¿Cuál es la consecuencia de una economía regulada? Los controles buscan resolver un problema generando otros mayores a mediano plazo. Quien toma este tipo de decisiones de política económica, sin duda está prefiriendo pequeños beneficios presentes mientras obliga a los ciudadanos a asumir grandes sacrificios futuros. La excusa de todo control comienza por la pretensión de regular alguna falla de mercado, que en muchas ocasiones no son fallas propiamente de un libre mercado sino el resultado de alguna intervención previa. La etapa inicial de un plan estatista se caracteriza por intervenciones puntuales y moderadas en ciertas áreas de la economía.
Cuando se habla de controles moderados, se hace referencia a medidas coyunturales que tienen como finalidad crear incentivos para cambiar las tendencias que se manifiestan por medio del intercambio voluntario entre individuos. Este escenario no plantea necesariamente una economía centralmente planificada, sino que busca limitar o incidir parcialmente en la acción humana o forzar variables que son producto de éstas: restricciones a la ofertas y la demanda; mayores aranceles; precios máximos; devaluación de la moneda; aumento de normativas y procedimientos legales; barreras de entrada a los mercados, son algunos ejemplos de este tipo de políticas. Todas estas afectan las decisiones individuales al final crean distorsiones que van desde un aumento de la escasez (siempre relativa) hasta la interrupción de la transmisión de información económica que ocurre mediante la fluctuación de precios; el efecto es muy limitado y se va perdiendo con el paso del tiempo. Aparecerán múltiples formas de burlar los controles a medida que los agentes económicos entiendan y asimilen las fallas en su estructura.
Toda política intervencionista aumenta los costos transaccionales. Las personas se ven obstaculizadas para lograr sus fines previstos debido al incremento del número de requisitos, procedimientos y limitaciones. Más burocracia estatal crea incentivos para que los funcionarios públicos involucrados con tales procedimientos puedan ofrecer sus buenas ventajas comparativas, apareciendo de esta forma la gestoría, que ofrece una exención de los nuevos costos a cambio de una remuneración monetaria. Lo mismo sucede con las asignaciones de cupos, límites máximos para la compra o venta de bienes o divisas, o cualquier política que implique una distribución equitativa de algo que se presume como escaso. Estas medidas incentivan el arbitraje paralelo o mercado negro entre personas que desean menos de lo equitativamente asignado y aquellos que desean más. Al final gana el mercado, pero bajo un contexto hostil y al margen de la ley.
Debido a que el efecto de las regulaciones es limitado, se crean leyes y políticas cada vez más agresivas, que van atentando con mayor fuerza contra las libertades individuales. A medida que aumenta el control, aumentan sus efectos negativos y se potencian y perfilan los mecanismos espontáneos para burlar el sistema. Es en este punto donde comienza la economía parasitaria, justo cuando la excesiva regulación empieza a generar incentivos más atractivos que las actividades productivas que generan riqueza para un país. No estamos hablando necesariamente de incentivos monetarios, sino de costos de oportunidad: las personas directa o indirectamente se sumergen en las implicaciones y en los costos transaccionales asociados a las regulaciones; se desvía tiempo, esfuerzo y atención en procurar la obtención de aquello que controla el gobierno en detrimento de la producción real y la creación de valor.
Individuos que se dedicaban a laborar en el sector formal, progresivamente se van sumando a actividades relacionadas con el arbitraje, consecuencias de las políticas mencionadas: reventa de productos regulados y escasos; compra – venta de dólares bajo un esquema de restricciones cambiarias; gestoría de documentos necesarios para el cumplimiento de procesos burocráticos; comercio informal o al margen de la ley; contrabando, y muchas otras actividades que, en ausencia de controles, no tendrían sentido de existencia.
Así las cosas, la economía parasitaria es consecuencia de una excesiva regulación que aumenta costos transaccionales y genera oportunidades de negocio que, en un contexto de destrucción de la propiedad privada, terminan siendo más atractivas que la genuina creación de riqueza. El resultado es evidente: personas dedicando tiempo y esfuerzo para disminuir o evitarlos costos generados por estas políticas verdaderamente perversas mientras que la economía cae en una profunda recesión; hablamos de una economía parasitaria absoluta dedicada a actividades improductivas y de una sociedad carente de valores, donde los vicios son más útiles y rentables que las virtudes.