Hoy mi artículo deriva hacia la literatura, y el reconocimiento al esfuerzo de escribir en tiempos difíciles y diferentes.
El pasado martes, 29 de septiembre, participé en una invitación que me realizó Santiago Arconada, para hacer de comentarista, sobre su más reciente libro: “No dejaré mis sueños atrás”…bueno, una entre tres, porque también participaron Maryclen Stelling y Javier Bourdieu. Tres siempre es bueno, porque permite el consenso y el disenso. Y lo agradezco, porque sé que Santiago hace las cosas con pasión y con compromiso, y espera lo mismo del otro, por lo que asumo que él considera que yo tengo esas dos características. Y es que ser comentarista de un libro, significa creer en la persona, confiar en ella. Es como pedir que se sea madrina, de un hijo. Eso son los libros para quienes escriben: hijos, pero en este caso, este libro es un hijo que significa parte importante de su particular experiencia de vida. Este evento fue realizado vía enlace con Zoom.
Conocí a Santiago alrededor del 2005, y conocerlo fue quererlo, porque Santiago es uno de esos adultos que han sabido mantener vivo eso que llaman “su niño interior”, es honesto, dubitativo permanente, inquieto, curioso, y todo ello no significa necesariamente que tenga la razón. Pero además, en el 2009, bautizamos su libro “500 años que no son 3 días”, en la Librería Sin Límite de San Cristóbal.
Mi comentario sobre el libro fue bastante crítico, como hija que soy de migrantes de la postguerra y habitante de la frontera más dinámica y cambiante en forma permanente de Venezuela.
Leer “No dejaré mis sueños atrás” evidenció, para mí, lo que pienso ha pasado en estos últimos años, fundamentalmente, con parte de esa nuestra generación joven. Aquella que eligió migrar hacia otros espacios. Y es que yo diferencio sustancialmente entre las migraciones que se han realizado recientemente en Venezuela, respecto a otras de otros países en otras circunstancias.
Yo soy hija de migrantes, Santiago también. Ambos somos de la primera generación de esos migrantes españoles que escogieron a Venezuela, hace más de 70 años. Nuestros padres nos enseñaron a amar profundamente a Venezuela, nos integraron, nos enseñaron a quererla a través del conocimiento de su territorio y su historia, esto generó sentido de pertenencia, pertenecíamos a un lugar; parece fácil y básico, pero no todo el mundo lo entiende, y mucho menos lo tiene.
Yo creo firmemente, así como lo creía George Steiner, en el privilegio del encuentro con lo nuevo, y que en la tierra todos somos invitados, por lo que debemos aprender ese arte tan difícil de sentirnos en casa en todas partes. Y que hay que contribuir, con cada comunidad que llega y/o se va, a sabiendas que tenemos la certeza del retorno a donde sentimos que pertenecemos. Eso hemos sido los venezolanos, de forma intuitiva y consciente, no así han actuado nuestros países hermanos.
La historia no es como la cuentan, sino cómo se vive. O la relata cada quien desde su visión.
El libro de Santiago es una construcción ficticia, para justificar la ida a otro país y así realizar los sueños, que asume la coprotagonista que no puede desarrollar en Venezuela, porque cree que aquí no tiene futuro, reproduciendo un esquema, según mi visión, inducido por los medios y por el entorno familiar y de amigos. Y mi pregunta es, ¿cuándo decidimos impulsar en nuestros hijos, que la salida era marcharse? No estoy en contra del irse, en absoluto, estoy en contra de inducir a irse, y es lo que he visto. Debemos sentirnos libres de irnos, tenemos el derecho de hacerlo, pero no lo justifiquemos, menos aún, no lo induzcamos. No les cerremos la puerta de la historia a nuestros hijos.
Quizás son todos estos elementos tan recientes no dan para hacer una novela, porque todavía es historia en curso y, por lo tanto, cambiante. Historia que habría que dejar macerar, un poco más, para permitir que esa historia se pronuncie, en un escenario no solo nacional sino internacional que incide directamente en el acontecer cotidiano y de la actualidad.
El texto de Santiago es demasiado referencial desde el punto de vista político, para llamarlo novela, más bien sería una crónica novelada desde su visión, no solo de Venezuela, sino que se amplía el espectro geográfico pasando por Europa y Centroamérica, en periodos muy importantes, tocando demasiados temas, sin permitir ser profundizados ni desarrollados, y tanto o más desgarradores que los que deja atrás la coprotagonista de la novela, convirtiéndose en una numeración de hechos, que pudieran ser el arranque para que Santiago desarrolle nuevos ensayos, sobre nuestra realidad, mediata, inmediata y de largo plazo.
El libro no se encuentra en físico, pero tengo entendido que se consigue en la página de Aporrea, para aquellos que quieran leerlo y sacar sus propias conclusiones.
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