Las farmacias que aún funcionan en Rubio se mantienen cerradas y atienden a los clientes a través de una reja o ventanilla. En su exterior se observan colas de personas a la espera de su turno. Muchas, al conocer el precio de lo que aspiran a comprar, deben irse con las manos vacías.
Se observan numerosos adultos mayores en busca de medicinas para controlar la hipertensión, pero una caja de 14 pastillas sobrepasa el millón de bolívares y ellos reciben cada mes cuatrocientos mil Bs de pensión. El tratamiento para otras dolencias también debe esperar.
En el interior de las farmacias, los anaqueles luces más surtidos, con variedad de envolturas y frascos; ahora el problema es que por su alto costo se hacen inaccesibles para muchos bolsillos.
Situación actual
Milagros Briceño tiene once años al frente de una farmacia en la capital del municipio Junín. Hace más de cuatro décadas egresó como farmacéutica de la Universidad de los Andes, pero desde niña estuvo vinculada a este mundo, pues su padre tenía un establecimiento expendedor de medicinas, la “Botica Junín”.
Esta profesional vivió la época en que siempre había gran variedad de medicamentos, con estantes abarrotados de diferentes marcas para escoger; de allí pasó a enfrentar la época de escasez, cuando no se conseguía casi ninguna medicina. Ahora dice que, aunque no es mucho, sí hay más surtido para atender las solicitudes de los compradores.
“Los medicamentos llegan con mayor frecuencia que anteriormente, cuando hubo una gran escasez. Se reciben de las droguerías venezolanas, que se rigen por todos los controles para su elaboración. Ahora se consiguen más antibióticos, hipertensivos y otros, que por mucho tiempo fueron inexistentes, pero todos con un incremento de precio considerable, pues la mayoría de los insumos para su elaboración son importados y esto encarece el costo”, explica mientras agrega que todavía escasean los medicamentos neuropáticos.
En cuanto a los pedidos, indicó que se realizan hasta tres veces por semana y con esta frecuencia aumentan los precios de los mismos desde las droguerías; que puede ser hasta del triple del valor con respecto al pedido anterior.
Otro aspecto que resaltó es el hecho que muchos laboratorios se han ido de Venezuela y por lo tanto ya no se cuenta con estas opciones. Actualmente se trabaja con los pocos que todavía laboran en el país.
“En ocasiones no recibimos los pedidos debido a la falta de gasolina, y hay que esperar a que esto se solvente para ser surtidos. Otro problema es que las droguerías, aun cuando los pagos se hacen en bolívares, ahora no aceptan efectivo, por lo que el dinero que se recaba de los clientes que cancelan por este medio no se puede usar para pagar las facturas de los pedidos”.
Debido a las constantes fallas de energía eléctrica, además de la falta de transporte y el periodo de cuarentena, redujeron el horario de atención al público de 8 a.m. a 12 del mediodía, y cuando les corresponde cumplir el turno, ya este no es de 24 horas, sino hasta las 6 p.m.
Un aspecto que resaltó es el riesgo que existe cuando se adquieren medicinas en ventas callejeras; pues en muchos casos se desconoce su procedencia, no tienen ningún control sanitario y pueden estar adulteradas; lo que en lugar de causar un beneficio puede ser perjudicial para la salud de quien las consume.
Para Milagros Briceño, no es fácil interactuar con tantas personas que necesitan las medicinas y no las pueden comprar: “Lo más difícil que enfrentamos en estos momentos es ver a mucha gente que llega a preguntar por una lista de medicamentos y, ante los precios, solo puede adquirir uno o algunas veces ninguno. Es muy triste no poder ayudarlos, pero eso no está a nuestro alcance”.
A pesar de las circunstancias, a diario hay largas filas frente a las farmacias tratando hacer de la salud una prioridad. Pero al dolor físico muchas veces hay que sumar el de la desesperanza, porque el dinero no alcanzó.
“No se puede”
Zenaida Valencia es vendedora de verduras en el mercado “Los Carapos”, de Rubio. Vive con sus cuatro hijos, menores de edad; fue a buscar miel de bórax y vitaminas para su niña que tiene una infección bucal. “Tuve que pedir al papá, que está en Colombia, que me mandara para las medicinas. Solo gano entre 3 y 4 mil pesos diarios y con eso no alcanza, ni siquiera para comer. Debí esperar dos días a que llegara el dinero para poder comprarlas; mi esperanza es que con esto se mejore”.
Una joven educadora se acercó hasta la farmacia con un récipe de cuatro medicamentos. Solo pudo adquirir dos, no le alcanzó para más. ”Escogí las dos principales para el tratamiento, son para un niño. Pero hay que esperar para comprar las que hacen falta. Igual es el caso de mis padres, que son pensionados y con lo que reciben no pueden pagar las medicinas que más necesitan, las de controlar la tensión, por ser muy caras. Es una situación muy difícil que les puede costar la vida. Enfermarse no es una opción”.
La Nación del Táchira