En tiempo de la República civil recuerdo hacer oído hablar de un luchador social llamado Nicolás Maduro. Era un militante de la izquierda. Muy comprometido con la lucha contra la corrupción y contra la violación de los derechos humanos. Era también un líder sindical comprometido en la defensa de los trabajadores y de los más pobres.
Por obra de un azar insospechado, aquel luchador amaneció un día como Presidente de la República. Desde luego, no tenía ninguna preparación para desempeñar esa alta investidura. De repente se encontró a sí mismo convertido en jefe del Estado, jefe del Gobierno, comandante de la Fuerza Armada, conductor de la política internacional y jefe de la hacienda pública. Nunca se imaginó que los avatares de la política lo conducirían a esa responsabilidad. Los factores claves fueron la muerte de Hugo Chávez y el favoritismo del Gobierno cubano.
Han pasado algunos años. Ese antiguo luchador por los derechos de los trabajadores ha dirigido un gobierno que se ha convertido en una fábrica de pobreza y de miseria. Más de 90% de los venezolanos perciben un ingreso que los coloca en situación de pobreza y más de 80% en situación de pobreza extrema, de miseria. Los trabajadores están peor que nunca antes.
La gestión de Maduro se ha traducido en hambre, miseria y desolación. Más de seiscientos cincuenta mil niños venezolanos sufren un cuadro de desnutrición irreparable. Es toda una generación que crecerá con graves deficiencias físicas e intelectuales. La catástrofe de la gestión económica y social de la administración Maduro ha sido inconmensurable.
Hoy, Venezuela es un país arruinado, colapsado y empobrecido.
El joven luchador contra la corrupción ha terminado presidiendo el gobierno más corrupto de la historia venezolana.
El joven luchador contra la violación de los derechos humanos ha terminado dirigiendo un gobierno que ha hecho de la violación de los derechos humanos su modo de gobernar. El informe de la Comisión de las Naciones Unidas que ha investigado el caso venezolano no puede ser más elocuente al respecto.
A Maduro no le queda sino una oportunidad. Hacerse a un lado y contribuir en la formación de un gobierno de transición que sustituya su administración y enfrente la emergencia económica, social y moral para el rescate de Venezuela.