto el pánico cundió entre la población en lugares como Nueva York, las tasas de contagio descendieron considerablemente. Por supuesto, todos tenemos una idea bastante buena de a qué se refería realmente Trump: fuentes fidedignas han informado de que quería restar importancia a la crisis por temor a que las malas noticias perjudicasen a su amado mercado de valores. Es decir, le parecía que tenía que sacrificar miles de vidas estadounidenses para sostener el Dow Jones.

En realidad, estaba equivocado: las cotizaciones bursátiles se han mantenido altas a pesar del constante aumento de la cifra de fallecimientos. Pero el hecho de que se equivocara en cuanto al intercambio no altera el hecho de que su voluntad de hacer ese intercambio era totalmente inmoral. La conclusión es que es un error decir que Trump gestionó mal la covid-19, que su respuesta fue incompetente. No, no lo fue; fue inmoral, rayando en lo criminal.

Premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips

 

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