Una madre Wayuu vende su cabello para salvar a sus hijos del hambre

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María Agustina González, una madre Wayuu veneezolana de 39 años, recibió 20 dólares o 70.000 pesos por 50 centímetros de cabello. Sus hijos tenían tres días sin comer. Tenía 20 años cuidando de su cabello, que en la etnia wayuu representa la pureza de la mujer.

María Agustina González vendió su largo cabello, que cuidaba con celo, para darles de comer a sus cuatro hijos, que tenían tres días sin probar alimentos. Fueron 72 horas en las que les calmó el hambre y el llanto con agua. El dinero sólo le alcanzará para alimentar a sus niños de 1, 3, 5 y 7 años durante dos semanas.

«Mi decisión de vender mi cabello fue de desesperación al ver que mis hijos lloraban por comida. Es algo muy duro para mí como madre”, aseguró González, una Wayuu de 39 años que reside en Paraguaipoa, municipio Guajira, en la frontera con Colombia.

María Agustina está sin trabajo hace seis meses, desde que inició la cuarentena por el COVID-19. Antes trabajaba como vendedora de refrescos y agua en la frontera de Paraguachón, hoy tomada por las autoridades castrenses para organizar a los venezolanos que retornan y que el gobierno de Nicolás Maduro señala de ser los responsables de propagar el virus en el país.

El sábado 12 de septiembre, tres días después de un ayuno obligado para sus niños, vendió 50 centímetros de su cabello por 70.000 pesos. Le alcanzó el dinero para comprar un kilo de leche, cinco de harina, seis de arroz, tres de azúcar, tres de espaguetis, dos litros de aceite y «un pollo que rindo para cinco almuerzos», precisó.

Para la mujer wayuu, el cabello es símbolo de pureza y un regalo de Dios. María Agustina tenía 20 años cuidando su larga cabellera, apenas la cortaba dos veces al año entre dos y tres centímetros. La desesperación de ver y escuchar a sus hijos llorar por hambre, la llevó a desprenderse de lo que consideraba más sagrado de su cuerpo.

“Cuando ese hombre me estaba cortando el pelo sentí un gran vacío en mi corazón. Sólo le pedía perdón a Maleiwa (Dios) por esta decisión que había tomado para salvar la vida de mis hijos, que se estaban muriendo del hambre que vivimos en nuestra casa», confesó.

María Agustina vendió su cabello a un vecino de Paraguaipoa que lo compra para comercializarlo en las peluquerías de Barranquilla. Una prima le dio la idea y el contacto el día anterior. Conoce de otras dos madres que lo hicieron en Guajira. Aquí la desnutrición en los menores aumentó con la cuarentena, según indica el último reporte de la Comisión para los Derechos Humanos del Estado Zulia (Codhez).

«Cuando llegué a mi casa tenía el corazón roto, pero cuando vi la cara de mis hijos agarré fuerza y fe para seguir luchando», contó la madre de Keiber (1), Malessa (3), Estela (5) y Juana (7). Ella no tiene ayuda económica del padre de los niños desde que se separaron hace tres años.

En los últimos seis meses, los mismos que lleva sin trabajar, el hambre llego a la pequeña casa de María Agustina, donde se pasó de comer tres veces al día a sólo una vez o a ninguna. Su única opción es caminar 20 kilómetros todas las mañanas hasta la playa de Caimare Chico, al sur del poblado de Paraguaipoa, a pedir pescado y darles de comer a sus hijos.

“Yo tengo cuatro niños que llevan seis meses sufriendo y no he tenido ninguna ayuda. En esta tierra han muerto varios pequeños por hambre, mientras que el Gobierno se llena la boca diciendo que en la Guajira no hace falta nada», contó.

El Pitazo

 

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