Los humanos somos básicamente seres adaptativos. Nuestra conformación física como especie es aparentemente débil. No tenemos ni una piel fuerte que nos pueda proteger del frío y las heridas, ni garras o incisivos grandes que nos posibiliten defendernos y atacar, y al nacer somos especialmente torpes, vulnerables y dependientes durante más tiempo que otras especies… Pero precisamente nuestra gran capacidad adaptativa nos ha permitido en el largo curso de la evolución sacar fuerzas de esas debilidades y desarrollar conocmientos, artefactos, culturas y sociedades con las que hemos podido hacer frente a los procesos adaptativos de manera satisfactoria. Hasta ahora.
¿Cuestionando el carácter adaptativo de lo social?
Precisamente nuestra capacidad adaptativa –social e individual– es la que ahora debemos reactivar y readaptar para ser capaces de afrontar eficazmente los riesgos de contagio ante una pandemia de enorme alcance y letalidad, en unos momentos en los que los avances de nuestras sociedades –entre otras cosas en secuencias de interactividad social crecientes– nos hacen mucho más vulnerables a los riesgos de contagio. Es decir, en un momento evolutivo en el que habíamos llegado a sociedades que eran más interactivas a gran escala que las micro-sociedades encapsuladas propias de las etapas agrarias e industriales incipientes de nuestra evolución. Y cuando estábamos superando en la práctica la realidad de países cerrados y separados por fronteras, que solo pocas personas traspasaban cuando las posibilidades de transporte, con caballos, con trenes y otros vehículos colectivos, ni siquiera permitían imaginar un mundo como el actual. Un mundo permanentemente surcado por miles y miles de desplazamientos a través de una tupida madeja de viajes aéreos, y constantes traslados cotidianos en miles de millones de coches privados.
En contraste con las sociedades agrarias e industriales incipientes, en las naciones avanzadas de nuestro tiempo antes de la pandemia cualquier ciudadano habitualmente estaba en contacto cercano (a menos de dos metros) con cientos de personas a lo largo de una semana normal de su vida. Por lo que sus redes de interactuación en cadena llegaban a alcanzar directa e indirectamente a miles de semejantes. Todo lo cual era visto como un exponente del éxito alcanzado en el desarrollo de nuestros componentes de lo social, en términos de multiplicidad de interacciones sociales.
Pero se trataba de un éxito que, en determinadas condiciones, podía traducirse en un riesgo de contagios, y en consecuencia en un factor de desestabilización y de fracaso adaptativo. Por eso, las sociedades en las que mayor está siendo la expansión de los contagios son, precisamente, las más inclinadas a formas de vida que suponen una interacción más activa, afectiva y mutuamente gratificante. En tanto que, en las sociedades con pautas de comportamiento e interacción más débiles, frías y distantes, los riesgos de infección son menores, según disminuyen los niveles de interacción, o intercambio, y las muestras de afectividad relacional mutua.
Llevando las cosas al extremo, en lugares en los que predominan individuos adustos y dados al aislamiento –de acuerdo casi al patrón de los ermitaños–, las posibilidades de contagio son menores, en tanto que en las comunidades donde predominan las personas extrovertidas, inclinadas e implicadas en múltiples formas de ocio colectivo y en interacciones sociales intensas y cercanas, los riesgos de contagio son exponencialmente mayores. Al margen de las medidas excepcionales que puedan tomarse y de la eficacia de sus respectivos sistemas sanitarios y preventivos.
Dificultades sociales del control de pandemias
Para entender lo que está ocurriendo actualmente, tenemos que ser conscientes de que la principal fortaleza comparativa de los seres humanos como tales ha sido, precisamente, nuestro carácter eminentemente social: con las capacidades que nuestros comportamientos sociales y nuestras formas de vida nos han venido brindando para dar mejores respuestas adaptativas al medio y a los retos de la supervivencia. Incluso en entornos especialmente hostiles e inapropiados.
Sin embargo, esta fortaleza, añadida a nuestra naturaleza física originaria, que hace de nosotros algo más que simples individuos, ya había tenido en la historia sus quiebras y problemas. Entre ellos, el padecimiento cíclico de enfermedades colectivas que encontraban en nuestras propias redes sociales las cadenas óptimas para su difusión. Por eso, a lo largo de la historia conocida la humanidad ha sido asolada recurrentemente por pestes y epidemias frente a las que poco se podía hacer. Lo que ha tenido una influencia decisiva, y no siempre suficientemente reconocida, en las crisis de no pocos poderes políticos, así como en los declives de civilizaciones y culturas diversas.
De ahí el cambio que supuso en tiempos muy recientes la capacidad para controlar los contagios gracias a los avances de la medicina, y al establecimiento de redes públicas sanitarias, con hospitales accesibles para toda la población. Y, sobre todo, con las vacunas y la farmacología moderna.
Por eso, se entiende el shock producido por la actual epidemia del coronavirus, incluso como cura de humildad frente a una civilización imbuida de la soberbia propia de quienes creíamos haber controlado la incidencia destructiva de las epidemias y los contagios letales. Con lo cual parece que estamos retrocediendo en el camino del progreso.
Tales inflexiones no deben impedirnos reconocer que, sea como sea, nuestras capacidades actuales de atención sanitaria y los avances de la ingeniería genética nos proporcionan ventajas que hasta hace poco resultaban inimaginables para hacer frente a amenazas como la del coronavirus COVID-19. Algo que puede aminorar considerablemente los efectos desarticuladores que toda pandemia causa en las estructuras sociales; sobre todo, en las productivas. Pero que, sin embargo, no logra evitarlas ni neutralizarlas en grado suficiente.
¿Los riesgos de lo social?
En las sociedades actuales no estaremos en condiciones de hacer frente a los riesgos de nuevas pandemias hasta que no seamos plenamente conscientes de que la densidad de las interacciones sociales es –en sí– un factor acelerador de los riesgos de contagio, de los que ya no nos pueden prevenir nuestros actuales sistemas sanitarios, tal como hasta ahora han funcionado, y con los que nos considerábamos tan seguros. Ahora se ha visto que los avances sanitarios, por sí solos, no pueden garantizar que se eviten los contagios más peligrosos, dando lugar a que las nuevas sensaciones de inseguridad, unidas a las frustraciones y disfunciones que generan los aislamientos terapéuticos –bien sean obligados o elegidos libremente–, pueden acabar traduciéndose en patologías sociales y de la personalidad. Patologías que serán fruto de las nuevas formas de vivir nuestra condición social.
Tal como tenemos organizadas nuestras sociedades en estos momentos, en determinadas actividades y funciones, resulta imposible evitar altos grados de interacción en espacios acotados: en muchos lugares de trabajo, en los procesos de enseñanza, en las residencias, en las organizaciones colectivas per se, así como en las fuerzas armadas y en determinados cuerpos de policía, bomberos, etc. Lo que dará lugar a tensiones y problemas de ajuste y adaptación. Algo que en los procesos productivos vendrá aliviado por las posibilidades que brindan los cambios científicos tecnológicos que ya están en marcha, acelerando las tendencias aún incipientes hacia el teletrabajo, hacia el comercio electrónico, hacia la robotización y la automatización de múltiples tareas productivas y de prestación de servicios, e incluso, en otro plano, al desarrollo de la educación online a distancia, etc. Todo lo cual tiene –tenía ya– componentes notables de desocialización de muchas experiencias productivas y educativas. Con todo su enorme alcance.
Los nuevos riesgos de contagio van a dar lugar a la intensificación de muchas de las tendencias propiciadas por los avances de la actual revolución científico-tecnológica que nos brindan conocimientos y herramientas que facilitan otras vías de desarrollo de nuestra capacidad adaptativa como especie y como desarrollo de nuestra capacidad adaptativa como especie y como civilización.
Nueva conciencia social
El problema será la rapidez con la que la mayoría de la población sea capaz de llegar a alcanzar suficiente grado de conciencia y comprensión de la naturaleza de los retos a los que nos estamos enfrentando, facilitando reacciones constructivas orientadas a dar las respuestas adecuadas a los retos adaptativos. Es decir, será necesario que una mayoría de la población tome conciencia cabal de la envergadura de los peligros y riesgos ante los que nos encontramos como especie, como humanidad, basada en un alto grado de interactividad, y ahora abocada a un nuevo tipo de “sociedad de riesgo” a gran escala, de la que ya venían avisándonos sociólogos eminentes desde hace tiempo. Pero ahora con la perspectiva de unos riesgos que nos alcanzan prácticamente a todos, y además de manera muy intensa.
A su vez, será necesario entender que nos enfrentamos a un reto adaptativo de gran alcance, en tanto en cuanto somos seres habituados a determinados comportamientos sociales que tendremos que modular y ser capaces de rectificar, al menos hasta que se disponga de fármacos eficaces para combatir estos y similares riesgos para la vida. O, al menos, que dispongamos en una primera etapa defensiva, de vacunas eficaces.
¿Hasta dónde habrá que llegar si se sigue esta senda –y no otra de carácter darwinista (¡Ojo a este peligro!)– para afrontar el actual reto adaptativo? ¿Cómo se transformarán las pautas de interacción social, tanto en los espacios públicos, como en los privados? ¿Cómo se podrán organizar las funciones de reproducción social en estos nuevos escenarios societarios? ¿Y las tareas de producción y subsistencia vital? ¿Qué cambios habrá que introducir en la lógica –y en la funcionalidad– de los actuales sistemas económicos?
Nuevas ingenierías sociales
Aunque la mayor parte de los procesos adaptativos por los que los seres humanos hemos transitado en la larga historia de la humanidad no han ido acompañados siempre de suficientes componentes de reflexibilidad y teorización previa, lo cierto es que en nuestros días hemos llegado a tal grado de desarrollo de nuestras capacidades intelectuales y a tal evolución de los conocimientos científico-tecnológicos, que no resulta exagerado sostener que de esta crisis vamos a salir desplegando, entre otras cosas, nuestra capacidad –e imaginación– para articular nuevas ingenierías sociales.
Por solo apuntar algunas líneas primordiales en las que debemos reflexionar y trabajar, los principales dilemas a considerar en un camino adaptativo positivo deberán ser del siguiente tenor:
• Impulsar el sentido de Comunidad o instalarse en la mentalidad del “sálvese quien pueda”. Es decir, ¿tenderemos hacia una cultura sustentada en un espíritu comunitario o en un individualismo insolidario.
• Reforzar la “igualdad de oportunidades” en sociedades abiertas que, al margen de los niveles de interactividad existentes, premien el mérito, la innovación y el esfuerzo. ¿Caminaremos en esta dirección, o nos refugiaremos en un burocratismo societario compartimentalizante? ¿Pensaremos en sociedades porosas en las que se propiciaran espacios para la iniciativa propia, la renovación y el emprendimiento, o nos refugiaremos en ámbitos uniformados y aparentemente más seguros?
• ¿Abordaremos los retos de gestión de las pandemias y otros problemas e incertidumbres del futuro con gobiernos democráticos eficientes y bien coordinados en aquello que sea preciso, o dejaremos que la política se encasquille en fragmentaciones funcionales y en cuestiones conflictivas secundarias?
• ¿Nos esconderemos en refugios societarios a escala reducida y/o limitada, o reinventaremos espacios más amplios que permitan disfrutar –de otras maneras– de los aspectos más gratificantes de la vida’ ¿Cuál será el equilibrio entre lo microsocial y lo macrosocial?
• ¿Propiciaremos el espíritu y la moral de logro y realización positiva, o nos dejaremos llevar por el tremendismo, el fatalismo y el pesimismo que hoy por hoy se estimula cotidiana y recurrentemente desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación social?
¿Y cómo podríamos lograr avanzar en estas perspectivas? Eso es motivo de otra reflexión.