En la opinión pública argentina, de acuerdo a lo que se ve en uno de sus canales televisivos, que nos llegan por cables, se observa que no cayeron bien las palabras de Jair Bolsonaro, a propósito del aniversario de la muerte de Ernesto (Che) Guevara este 9 de octubre, de quien dijo que su figura a esta hora de la humanidad sólo inspiraba a drogadictos y a la escoria de la izquierda latinoamericana; partiendo de la idea de que se trata de un ataque que termina victimizando al otro, y siendo un hombre, a quien se considera de la extrema derecha. Esto es lo que en la teoría de la comunicación se conoce como el favorecer con palabras al otro.
Diría Bolsonaro drogadictos por el famoso póster, que le hizo un fotógrafo, y que vendría a ser el ícono por excelencia de la llamada juventud rebelde; sobre todo, por el aire entre miliciano y galán de cine que se da la figura. No olvidemos que venimos de la decadencia de lo que se llamó la cultura de la etiqueta formal, y que ya se observa en las reflexiones de un José Ortega y Gasset; cuando siente que el hombre de la época comienza a despojarse del sombrero; cuando no de la corbata; lo que él consideraba como el venir desaliñado; lo cual implicaba una ruptura con aquel mundo de la apariencia elegante, y la que había dado lugar a un nuevo arte: el arte de vestir, y de allí el que se hable en este mundo de la estética, es decir, la ciencia de la belleza, y quienes asumen esta conducta serán en su conjunto los llamados poetas vanguardistas de comienzos del siglo XX, a la cabeza de los surrealistas, sobre todo. Estamos hablando de la década de 1930; cuando don José se refiere a estas cosas. Ya en la década de 1960 se consolidará en definitiva este fenómeno de la moda desaliñada: ahora el joven se hace melenudo, y comienza a consumir drogas, que no son las tradicionales, como el alcohol; sobre todo, marihuana. Algo muy importante: se despoja no sólo de la corbata, sino también del flux; para ser reemplazado por la chaqueta estilo blue jeans: “El blue jeans: el smoking del futuro”, decía un poeta amigo mío, y que es la idea que le viene a Bolsonaro, a partir de ese póster del Che Guevara; donde aparece melenudo; boina de revolucionario; con el aire, en dos palabras, del hombre rebelde por excelencia; un póster que se transformará en un afiche, que adornará los cuartos de aquellos jóvenes de esa época, y de allí a figurar hasta en las estampas de algunas franelas y, en ese sentido, vendría a erigirse como el símbolo de la corriente de izquierda, mejor dicho, la corriente socialista. Pues estamos ante uno de los protagonistas de la militancia activa revolucionaria sudamericana; siendo el autor por excelencia de la famosa teoría del foquismo: hacer de nuestro continente no un Vietnam, sino cientos de Vietnam en contra del entonces considerado imperialismo norteamericano; muy influido, sobre todo, de aquel principio de Lenin de que el imperialismo era la fase superior del capitalismo; un sistema contra el cual se había levantado el comunismo: el fantasma, que recorría el mundo; como decía su principal propagador Carlos Marx; aunque, como lo demuestra Carlos Rangel, éste nunca dijo esta boca es mía en materia de imperialismo; el hecho cierto es que este hombre no dejó de abrazar esta bandera, muy propia de la mentalidad del sudamericano de la primera mitad del siglo XX, y que vio con mucho recelo como el hermano mayor del Norte se transformaba en una potencia mundial; por encima de su madre patria Inglaterra, en especial, a partir de la I Guerra Mundial, cuando su presencia en el nuevo orden mundial, surgido a partir de la finalización de este conflicto, es decisiva. Lo que consideran los historiadores: se impone como primera potencia del mundo, y esto es lo que causa un gran recelo en el alma del sudamericano; traducido en la llamada corriente nacionalista.
Para volver a Carlos Rangel: el Che Guevara fue el típico buen revolucionario, en que se transformó el famoso buen salvaje de Juan Jacobo Rousseau: un dandy roto; sobre todo, porque asumió esa tendencia histriónica; que había derivado del héroe romántico, y que germinaba en las buhardillas de la clase obrera de los principales países capitalistas; que se armaba, según Marx, de una superestructura ideológica; cuyo fundamento se hallaba en su teoría; la famosa revolución proletaria, como la llamaba el poeta Heine, y por donde se asomaba un demonio implacable que le esperaba al hombre del futuro; según su visión futurista de las cosas: esto hacia 1842, antes de la publicación del Manifiesto Comunista de Marx y Engels; combinado este papel de revolucionario con una insaciable sed de crimen. He allí la filosofía que lo inspiró: el ansia de exterminio del otro, y que encontró su caldo de cultivo en la llamada lucha revolucionaria; que por esta vía se volvió un totalitarismo; pues se ha llegado a la conclusión, de que Hitler se inspira en los campos de concentración de Lenin y Stalin.
De hecho el Che Guevara le confesó un día a su padre, que él sentía un inmenso placer; cuando asesinaba a alguien. ¿La traicionó Fidel Castro? He allí una de las conjeturas, que se hacen, en la medida en que Castro en el fondo lo despachó de Cuba. Es posible que le haya alimentado esa idea suya de los Vietnam; cuya guerra defensiva contra el gigante del Norte había quedado como un imperativo en la conciencia de estos revolucionarios; sobre todo, en materia de valentía; aparte de que también estaba en su plena expansión el castrocomunismo, y nadie mejor que aquel paladín, para llevar a cabo esta tarea. Por lo demás, Camilo Cienfuegos, la otra gran figura del triunfo de la llamada revolución cubana, había sido muerto en extrañas circunstancias; víctima de un accidente de aviación, y más de uno no dejó de pasearse por esta idea. Por supuesto, aquello de venir a Bolivia, y desde allí plantearse una toma del poder por la vía de una guerra de guerrillas, no dejaba de ser una quimera, propia de su patología.
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