La Habana está ante el espejo de la pandemia y la imagen reflejada genera mucha preocupación. Con varios focos de contagio abiertos en su territorio, ahora el desabastecimiento, los problemas higiénicos, las dificultades en el suministro de agua y el hacinamiento dificultan significativamente frenar el avance del COVID-19.
En la principal urbe de la Isla está quedando en evidencia que no bastan las medidas punitivas oficiales para evitar las aglomeraciones sociales si cada día las familias deben salir a buscar lo que van a comer durante esa jornada a falta de la posibilidad de abastecerse por un largo tiempo. Ni siquiera el toque de queda decretado desde hace más de dos semanas, y que entra en vigor a las siete de la tarde y hasta las cinco de la madrugada, ha logrado bajar significativamente los números de infectados.
Las autoridades también han impuesto el control casi milimétrico para saber en cuál tienda y qué productos compra cada habanero, a través de las aplicaciones móviles Portero y Cola.cu de las que echan manos los policías, militares o voluntarios con brazaletes que custodian las filas. Pero tampoco así han podido impedir que la ansiedad por alcanzar los alimentos lleve cada mañana a multitud de personas ante los locales donde esperan conseguir algo tan básico como un poco de pollo congelado, aceite vegetal, salsa de tomate, jabón para bañarse, detergente o la desaparecida pasta dental.
Con millones de pesos cubanos recaudados a través de las miles de multas impuestas, tampoco se ha frenado la reventa de productos en el mercado informal, los “coleros” que viven de comercializar su turno en las largas filas o el desvío de recursos del sector estatal que abastece las redes informales. Las prácticas que han existido por décadas en la capital ahora se camuflan o sumergen -aún más- pero no desaparecen. Porque para esta ciudad el entramado ilegal es como una red de vasos sanguíneos que la mantienen viva desde que el centralismo y estatización se apropiaron de buena parte de su economía.
El distanciamiento social, tan recomendado por las autoridades sanitarias para frenar los contagios, resulta una quimera dolorosa en las miles de cuarterías que existen en sus 15 municipios. Familias divididas por un simple tabique, varias generaciones que conviven en unos pocos metros y vecinos que comparten el lugar donde lavan, el servicio sanitario y el estrecho patio donde tienden la ropa son las más vulnerables. Si se le agrega, además, los barrios donde por días no llega el suministro de agua, la situación toma tintes muy alarmantes.
Incapaz de poder aliviar ninguno de esos problemas, el Gobierno ha optado por los castigos. Los juicios ejemplarizantes llevan semanas abarrotando los tribunales y en esos procesos exprés se juzga lo mismo a alguien que compró varias veces una mercancía y puede ser considerado un “acaparador”, hasta el que se bajó la mascarilla en la calle para beber un poco de agua o al que en las redes sociales cuestionó los excesos policiales multiplicados por la pandemia. Sin duda, el coronavirus ha azuzado el carácter autoritario del régimen cubano.
Preparada para los momentos de emergencia pero incapaz de provocar tiempos de normalidad, la Plaza de la Revolución ha respondido a la crisis con las estrategias que mejor conoce: dar una vuelta de tuerca represiva, aumentar la vigilancia, asustar a los ciudadanos con los tribunales y avivar los grupos parapoliciales que controlan barrios y comercios. Pero el enemigo invisible sigue ganando terreno.
Según datos oficiales hasta este domingo La Habana tenía 136 focos de COVID-19 y en numerosos barrios las cintas policiales impiden el paso de los transeúntes y la salida de los residentes. Pero una vez encerrado, las dificultades para mantener un suministro de alimentos y otros insumos en esas áreas fuerzan a muchos vecinos a evadir los controles y escabullirse en busca de comida. Una ciudad entrenada en lo furtivo o escondido siempre tiene atajos y formas para lograrlo.
Así que con el coronavirus nos hemos topado los habaneros. Un agente microscópico ha hecho más evidente las grietas sociales que recorren esta ciudad, sus profundas sombras y sus acuciantes problemas.