Sin medidas de seguridad ni permisos legales, algunos vecinos de Catia, parroquia Sucre, en Caracas, venden gasolina en sus casas. La obtienen después de que algún guardia conocido los pasa de la cola para surtir el combustible. El precio oscila entre 1 y 2 dólares el litro, pero venden un mínimo de 10 litros, no menos
Jesús Piñero – El Estímulo: Gasolina, en Catia se bachaquea así
Un camión se accidenta en el medio de la calle, a unas cuadras de la estación del Metro de Plaza Sucre, en Catia. El tráfico colapsa. Las cornetas aturden. El calor es sofocante por el humo y el sol. Los buhoneros se amontonan, venden guantes y tapabocas caseros. Aunque la semana de flexibilización solo contempla la reactivación de 10 sectores de la economía nacional, aquí la historia es otra: todos activos. El chofer baja del camión, sube el capó, se quita el tapabocas y se seca el sudor de la frente. Se quedó sin gasolina.
En Plaza Sucre hay dos bombas: la ubicada en la antigua Telecuba y la de la avenida El Cuartel. Ambas están desoladas, llevan días sin recibir suministro. Algunos conductores aseguran que han tenido que buscar en otras zonas de la parroquia, pero deben someterse a las largas colas de vehículos. Denuncian que el control de las estaciones de servicio esté en manos de la Guardia Nacional y de los colectivos, pues benefician a sus conocidos. Y en general prefieren mantener el anonimato a la hora de dar declaraciones por temor a represalias.
A escasos metros, subiendo hacia el Hospital José Gregorio Hernández, mejor conocido como “Hospital de los Magallanes de Catia”, el chofer podría encontrar gasolina. Solo necesita dólares en efectivo para costearla.
Un grupo de motorizados madrugan a diario para surtir pimpinas y garrafas de combustible en las lomas de Catia. Al principio lo hacían para cubrir su propio consumo, sin embargo, la demanda en la crisis los llevó a comerciarla de manera clandestina entre los vecinos del barrio. Y ya el negocio se convirtió en un secreto a voces, pero nada fuera de lo normal.
Gasolina en casa
José tiene la boca dormida de tanto extraer la gasolina del tanque de su moto a través de una manguera. Lo hace a diario después de pasar por diferentes gasolineras. La moto se llena con 10 litros, pero por el racionamiento solo ha podido pagar 4 diarios. El contacto con los químicos –tolueno, xilenos, isobuteno y hexenos– le afectó el labio inferior, pero confía en que se recuperará pronto. Eso sana solo, cree.
Aunque aclara que ya no está comercializando el combustible, admite que sí lo hizo durante el mes de mayo, cuando la escasez era tremenda. En casa tiene varias garrafas y envases llenos arrinconados en un cuarto. No quiere arriesgarse a que le falte gasolina, y eso es algo que cree inminente ante las largas colas que se observan en Caracas. La asistencia a su trabajo semanalmente y la inflación lo ponen en una disyuntiva: guardar la gasolina o venderla. Por seguridad, José, claro no es su nombre real.
Para Luis no hay disyuntiva: él sí está vendiendo gasolina desde su casa. El litro cuesta –de momento– 1 dólar y es un negocio medianamente conocido en el sector. El mínimo son 10 litros y el cliente deben llevar sus envases. Luis asegura que no hace cola, pues un amigo en la bomba lo deja pasar siempre y le llena el tanque hasta el tope. Diariamente puede comprar hasta 60 litros. El almacén del negocio irregular está en su casa, en Catia. Al igual que José, Luis no se llama Luis.
Adentro no hay mucha luz y el olor a gasolina es intenso. Tampoco hay ventilación. El olor se concentra en los tapabocas. Las pimpinas están arrinconadas, pegadas a una pared. Son tres grandes y varias pequeñas. José cuenta que tienen más en otros sitios pero que por ahora están reservadas para su uso personal, porque no están vendiendo ya. En el caso de Luis, la venta se efectúa a plena luz del día, aunque con notable prudencia. Él no le vende a todo el mundo, tiene compradores fijos y se cuida a la hora de ofertar el recurso, teme las consecuencias.
Es evidente que el sitio donde José guarda la gasolina no cuenta con las condiciones mínimas de seguridad, a pesar de que no fuma, ni tampoco cocina en ese cuarto. Él reside en el piso de arriba. No le da miedo tener ese combustible tan volatil ahí, aunque asegura tomar precauciones. Manipula los envases y el líquido sin guantes y succiona para extraerlo del tanque de su moto. A veces se salpica la ropa cuando el líquido rebasa el tope. Y simplemente seca sus manos con un trapo amarillo desteñido que lleva consigo.
En estados de WhatsApp, las personas escriben que demandan gasolina, tal como sucede con el cambio de dólares. Pedro Martínez, quien es vecino de Catia, se enteró de que en su barrio vendían gasolina “bachaqueada” porque unos amigos le comentaron. Ha llegado a pagar entre 1 y 2 dólares por litro. Su moto se llena con 12. No lo hace siempre porque sus ingresos no lo permiten, pero trata de utilizar el vehículo solo para emergencias. “En las bombas están aceptando solo 150 motos y están llenando solamente 5 litros. Hay mucha corrupción de los guardias, pasan sus carros para después revenderla. Uno ve las peleas entre las Faes y ellos por tomar el control de las gasolineras. La corrupción es muy descarada”.
Antes no era así
El mercado irregular y la venta de gasolina de manera informal es –o era- inédita para el país, así lo sostiene Rafael Quiroz, economista experto en petróleo, pues siempre se trató de un recurso subsidiado: “Esto es nuevo, esto lo trajo esa revolución distorsionada. Venezuela nunca había tenido problemas de surtir gasolina, ni para el mercado interno ni para el externo. Nuestro parque refinador tenía una capacidad de 1.300.000 barriles, las 6 refinerías. 500 o 600 mil se dejaban a lo interno, mientras que 800 mil se sacaban para afuera”. Pero ahora soplan nuevos tiempos.
Caracas pareciera ser la punta del iceberg, pues en el interior, especialmente en estados fronterizos como Táchira y Zulia, la venta irregular de gasolina ya tiene larga data. “Se traen combustible de Colombia y lo venden en la frontera venezolana a 2 dólares mientras que en el otro lado pagas 70 u 80 centavos”, dice Quiroz, quien también es profesor universitario. Resalta lo paradójico de la situación, porque se supone que Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo en el mundo.
Por otro lado, el internacionalista y magister en economía, Alfredo Ordóñez López, explica que el surgimiento del mercado irregular de gasolina era inminente ante la incapacidad de satisfacer la demanda: “Los bachaqueros pertenecen a un pequeño grupo de la población que busca aprovechar la situación, bajo condiciones de inseguridad y peligrosidad extrema, pero que siguen siendo proveedores que satisfacen una parte de la demanda”.
Agrega que el llamado “bachaqueo” es la expresión más clara de la crisis: “La economía informal nace cuando el mercado natural no logra su equilibrio formal e inicia un proceso de desinstitucionalización, es decir, empieza a imperar la ilegalidad o todo aquello que no esté dentro del marco regulatorio”. Ambos coinciden en que la solución pasa primero por un cambio de gobierno que garantice el retorno a la institucionalidad.
El 13 de septiembre arribó a las costas de oriente del país el buque Honey, cargado con aproximadamente un millón de barriles de gasolina. En Caracas y el interior las colas abarrotan calles. Un día después, el gobernador de Zulia, Omar Prieto, declaró que los gasolineros privados cuentan con autorización para importar y vender por debajo de 1 dólar, lo que sin duda contribuirá con el mercado negro que crece ante la escasez: “Cada dueño de estación de servicio a precio internacional que tenga manera de importar combustible, lo puede hacer (…) Siempre el precio debe estar por debajo de un dólar”, dijo en una rueda de prensa.
Las declaraciones de Prieto parecieran augurar una posible privatización del servicio, una decisión que, incluso, escapa de sus funciones como gobernador y un escenario que todavía no existe, aunque el mercado irregular crezca y cuente con el beneplácito de la población. Tal como ocurre en las barriadas caraqueñas y en las fronteras, donde la gente está al acecho frente a cada coyuntura para emprender un negocio y aprovecharse de las circunstancias.
Pero, en el caso de la gasolina, sumado a graves riesgos: las posibles consecuencias que podría acarrear esa actividad informal por parte del poder, y, claro, las que conlleva la manipulación del combustible sin suficientes medidas de protección.