La pandemia también devalúa la palabra. La dificultad para reunir Parlamentos y cumbres políticas ha reducido el espacio de la discusión y del diálogo. No es lo mismo la interacción entre personas que la transmisión de discursos pregrabados sin reacción a las palabras de los otros. Ni una reunión en remoto que un encuentro en vivo, en el que cuentan los intercambios en los pasillos o los encuentros discretos al margen.
La Unión Europea ya había experimentado estas dificultades, en parte pasajeras, aunque algo quedará como nuevos hábitos de una nueva época. ¿Para qué gastar en viajes, alojamientos y tiempo si el trámite se puede resolver con la grabación de un mensaje? La demostración más contundente del cambio se está produciendo estos días en Manhattan, donde por primera vez en la historia no hay en sus lujosos hoteles ni en Turtle Bay, en el edificio de Naciones Unidas donde se celebra el plenario anual de la Asamblea General, el desfile de ministros, jefes de Estado y de Gobierno al que están acostumbrados los neoyorquinos desde su inauguración en 1952.
Nueva York, en septiembre, hasta el año pasado, era la capital del mundo, en la que se celebraban cumbres secretas y se anunciaban grandes acuerdos y decisiones internacionales. La Asamblea General ha sido el escenario de discursos y espectáculos históricos, proporcionados especialmente por adversarios de Estados Unidos como Nikita Jruschov, Fidel Castro o Hugo Chávez. El impulso que solía recibir la entera agenda política mundial en estos días de principios de otoño difícilmente se repetirá con la sesión en remoto, intervenciones pregrabadas de los mandatarios internacionales y la sola presencia en la sala de embajadores y funcionarios.
Con la devaluación de la palabra sufre la política en todo el mundo, pero todavía más en la institución que más se parece a un Parlamento mundial, por imperfecta y disfuncional que sea. El formato en remoto abre márgenes para cualquier cosa, hasta convertir los discursos en mítines incluso electorales, tal como ha sido el caso de Donald Trump. Su renovada apelación al unilateralismo en el templo del multilateralismo no tendría mayor importancia sin la amenaza dirigida a China, a la que culpabiliza del coronavirus, de las emisiones contaminantes, del deterioro del medio ambiente mundial y de ventajismo comercial.
Si la palabra está devaluada, también lo están las mentiras, especialmente por su inflación en boca de Trump: 27 diarias de promedio y 20.000 en lo que lleva de presidente, según la precisa contabilidad de The Washington Post. Y a nadie beneficia tanto esta devaluación como a quienes se apoderan de las voces vacías de contenido, especialidad en la que precisamente destaca el presidente chino, Xi Jinping, convertido en apóstol del multilateralismo y la cooperación, la despolitización de la pandemia y el respeto a las instituciones internacionales.